Capítulo 6

46 5 2
                                    

La noche había caído sobre la ciudad de Londres. Y  Emma y Drake seguían conversando sobre el sillón: 

—Dime, ¿alguna vez has sentido que no ibas a salir vivo de una de tus "aventuras"? —preguntó Emma saboreando el sauvignon. 

Drake perdió su mirada en el vacío por unos segundos, como si estuviese meditando, finalmente dejó su copa sobre una mesa y respondió: 

—Hace unos años, cuando Jade aún no formaba parte del equipo, Paul y yo aceptamos un trabajo en Francia. Al principio creímos que sería algo emocionante y sencillo... 

—¿Y de qué trataba? —interrumpió Emma, absorbida por la historia. 

Drake tomó aliento. —No era algo demasiado espectacular... pero era muy interesante. Debíamos localizar unas cartas del rey Luis XVI, cuando conspiraba en contra del Tercer Estado, autoproclamado Asamblea Nacional en 1789, durante la Revolución Francesa. 

—Vaya... —a Emma le brillaban los ojos. 

—Si, parecía ser algo prometedor. Pasamos meses buscando: recorrimos París y Versalles, intentando encontrar cada pista que nos llevara a los documentos.

—¿Lograron encontrarlos? 

—Por supuesto que los encontramos... ojalá nunca lo hubiésemos hecho.

—¿Qué sucedió? 

Drake bajó la mirada unos segundos, tomó aire y volvió a levantarla, esta vez hacia el techo:

—No eramos los únicos que buscaban esos documentos... Un magnate francés también estaba interesado en dichas cartas. Cuando por fin las encontramos, era demasiado tarde. 

A pesar de estar hasta cierto punto bajo los efectos del alcohol, Emma ponía total atención a la historia de Drake, como una niña pequeña que escucha un cuento antes de dormir. 

—No sabíamos en lo que nos habíamos metido... nos rodearon; los matones de aquel hombre nos capturaron a Paul y a mí. Durante todo ese tiempo no entendí la importancia de aquellas cartas, claro que eran importantes, su valor histórico era invaluable. —Drake agitó levemente la cabeza —. Pero a ellos eso no les importaba.

—Entonces, ¿por que las querían? 

—Esas cartas habían sido el objetivo de muchos coleccionistas durante mucho tiempo, las habían buscado por años, y claro, que un par de novatos las encontraran en tan solo tres meses no les agradó en lo absoluto. Pero no fue por ello que nos capturaron... 

—Explícate... 

—Esas cartas eran uno de los artículos principales en una subasta clandestina, donde se reunían docenas de líderes políticos corruptos, mafiosos y algunos multimillonarios con peculiares aficiones.

—¡¿Qué?! 

—Las habían valorado en 125 millones de euros... 

Emma se atragantó con el sorbo de vino que tenía en la boca, comenzó a toser fuertemente. 

—¡¿125 millones?! —dijo retomando la compostura—¿Tanto por unas cartas? 

—Sí, para ellos era como un juego de niños... 

—Pero, aún no me dices por qué te capturaron.

—Médéric Flament es un hombre orgulloso y testarudo, además de estar sediento de poder y riqueza. No es de los que se andan con rodeos; supo que le habíamos quitado la gloria de encontrar ese tesoro y habíamos interferido en sus planes. 

—¿Fue por eso que los capturaron? 

—Sí... pasamos varios días encerrados; nos torturaron y humillaron, realmente creí que iba a morir allí, como un miserable don nadie. Llegué a pensar en quitarme yo mismo la vida para acabar con mi suplicio y no darles el gusto de hacerlo ellos. 

En el momento en que lo conoció, Emma jamás llegó a pensar que lo vería tan vulnerable. Sentía una especie de dolor en el pecho, como si realmente comprendiera el dolor de Drake, pero sabía muy bien que no era así, aunque se esforzara en hacerlo. Viéndolo de esa forma le parecía una persona bastante sensible, aunque normalmente lo ocultase.Comenzó a sentir una especie de calor emanando de su pecho, ni siquiera sabía porqué, pero era como si aquel hombre hubiese despertado algo en ella.  

—¿Cómo...? —Emma no encontraba palabras para saciar su curiosidad sin ser muy grosera. 

—¿Escapamos? —intervino Drake. 

—sí... 

—Cuando todo me parecía perdido, estando al borde de la locura, Paul se interpuso entre mi brazo y aquel puntiagudo trozo de vidrio... me salvó y me dio esperanzas para escapar de allí a pesar de que se encontraba en la misma situación que yo. Es por eso que le debo la vida. Utilizamos ese mismo trozo de vidrio para matar a uno de los guardias que vigilaba la celda durante la noche, cuando entró porque fingimos estar matándonos entre nosotros. Las ordenes de Médéric era mantenernos con vida para seguir torturándonos, así que tenía que hacer algo para separarnos. Le asesinamos y nos fugamos de ahí esa misma noche. No sin antes vengarnos de quiénes nos habían hecho daño. 

—Los...

—Sí, a todos los que pudimos. Luego de eso desaparecimos del mapa y nos mudamos a Rusia un tiempo, donde conocimos a Jade. A pesar de todo, sigo marcado por el dolor que nos causaron a Paul y a mí, y aunque trate de olvidarlo... ese recuerdo ahora forma parte de mí físicamente.  

Emma no tenía idea de cómo responder a eso, quedó totalmente perpleja. Se dejó guiar por su curiosidad y acercó tímidamente su mano hasta el pecho de Drake. Él la miraba con un rostro indescifrable, pero parecía aprobar la acción de Emma sin moverse de su lugar. Finalmente la yema de los finos dedos de la chica tocaron suavemente el algodón de la camisa de Drake, sujetaron delicadamente la tela, mientras la otra mano tomaba el resto de la camisa desde abajo, el torso fue quedando desnudo poco a poco, hasta exponer su pecho. 

Emma abrió los ojos completamente al ver docenas de finas marcas que cruzaban el esbelto pecho de Drake. Las marcas eran alargadas y abultadas, Emma supo que eran marcas de cortes, hechas con algún instrumento con poco filo, quizás un látigo. Muchas de las marcas surcaban sus costillas hasta su espalda, también habían cicatrices de quemaduras, no parecían hechas con fuego, las formas eran muy  definidas, habían sido hechas con ácido. 

Invadida por la pena, e hipnotizada por el desfigurado cuerpo de Drake, acercó sus dedos a una de las cicatrices, con la intención de tocarla, pero esta vez, Drake sujetó su mano antes de que lo hiciera. Emma retiró rápidamente la mano que sostenía la tela abultada sobre el pecho y lo miró a los ojos con cierta timidez. Él, aún sostenía su mano, sin dejar de verla a los ojos, con un tono más relajado, pero con una mirada penetrante que parecía fundir el castaño de sus pupilas con el alma de la chica. 

El Secreto de la Reina consorte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora