El trayecto de vuelta de la casa de Jimin estuvo teñido de un aura irreal. Estabas sentada en el asiento del copiloto mientras Jimin conducía, tú con la mirada perdida en algún punto entre tus manos, que se posaban sobre tus piernas cubiertas con unos masculinos pantalones deportivos y una camiseta negra, ambas prendas le pertenecían a él. Tu cabello caía liso y húmedo por tus hombros. Las imágenes de la escena en el baño con Jimin rondando por tu cabeza.
"Renuncio a ti, pequeña."
Estabas demasiado aturdida como para entender tus propios sentimientos en aquel momento. Todo dentro de ti se sentía como un vórtice de confusión emocional del que no sacarías nada en claro. Pero había una cosa que sí podías sentir, claramente.
—Jimin. —Dijiste en voz baja—¿Podemos vernos y...hablar, por favor?
—No. —Respondió tan tajante que te sorprendió. Jimin no apartaba su mirada de la carretera, no soportaba mirarte en aquellos momentos.
Algo acerca de ese pensamiento te hizo querer llorar.
Continuasteis el viaje en coche en silencio, hasta que Jimin volvió a hablar.
—Cuando volvíamos de Gwangju, recibí una llamada de la policía. —Dijo, aún con los ojos fijos en la carretera— Era a mi padre a quien tuve que recoger de la estación de policía.
—¿De Seúl? Pensé que tus padres vivían en Busan.
—Y así era...hasta que mi padre se consiguió una orden de alejamiento de mi madre—Miraste a Jimin incrédula. La forma tan natural con la que dijo aquello sólo escondía un profundo dolor al que se había acostumbrado ya. Observaste cómo sus hermosos labios se apretaban en una mueca de rabia— Siempre desprecié a mi padre por lo que hacía. De pequeño me golpeaba brutalmente cuando fracasaba en el trabajo. A mi y a mi madre. Recuerdo que yo jamás quería salir de casa a jugar con mis amigos por si mi padre volvía bebido y enfadado, yo siempre era su opción uno. Y si yo no estaba, era mi madre la víctima. Por eso yo intentaba siempre estar en casa.
—Oh, Dios mio, Jimin...
—Cuando crecí, mi miedo se convirtió en odio. Intenté sacar a mi madre de aquella casa, pero ella se negó. Se negó a venir conmigo a Seúl, porque mi padre era tan manipulador que la había hecho creer que él no era el culpable. —El automóvil se detuvo cuando llegaste al destino, pero no te moviste del asiento, sin poder procesar lo que Jimin te estaba contando. Se negaba a mirarte a los ojos, pero sabías que había lágrimas en sus ojos por el tono empañado de su voz— Él es una persona tan despreciable, tan rastrera y horrible que pensé que jamás sería como él. Que jamás jugaría y abusaría de alguien a quien amo, con la excusa de amarlo. —Sus brazos se apoyaron en el volanta y su cabeza se inclinó hacia adelante, ocultando su rostro de ti— Pero eso es lo que he hecho contigo. Porque soy como él.
—Eso no es verdad...—Las lágrimas recorrían tus mejillas y durante unos momentos olvidaste todo lo ocurrido con Hae ante la terrible historia de Jimin. El pánico a la conclusión errónea de él te había empujado de tu parálisis emocional— Por favor, Jimin...—Alargaste la mano para colocarla en su brazo de forma reconfortante pero él se apartó como si el contacto contigo hubiese prendido alguna chispa.
