Capítulo 3

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진姫

Referencias en Disneyland

Martes, 29 de junio, 2018; 02.25 P.M.

공주 (princesa): Yo también te quiero <3

Tenía un tono de notificación concreto para ella, para poder distinguirla entre el resto de los mortales comunes y corrientes que, por antonomasia, no eran ella. Por eso, al escuchar el sonido que acompañaba a sus mensajes, no pudo evitarlo: entró rápidamente en la aplicación para leer sus palabras. Por supuesto no estaba exento de miedo. El temor lo inundaba, subiendo y bajando por su espina dorsal como si se tratara de un ascensor; notaba la cabeza pesada, empapada de agua fría, y las manos le temblaban. No era idiota: sabía que el mensaje podía ser tanto una declaración de amor como una de odio, un "hola" o un "adiós". Sin embargo, cuando vio aquellos caracteres en realidad tan insustanciales, tan como el resto de palabras que cualquier persona podría decirle, no distinguió nada de ordinario en ellos. De hecho, tras acabar de leer Jin dio un salto desde el sofá como alcanzado por una convulsión; sus rodillas chocaron contra la mesa en un ruido primero seco, grave, corto, el de la madera contra la piel, y luego mucho más agudo, tintineante, el del cenicero que bailaba sobre el mueble, amenazando con rebeldía impropia con caer y deshacerse en pedazos, oponiéndose al sistema opresor que lo obligaba a tragar ceniza y colillas una y otra vez: siempre sucio, siempre gris, "y además feo", como solía decir Jin entre risas. Era normal que el suicidio le pareciese una buena opción a aquel utensilio de vidrio sin futuro: de hecho, el chico lo aprobaba. Sin embargo, su padre le lanzó una mirada reprobadora desde el sillón, parapetado tras los enormes abismos de su barriga cervecera; en sus dedos humeaba un cigarrillo casi consumido, como advertencia de lo que pasaría después. "El sistema prevalece", pensó, y miró el cenicero otra vez, solo para encontrarse con que había dejado de moverse.

Volviendo al tema:

-¿Qué carajo haces, Jin? -Preguntó su viejo, en tono, pese a todo, afable, sonriendo con los ojos y riendo con aquellos labios finos y rojos, tan opuestos a los de su hijo. -Me vas a tirar la casa abajo -tenía la voz cálida, risueña, más aguda de lo que podría resultar admisible en un hombre que se autodenominaba potente ("para potente su tripa", se dijo Jin, riendo interiormente) y masculino; y era cierto que su mandíbula cuadrada parecía poder cortar madera; tenía, además orejas grandes de soplillo, el cuello y las cejas gruesos y una especie de hoyuelo prominente en la barbilla.

-Lo siento -contestó él, sonriendo de forma nerviosa, auto indulgente: parecía decir "soy encantador, no puedes enfadarte conmigo, ¿a que no?" Y en efecto su padre no se sentía capaz de aguantar el impulso de corresponder el gesto, aunque, a pesar de su tendencia sempiterna de quitarle hierro al asunto (a cualquier asunto, de hecho), lo mirase a la espera de una explicación que su hijo no parecía dispuesto a dar. Al chico (que era como lo llamaba el hombre, daba igual que su retoño le sacase ya media cabeza de altura) se le veía receloso, sumido en sus pensamientos, como si, más que nunca, sintiera la necesidad imperiosa de ignorar a su padre y zambullirse en su teléfono móvil, sumirse en el mundo virtual de los adolescentes para, quizás, no sé, contestar algún mensaje, y no se atreviera a hacerlo por respeto.

El hombre asintió, afable y, con un humor demasiado parecido al de su hijo para que este no fuese heredado, comentó, los ojos le brillaban por la diversión como dos chispas llenas de malicia:

-¿Ha ocurrido algo interesante?

La respuesta fue rápida y concisa, casi cortante:

-No.

-¿Te ha contestado la novia? -Hasta alzó el cuello, largo y fornido, como si quisiera echar un vistazo a la pantalla. Jin la apartó con rotundidad, apretando el aparato contra su pecho (como si, de todos modos, el viejo pudiera observar el teléfono desde donde estaba) y empezó a reír con aquellas carcajadas suyas tan características, agudas y estridentes, solo que en esa ocasión la voz le temblaba.

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