Capítulo 1. Un día maravilloso.

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Mientras pienso en cómo nos conocimos me cierro la cremallera del vestido. Me gustaría decir que las cosas no son lo que parecen. Que yo no me daba cuenta de que David era un cerdo y me obligaba a hacer cosas, me manipulaba. Pero no es verdad. Es cierto, sin embargo, que empecé a ser plenamente consciente cuando ya estábamos cerca de la boda.

Nos conocimos en la facultad. Él estudiaba para ser abogado y yo publicista. Aunque nuestras carreras poco tenían que ver, la Facultad de Comunicación había sufrido unas inundaciones en el invierno del año anterior y estaban reparándola. Así que a los alumnos nos enviaron a la zona en que se encontraba Económicas, Pedagogía y, por supuesto, Derecho. Viapol se llamaba.

Si no le hubiera conocido al final de la Universidad dudo que hubiera sido capaz de aprobar. Estábamos los dos tomando una cerveza después de clase en un bar de al zona al que íbamos los estudiantes. Yo le conocía de vista. Era, del grupo de los chicos más pijos de Derecho (lo cual ya es decir) pero el que vestía más informal, con camisetas y vaqueros. Incluso alguna vez advertí algún roto en sus pantalones.

Era muy alto. Como suelen ser los bien criados, que decía mi abuela. Con un cuello exageradamente largo y el pelo oscuro. Entradas a los veinte años que nunca pasarían de ahí pero chocaban con el aire general. Los ojos, un poco redondos, brillaban en una cara no excesivamente llamativa. Pero había algo en él. Tenía algo que hacía que fuera imposible dejar de mirarle. Se me mojaban las bragas solo con cruzármelo por el pasillo. Pero una buena chica tiene que hacer lo que tiene que hacer y lanzarse a por él no era lo que debía hacer.

Pero aquella noche, como si de un hada madrina se tratase, me apareció en Tinder. En el mismo bar, a escasos metros, me miraba y luego mi foto. Yo hablaba con mis amigas con los codos apoyados sobre la mesa para que se me viera más escote. Fui al servicio esperando que se hiciera el encontradizo por el pasillo.

Esperé cinco minutos en el servicio pero no apareció. Pensé que el match habría sido solo eso. Cuando volví a la mesa estaba en mi sitio, hablando con mis amigas.

- Ven, Ana, mira ¿conoces a David? Resulta que su tía nos da Periodismo Comparado.

Y así, sin más, se metió en mi mundo. Por supuesto me acompañó a casa, por supuesto me besó en el coche e intentó meterme mano. Por supuesto no se lo permití y me hice la ofendida aunque cuando llegué a casa me masturbé compulsivamente un rato. Por supuesto me escribió esa misma noche.

En aquel momento llamaron a la puerta y me sacan de mis pensamientos de hace más de una década. El servicio de habitaciones.

- Señora Stiglitz, he venido a por sus maletas.

El chico tendría poco más de veinte años. Alto, delgado, con una espalda no muy ancha y un uniforme no especialmente horrible para trabajar en el hotel. Le di un toque en el hombro para llamar su atención y casi me mira asustado.

- Perdone, ¿podría ayudarme con la cremallera?

Asintió casi avergonzado. No creo que fuera una petición muy común. Cuando me di la vuelta estaba muy rojo. Me miré de nuevo en el espejo antes de salir.

- Ay Bárbara, quién te ha visto y quién te ve.

- ¿Ha dicho algo, señora Stiglitz?

Negué con la cabeza mientras me reía de mi imagen en el espejo. No sé quién era esa mujer, pero desde luego no parecía yo misma. Recogí del sillón de la entrada el abrigo que luciría aquel día y lo coloqué sobre mi cuerpo. Aquel iba a ser un día maravilloso, eso me había prometido. 

Bala en blancoWhere stories live. Discover now