Episodio uno.

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Por más que me dedicase a observar desde el silencio cada una de las conversaciones que surgían entre los miembros de mi familia, no dejaba de sentir aquel muro que, quizás, yo mismo había puesto.

Sin embargo, eran tan absurdos y superficiales.... ¿por qué querría formar parte de ello? Rodé los ojos, dejándolos en blando durante unas milésimas para posarlos sobre la puerta, en el reflejo del manillar. Apenas podía distinguir nada entre aquella chapa estropeada por el tiempo, aunque se definían siluetas deformes. Los monstruos que éramos todos en aquel cuarto. ¿Todos? No, posiblemente solo yo. Y, ellos, la normalidad estúpida del mundo. Lo más... convencional.

—¿Qué harás este año, Paula? —preguntó la voz neutra de una de mis tías, la pequeña de las hermanas.

Y quise corregirla, decirle que ese ya no era mi nombre. Ni siquiera mi género. Pero claro, sería crear un debate absurdo donde todos me dirías: Tranquila, es normal que nos confundamos todavía. De nuevo, sin comprender que, en aquel momento, era un hombre por completo.

Suspiré, me limité a ello y, cansado, entreabrí mis labios para contestar aquella pregunta a la que, todavía no tenía una respuesta real.

—Es Hyuk, tía Clara —aquella pequeña voz me pilló por sorpresa, consiguiendo que mis cejas se juntasen en una mueca de cierta incredulidad. ¿Quién me diría que sería mi prima de doce años quien se aventurase a corregir a un adulto en aquel tema? Lo cierto es que, de todas las personas en aquel cuarto, sería la única que podría hacerlo. Y efectivamente.

—Oh, ya lo sé. No me adapto. —puede que, lo que más asco me produjo de ese momento, fue aquella sonrisa falsa, esbozada como una línea repleta de sorna.

Incapaz de mirarla directamente a los ojos, bajé la cabeza sintiendo la presión de los puños apretándose en un cierre casi hermético.

—No importa, es normal. —esa fue mi respuesta, tan simple y sumisa que hasta yo me asusté de ello.

Pero estiré una mano para posarla sobre la cabeza de mi prima Helena, acariciando su largo y lacio cabello con cuidado. Bajo la palma de mi mano, entendí el nivel de enfado que tenía algo tan pequeño. Temblaba por la rabia, y eso solo provocaba en mí una sonrisa repleta de ternura.

Pero aquello era lo más normal. Situaciones como la de ese día, eran frecuentes. Y, cada vez, más. Al parecer, en vez de adaptarse, volvían hacia atrás. ¿Cómo explicarlo? Desde el día de mi última operación, las cosas entre ellos y yo fueron en decadencia. Una absoluta y arrolladora. No por insultos, era una actitud condescendiente continuada.

"Te comprendemos, y es tu vida. Sin embargo, no queremos saber nada de ello, y seguiremos llamándote igual, y tratar contigo con el mismo género".

Aunque uno se acostumbra. "No deberías acostumbrarte, y pelea". Hermosas y bellas palabras para aquellos que no lo están viviendo. Para aquellos que desconocen esta clase de dolor.

"Egoísta". Sí, quizás lo era. Demasiado. "Un estorbo". Pero ¿cómo podía evitar pensar así de mí mismo? Siempre había creído que, tras aquel proceso, tras obtener aquel cuerpo que tanto ansiaba, las cosas solo podrían ir a mejor. En una extraña escalera ascendente con el culmen de una vida sencilla, simple, totalmente mía y feliz con sus lógicos altibajos. Sin embargo, permanecía sumido en un abismo depresivo, entre la absoluta penumbra de mi alma. Con el anhelo de aquello que quería rozando la yema de los dedos, unos dedos cansados y temblorosos. Sin fuerzas.

"Tan patéticos como yo"

Solo dejaba que los demás continuasen en su conversación, en cada una de ellas. Tratando temas vulgares o, en su defecto, típicos entre ellos. Política, trabajo. Ninguno íntimo, personal. ¿Qué sabían de la vida que tenían los de enfrente? Nada. Completos desconocidos jugando a ser parte de un núcleo familiar cálido, acogedor.

Mentiras.

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Demasiadas mentiras.

En un mundo tan turbio, los sinceros tan solo cumplimos el papel de malos, crueles. Gente "borde" que no quiere adentrarse en su atmósfera rosa. Pero, aquella burbuja que creían tener estaba demasiado agujereada. Sucia.

Así que agradecí en el absoluto silencio el irme de allí. Aquel momento donde mi madre se incorporó.

—Bueno, Hyuk, es hora de marchar. Despídete de... bueno, despídete. —su voz cansada hablaba con más palabras que las propias pronunciadas. Y, en ellas, escondía una disculpa, aunque todo se escurría de sus manos. No sabía cómo debía actuar. Entonces, me compadecí de ella. De su vida. De su falsa familia, o de su hijo que, anteriormente, era una hija.

Me incorporé con lentitud, caminando hacia el lugar donde mi abuela permanecía sentada, con la mirada entristecida, entendiendo que todo comenzaba a derrumbarse a su alrededor, y que lo único que podía hacer al respecto era, solo, esperar.

—Adiós abuela. —pronuncié con lentitud, agachándome para rozar su arrugada mejilla con mis labios.

Y ella sonrió.

Pocas personas merecían un mínimo en aquel lugar. Mi prima, y ella, nadie más. Fueron mis únicas despedidas, las únicas personas merecedoras de todo el cariño que alguien como yo podía dar.

Desde la puerta, apoyado en el alargado manillar de metal, observé aquel comportamiento de aire falso que rezumaba mi madre. Sonrisas, risas, palabras de cariño y hermosas despedidas.

—Ojalá nos veamos pronto— me preguntaba si aquello lo diría de verdad. Si hablaba solo por ella o, en lo contrario, me estaba añadiendo de forma descortés a una ecuación de la que no quería formar parte.

Pero permanecí ahí, con la mirada puesta en ella, en su cuerpo delgado, repleto de curvas. En su tez morena, al igual que la mía. En aquel corto cabello oscuro que dejaba ver un rostro demasiado joven para la edad que tenía. Un cabello que envidiaba, pues el mío era como el de mi padre, castaño. Normal. Común. Algo que no destacaba entre nadie, como yo.

Suspiré y giré sobre los talones encarando, así, la puerta mientras giraba el manillar. Ni un segundo más. No podía permanecer en el frío y gélido interior de aquella casa ni un segundo más. Sentía como la vida espiraba, y casi llegaba a exhalar mi último aliento.

Fue la necesidad lo que me llevó a abrir la puerta con aquella violencia. Pura, sencilla. Una necesidad de respirar, y no perecer junto a mi familia. Pues, aquella vida, solo traía la continua sensación de ahogo. Un nudo en la garganta que me llenaba los ojos de profundas lágrimas oscuras. Aunque siempre luchaba contra ellas, llorar era, para mí, de débiles.

En el exterior brillaba el sol, con esa suave brisa azotando mis cortos y despeinados cabellos marrones. Apenas había nubes cubriendo el cielo y, las que se mantenían en aquel azulado lienzo, semejaban algodón. Mullidas, de aspecto al menos, de un blanco profundo, claro. Solemne e imponente. Con el crujir de las hojas siendo canción. Y el bullicio de la no tan lejana ciudad, la melodía que acompañaba letras solo imaginadas por esta torpe mente estúpida.

"Alguien tan feo como yo realmente puede ver la belleza del mundo, aunque no la merezca" 

MONSTERWhere stories live. Discover now