Gonzalo

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Agosto 2000 - Gonzalo

Me hubiera gustado que al escribir sobre Gonzalo no tuviera ese sabor amargo de los amores frustrados y poder contar como aquél verano viví una historia de amor de novela, pero la realidad es que ni tan si quiera llegó a ser un amor de esos que florecen en verano, rápidamente, pero  con breve esplendor.

Después de aquel día seguimos viéndonos de vez en cuando, pero yo era la hermana de quince años de su mejor amigo por lo que durante mucho tiempo no pasamos de saludarnos y dirigirnos torpes frases manidas. En esa época a sus casi 18 años nuestra diferencia de edad me parecía un mundo, y aunque por sus miradas, creía notar que le gustaba, y yo desde luego me sentía atraida hacía él y su cuerpo escupido haciendo surf en la playa por un extraño magnetismo. Aunque  no había ocasión de que estuviésemos realmente a solas,  los mundos de un chico de su edad y una chica de la mía parecían no coexistir en el mismo universo. 

Semanas después de lo de la piscina me levanté por la mañana y me dirigí como siempre a la cocina a echar un trago zumo y allí estaba él, desayunando con mi hermano, al parecer habían quedado temprano para hacer no recuerdo que. Me miró intensamente con aquellos ojos negros y me saludo con una sonrisa a la que yo no supe más  responder con una de mis sonrisas tontas. Al momento me dí cuenta de que como llevaba haciendo todo el verano dormía con solo unas braguas y una camiseta vieja. Traté de disimular mi rubor y me dije a mi misma que me comportaría como una chica segura de si misma para impresionarle, en vez de volver corriendo a mi habitación como me pedía a gritos la niña de quince años de mi interior, después de todo, me dije, eran unas braguitas blancas sencillas con un dibujo de Snoopy no muy distintas de un bikini.  

Me dirigí a la nevera y revolví  su interior en busca de la botella de zumo de naranja y algo que llevarme a la boca sintiendo su mirada en mi trasero al inclinarme hacia el interior, aunque al darme la vuelta para sentarme al otro lado de la mesa donde ellos estaban comiendo ninguno de los dos parecía notar siquiera que existía.  

Desayunaron  hablando de sus cosas mientras yo hacía lo propio sintiéndome una tonta ahí sentada en silencio, pensando que no habría sido tan mala idea lo de salir corriendo.

Cuando finalmente acabaron el desayuno mi hermano se fue a la habitación a cambiarse y Gonzalo se levantó y me pregunto que tal estaba y que iba a hacer ese día y dándome más charla de la habitual, que últimamente se reducía a un tímido hola o adiós según terciase. Yo respondía entusiasmada comprendiendo que con mi hermano delante él debía sentirse tan cohibido como yo. 

Allí estaba yo como una tonta bebiendo de sus palabras cuando en un momento me di cuenta de que para dormir llevaba aquella camiseta vieja que había sido de mi hermano y que tenía el cuello cedido por años de lavado y  reclinada como estaba sobre la mesa  él podía estar viendo el paisaje que se ocultaba debajo. Comprendí al fijarme por como su mirada saltaba de mis ojos a algún punto bajo mi barbilla que así era, que seguramente estaba mirnado a través  del cuello de la camisa donde tendría unas botinas vistas a aquellos pequeños bultos balanceándose en el interior y que sin el relleno de un sonstén no podían ocultar su modesto tamaño ni aquellos dos pequeños circulos marrón claro que los coronaban.

Me ruboricé al momento y sin atreverme a recriminarle me levante apresuradamente  y me puse a fregar los utensilios del desayuno por cambiar esa postura que ofrecía tan ampias vistas a el interior de mi camisa y de paso ocupar en algo mi mente.

  Él rodeó la mesa hasta situarse detrás de mí y me llamó por mi nombre, me di la vuelta azorada y antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando me estaba besando. Sentí sus labios contra los míos y mi boca respondió con voluntad propia como un sediento que anhela el agua. Todavía con jabón en las manos saboreé sus labios que aun sabían a café, abrí la boca sin poder contener un suspiro y noté su lengua adentrarse en mí, en un primer impulso me separe de ese húmedo intruso, pero su mano subió por mi espalda hasta mi cuello para suavemente acercar nuestros labios de nuevo, noté de nuevo su lengua entre mis labios y esta vez abrí ligeramente la boca para dejar que nuestras lenguas se abrazaran. Así estuvimos lo que a mi juicio pudo ser un siglo, a ratos comiendonos los labios a suaves mordiscos como quien saborea una deliciosa fruta que no había probado antes, a ratos entrelazando nuestras lenguas en un húmedo abrazo. Finalmente todo acabó tan rápido como había comenzado  y Gonzalo se separó de mi al oir a mi hermano que volvía a la cocina.  

Después de aquello, siguieron unos pocos encuentros furtivos, yo no quería que mi hermano se enterase y supongo que él no sabría como decirle que se estaba enrollando con su hermana pequeña, recuerdo besos en algún rincón cuando nadie andaba cerca, o en el refugio que da una oscura sala de cine, donde él en ocasionesl intentaba aventurarse bajo mi camisa y yo terca la detenía en su avance aun tímida e insegura. Al final él se cansó a los pocos días de intentar en vano la conquista de mis pequeños pechos para explorar otros más grandes y de más fácil acceso de una chica algo mayor que yo.

Aquellas fueron las primeras lagrimas que mojaron mis mejillas por culpa de un chico y aunque en su día llegue a pensar que me comporté como una niña por no dejarle aventurarse en aquellas cimas ahora veo con claridad que no se mereció ser el primero en hollarlas.

Diario íntimo de mi adolescenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora