vacío

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En una isla tempestuosa y agitada, en un mundo sin estaciones y sin humanidad, había un viejo faro, el cual, estaba habitado por el último hombre del mundo. El anciano bajaba las escaleras de metal tranquilamente para hacer su última caminata por este mundo. Al abrir la puerta, el anciano pudo sentir la suave y constante caricia del frío viento. Sus ojos celestes se posaron sobre las nubes grises que impedían la vista al sol desde hacía ya cientos de años.
Allí afuera había un barco sin nombre, dueño de un ancla sin pintar. El anciano comenzó a caminar apaciguadamente hacia el ancla. Había un silencio absoluto, salvo por las aspas que giraban suavemente sobre sí mismas, permitiendo que el barco se suspendiera en el aire. El marinero terminó de hacer los nudos del ancla y comenzó a caminar con dificultad por la rocosa costa, casi inexistente. Luego de dar unos cuantos pasos, el anciano no pudo evitar ver por última vez al viejo faro.
El viento comenzó a soplar más fuerte provocando que el marinero perdiera su sombrero; Su cabello, que ya se encontraba teñido de blanco, quedó al descubierto, danzando por donde el viento lo llevara.
Dirigido por la luz del faro y con el corazón lleno de esperanza, el anciano continuó caminando. Por cada paso que daba  el marinero podía sentir que la soledad se hacía cada vez mas presente, pero lo cierto era que estaba rodeado de antigüos espíritus, creados por aquellas lágrimas y gritos olvidados de niños y princesas, que ya hacía tiempo se habían marchado.
Con el ceño fruncido y la mirada baja, el viejo seguía con su marcha. Se encontraba sumido en sus pensamientos, parecía que soñaba despierto. El sonido de una gaviota lo despertó de su trance devolviéndolo a su triste realidad. Con el pecho vacío miro hacia el horizonte, se percató de que ya faltaba poco para terminar con su travesía. A lo lejos, podía observar unos pobres árboles de madera oscura, adornados de pequeñas flores blancas, que segundo a segundo se desprendían de sus ramas, dejándose llevar por el soplido del viento.
El anciano iba recordando antiguas historias que fueron contadas por sus antepasados. Recordaba una en especial, cada vez que en su mente rememoraba ese relato la melancolía se apoderaba de él. Era la pequeña historia de un príncipe, que había salido a cazar y que una vez internado en el bosque, encontró a una bruja que le enseñó el mundo de la mágia, el príncipe fascinado por lo que la bruja le había mostrado, quería obtener ese poder, pero para eso tuvo que dejar su reino y desaparecer. Tiempo después quiso conseguir inmortalidad y aunque el precio equivalía a la sangre de su amada, el príncipe no dudo en asesinarla. La imagen del príncipe llorando mientras apuñalaba a la que era el amor de su vida, y como más adelante la inmortalidad se convirtió en un sufrimiento, provocaba una profunda tristeza al anciano.
El marinero dejo de caminar, levantó la vista y desde el borde del risco contempló el horizonte. Desde allí se podía escuchar el rugido del mar. A cientos de metros debajo de él, las olas golpeaban violentamente a las grandes y picudas rocas. Luego de un leve suspiro, tomo el extremo de una cuerda y comenzó a hacer un delicado nudo en sus pies, se dio cuenta de que sus manos estaban arrugadas y manchadas por la edad. El anciano una vez que terminó con el nudo, se incorporó y se giró hacia el ancla que se encontraba a su espalda. Con mucho esfuerzo la arrastro hasta el borde del risco, suspiro una vez más y la empujo. Mientras el ancla caia bajo sus pies, el anciano miro por última vez el horizonte, en su rostro arrugado se dibujo una pequeña sonrisa, la cual, era tan sincera como la de un niño. De sus ojos una lágrima comenzó a desprenderse, en ella se podía ver reflejado el confín del mundo. La lágrima acarició tiernamente la mejilla del marinero hasta llegar a su barba, que ya era tan blanca como la espuma del mar. El viejo comenzó a tararear una triste canción que su madre le canto la última vez que lo vio. El ancla finalmente tocó el fondo del mar.
Ahora su tristeza era un recuerdo, un fantasma en la niebla. El horizonte lloraba en forma de despedida, las nubes y el mar rugían más fuerte que nunca porque ahora ese gris y frío mundo, seria mas solitario que antes.

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