Capítulo 2. El abrigo de entretiempo.

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Cuando era niña no teníamos dinero. Bueno, mi familia nunca lo tuvo. Estudié en un colegio privado gracias a las becas de mis notas. La Universidad ya era algo lo suficientemente caro como para andar con otros lujos. Si no querías engordar salías a correr o pasear, nada de apuntarse a gimnasios. Nada de excesos. Nada de lo que tenían mis amigas y yo nunca rocé con los dedos.

Por supuesto, no tenía abrigos de entretiempo. También llamados abrigos de verano o de primavera, estas piezas de costura sirven para aportar ese toque elegante a un look de entretiempo con calor. Donde yo vivía tenías un abrigo... y con suerte. En Sevilla los abrigos de verano eran un sinsentido. Cuando pisé Londres por primera vez entendí su uso.

Si mi yo de hace quince años se hubiera cruzado conmigo ahora no comprendería nada. Vestida enteramente de blanco, dejé el Hotel Alfonso XIII a las 12:23 horas. Un coche me esperaba en la puerta. El botones dejó las maletas en su sitio y me senté en el asiento trasero. Víctor estaba dentro.

- Bárbara, ¿de qué te has disfrazado?

Los hombres y su facilidad para quitarle la magia a un asunto.

- Ahora soy una espía, ¿no? Pues voy vestida de espía.

- No creo que conozcas a muchos espías.

Él no tenía ni idea. Qué sabría de imagen, de ropa, de estilo y de comprender y sentirse en equilibrio con uno mismo. Los hombres no necesitan esas cosas, son hombres.

En el camino al aeropuerto pensé en David. Pensé en lo solo que debía estar sintiéndose triste. Sonreí ante esa idea. Antes me hacía sonreír mucho, pero se convirtió en un maltratador con el tiempo. Los maltratadores y las víctimas no se hacen de un día para otro; es un proceso.

Víctor consultaba su iPhone todo el tiempo. Era casi imposible mantener una conversación con él sin una notificación de por medio. Pese a ser el verdadero cerebro de la operación, no creo que tuviera ni treinta años.

- Ya hemos llegado.

El trayecto me había resultado excesivamente corto, y así era. Estábamos en la estación de trenes no en el aeropuerto.

- ¿No dijiste que íbamos a viajar?

- Sí, en tren. No tenemos millones para despilfarrarlos en avión para un trayecto de un par de horas. Como tú eres rica...

- No soy rica. Lo es mi marido –me quedé pensativa-, ¿mi marido? ¿mi ex marido?

- A los ojos de la ley –sus palabras reverberaban por las puertas de la estación, abarrotada igual que siempre- es tu marido. A los de Dios no digamos.

Dos semanas antes de la boda tuvimos una discusión. Él quería invitar a unos amigos de la familia que casi llevaban diez años sin verse. Las mesas estaban cerradas pero habían aparecido por casualidad y no teníamos sitio para los seis de la familia. La única solución era echar de la celebración a alguien.

- Tus tíos de Algeciras. Son justo seis personas. Si ni han confirmado que vengan, es perfecto.

Teníamos opiniones muy diferentes sobre lo que es la perfección. Le dije que no. Tras dos horas discutiendo, el tema se convirtió en algo que parecía no tener solución. La sangre me picaba en las manos y los pies, no dejábamos de movernos por el banco del parque en que estábamos sentados. Los gritos cada vez eran más fuertes y peores.

- Te he dicho que tu familia de Algeciras no va a venir y punto.

- Y yo te he dicho que para que tus putos amigos vengan, no voy a echar a nadie.

Y entonces, casi a cámara lenta, me pegó la primera bofetada. Si yo estuviera leyendo esta historia pensaría que antes tuvo que haber algo, que un inicio visible siempre está, pero no es verdad. Simplemente me pegó. Me quedé en shock. En silencio. Ni lloraba, simplemente estaba paralizada. Entonces David se sentó a mi lado y empezó a llorar como un niño pequeño.

Ver llorar a un hombre adulto es algo muy complicado. Parece que se van a romper. Y David daba exactamente esa impresión: me rompo por dentro. Estaba peor que yo y le abracé.

- Lo siento Ana. No sé qué ha pasado... -no podía casi ni hablar, me puse a su lado-. No lo entiendo. No puedo... no sé...

Tardó un rato en volver a reaccionar. Y yo simplemente lo perdoné. No hubo aceptaciones místicas de que iba a ser una mujer maltratada. Simplemente era algo que había pasado una vez, un incidente aislado.

Mis tíos no vinieron, sus amigos sí. Y yo ahora llevaba un abrigo de entretiempo blanco. Quién habría dicho todo eso hace quince años. 

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⏰ Last updated: Aug 27, 2017 ⏰

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Bala en blancoWhere stories live. Discover now