Tercer Fragmento

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“Canta para mí, Bellatrix”.
Se levantó del lecho, haciendo crujir las gruesas sábanas de invierno. Su cuerpo desnudo, acostumbrado al frío de la armadura y al de las batallas de madrugada, no se inmuto con el contacto del aire. Se sentó al arpa y, perdiéndose en esos ojos tiempo que no perdían detalle de su cintura, deslizó sus dedos, acariciando las cuerdas de su instrumento favorito.
Y su voz resonó en la habitación de madrugada. Una vox soprano capaz de captar la atención de cualquiera. Quebrada y pulida la voz del inmortal en cada una de sus cicatrices. Transportándose hacia las casas en las que combatió en otros tiempos. Vistiendo ropas de gala cada vez que un nuevo honor se realizaba. Huyendo en la noche; desafiando los parámetros y al propio destino, al unirse con el corazón a Excalibur, quién juró serle leal eternamente. Llorando su desdicha hacia sus hombres, cuya luz propia sacrificaron para que la de su señora no se extinguiera; refugiándolos en el mismo Excalibur, para acompañarlos eternamente.
Gemía el silencio de dolor ante la voz de Bellatrix, sin que su acompañante se percatara de ello, al ser herido en su quietud.
Excalibur, pensó, él jamás será mío.

De la caída de la Estrella GuíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora