VOY A LA OFINICA DEL PROFESOR DE DEPORTES

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Me dirigía a la oficina del profesor de Deportes, no porque fuera mal en la materia o porque tuviera problemas con él, sino porque era el maestro más sexy de toda la escuela. Una hora antes, en clase, le había dicho que necesitaba asesoría para el examen y me había dicho que lo viera más tarde en su oficina. Realmente mi plan era hacerle la barba, es decir, llevarme bien con él para, algún día, tragarme su verga.
Era un hombre alto, de complexión robusta; estaba gordito, de tés morena bastante oscura. Siempre vestía de ropa deportiva, como cualquier maestro de Deportes. A diario usaba lentes oscuros y nunca se le veía haciendo, propiamente, deporte.

Cada clase no dejaba de imaginar qué había debajo de ese rico bulto que se formaba en su pantalón. En el baño me masturbaba pensando en su leche siendo derramada en mi boca, su miembro penetrándome y sus manos sujetándome del cuello.

Obviamente no suponía que tendría sexo con él en su oficina, mi único propósito era caerle bien y, al pasar del tiempo, gustarle. No obstante tenía el riesgo de que él fuera cien porciento hetero.

Llegué al edificio y subí las escaleras hasta el tercer piso. Caminé entre los pasillos y oficinas de jefaturas de otras materias. Gire a la derecha, pase dos puertas y llegué a la tercera. Toqué la puerta. El profesor estaba sentado frente a su computadora, revisando hojas que, se suponía, eran trabajos de los alumnos. Toqué nuevamente, pues parecía no haberse dado cuenta. Tardó unos segundos, pero al final me indicó que pasara.

-¿Qué pasa? -preguntó como si no recordara que me había citado.

-En la clase le pedí asesorías para el examen y me dijo que viniera.

-Ah, sí -se levantó del escritorio, cerró el folder y abrió las piernas.

No pude evitar mirar el bulto que se formaba en su pantalón. Se me hacía agua la boca al imaginar todo eso dentro de mí, como también su grosor, su color, su forma, su leche en mi boca.

-¿Necesitas ayuda para el examen? Puedo darte temarios y complementar tus apuntes.

-De hecho -sonreí y me callé por un instante- estaba pensando en alguna forma para no presentar el examen.

-Si tuviste diez en los parciales pasados puedo excentarte.

-¿No hay otra forma de pasar? ¿Cuánto cuesta su materia?

Se quedó pensativo, me miró y volvió en sí.

-Ciento cincuenta, cincuenta por parcial -dijo muy convencido.

Era evidente que la cifra ya la había pensado. Por lo visto no era el mejor profesor en el plantel, pues se dejaba sobornar bastante fácil.

Dejé mi mochila en una silla y me acerqué a él.

-Estaba pensando en otra forma... -insinué mirando a su entrepierna.

Me agaché y traté de tocar su pierna, pero me tomó por los hombros y me empujó hacia atrás.

-Yo no acepto ese tipo de cosas -advirtió molesto-. Mejor vete si no quieres que te lleve a dirección.

Entonces, en un acto desesperado, estúpido y rápido, agarré con la mano derecha aquel bulto que me enloquecía.

-Le pago trescientos pesos.

-¡Aléjate! -decía al mismo tiempo en que se paraba furioso.

Comencé a temer.

-Le pago doscientos si deja que se lo chupe.

Se detuvo y pareció reconciderarlo. Volvió a su silla.

-No te reportaré, pero vete.

Me acerqué de nuevo y le agarré su entrepierna. Me agaché y comencé a masajear esa área. Él se recargó en el respaldo de la silla y estiró las piernas, recargó la cabeza en la pared y se relajó, pero repentinamente se levantó, camino hacia la puerta y cerró las cortinas. Luego se sentó otra vez.

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⏰ Última actualización: Oct 15, 2017 ⏰

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