Capítulo 4

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루틴

Algo nuevo

02.13 P.M.


-Pero qué... -cogió el objeto entre las manos y le dio vueltas un par de veces, agarrándolo por el extremo más duro y oscuro de la monda amarilla, manchada de castaño, de hematomas de barro que afeaban la piel del plátano. ¿Qué diablos hacía aquello ahí, tirado en el suelo del salón? -¡Yon! -Gritó acto seguido, intentando enfadarse; no obstante, no lo consiguió: logró, más bien, una semimutación de perplejidad. -¡Ven aquí ahora mismo! -Dijo, intentando contener desesperadamente un espasmo de risa: la situación resultaba tan cómica que no podía evitar que sus labios se expandieran por su rostro en busca de nuevo territorio que conquistar.

La voz de su hija llegó amortiguada y con segundos de retraso, como si hubiera ocurrido un fallo de conexión. Seguía en su cuarto, ajena al mundo de los adultos, aislada, en realidad, del país de las cosas ciertas; metida en su burbuja mental, envuelta con vendas que recubrían las aristas de sus curvas peligrosas, tan fuera de lo convencional, tan al margen de la ley. Sola. Peligrosamente sola, diría ella, que cada vez veía con más preocupación a la muchacha gordita, torpe y ensoñadora que había tenido por retoño. Había cambiado, ya no era la misma Sam de antes. Lo sabía, lo entendía (o creía hacerlo). La pregunta que se hacía era: ¿cuándo fue que cambió tanto? ¿Cuándo la niña cálida, amable y divertida se había convertido en alguien tan cínico y frío?

-Qué quieres, ma -dijo, gritó desde su fortaleza a través de la hoja de madera que las separaba. Ni siquiera una pregunta, la había convertido en la sombra vacía de una cuestión. En un imperativo, una afirmación sucia. Como si, fuera lo que fuera, supiera que le iba a dar igual. Puede que se lo diera; seguramente era así. Su tono era de hastío, cansado, indiferente, todavía no se resignaba a salir de su castillo. Sabía que su madre cedería; siempre lo hacía. -¿Ma? -Repitió Sam, esta vez más alto y buscando ahora una confirmación, exigiendo contacto con sus soldados. ¿O es que los había perdido en el frente bajo las garras de la bruja?

La mujer todavía no se resignó. Que le dieran al culo gordo de su hija, si estaba tan absolutamente obesa era porque nunca se movía de su asiento enfrente de la play. O del ordenador. O de la televisión. O de alguna otra maldita máquina con pantalla de plasma que le absorbiera el coco y le jodiera aún más la preciosa mente que una vez había tenido.

Emitió un chasquido con la lengua y empujó los labios a la vez que fruncía el ceño, no furiosa, pero cerca del enfado ya.

-He dicho -repitió, autoritaria -que muevas tu trasero hasta aquí -dijo en voz alta, en un tono pretendidamente neutro pero que se pasaba de tenso -antes de que me enfade y te quite la tontería que tienes -gruñó. ¿Por qué tenía que ser tan exasperante, tan pasiva, tan dejada, tan... abandonada? ¿Por qué parecía que solo creciera en grosor? ¿Por qué permanecía vegetando como un hongo, con el culo enrojecido por el cuero del sillón?

Escuchó un gruñido a modo de protesta: nunca había existido conversación tan efectiva entre ellas como cuando cambiaban las palabras por aquel sistema tosco y primitivo. A aquella muestra de inconformidad le siguió el rechinar de muelles (lo que le recordó, una vez más, que quizás era hora ya de cambiar el somier desgastado de la cama de la muchacha; pero, también una vez más, se dijo que sería mejor esperar un poco, que no era una urgencia tan apremiante) y pasos contundentes, bruscos, sobre el suelo de piedra. La mujer se temió que estaba calzada con los zapatos y quiso pegar un grito instantáneamente. Aquella hija era un maldito suplicio, un problema con todas las letras repitiéndose una y otra vez en la palabra: "debería haberla metido en el internado cuando tuvo ocasión", pensó, y estuvo a punto de exclamarlo, frustrada: era una de esas cosas que decía para hacer daño (sin saberlo), una de las cosas que, al reflexionar por la noche, en compañía del cuerpo cálido y vuelto de espaldas de su marido, la hacía preguntarse si podría ser que a lo mejor era más cruel de lo que creía, y reflexionaba que debía contenerse, tener paciencia para "no herir la sensibilidad" de Yon, porque en el fondo era mucho más frágil de lo que aparentaba, se rompería con un golpe, incluso aunque la grasa la amortiguara en la caída. Dios, no debería de pensar ese tipo de cosas, casi se sentía como los críos de mierda que le habían hecho la vida imposible a la... ¡maldita mocosa malcriada!

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⏰ Última actualización: Mar 30, 2018 ⏰

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