El viejo mundo

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Las olas del mar embravecido chocaban contra el casco del navío, balanceándolo sin dar tregua. Se avecinaba tormenta, podía olerse en el viento, agitando las velas sin descanso.

Una imagen digna de ser recordada en un lienzo que Clarke no podía disfrutar puesto que, nada más zarpar, su estómago se resintió con creces quedando ella recluida en el lujoso camarote dispuesto para uso y disfrute de los condes.

Las largas horas que pasaba ahí encerrada luchando contra las nauseas y los mareos, las dedicaba a rememorar cada instante de su corta vida de casada con una sonrisa en el rostro. Era extraño, escalofriante y a la vez luz y vida. Durante el día interpretaba su perfecto papel de esposa, condesa, mientras su Lexa se disfrazaba de Alexander Woods. Tuvo que aguantar la risa mil veces al verlo presentarse en sociedad, tan sobrio y apuesto, cuando en realidad era fachada y bajo esa máscara se escondía su Lexa, la misma que por las noche se perdía entre sus sabanas, unía sus cuerpos piel con piel, se fundía en su abrazo y le regalaba besos eternos.

Había aprendido a conocer de memoria cada centímetro de lacastaña, podía vislumbrar cada una de sus pecas, sus lunares, la marca a fuego en su espalda como señal de un pasado negro y tormentoso.

Los último días en el lugar que la vio nacer y crecer los pasó cabalgando por los verdes prados, dejándose mecer por el viento, paseando junto a Lexa sin rumbo fijo atesorando atardeceres en su mente, y con la eterna cantinela inocente de su madre, hablando de darle un hijo pronto a su esposo.

Perdida en sus propias cavilaciones con la mente saltando de un recuerdo a otro debido a los mareos, la puerta del camarote se abrió y ante ella apareció su esposa, con una sonrisa pícara en los labios. A grandes zancadas se acercó a ella que descansaba apaciblemente en el lecho uniendo sus labios en un beso.

-Mi señora, deberíais salir, el mar está precioso

-Si salgo moriré, estoy enferma, el mar me enferma

Con una leve carcajada, volvió a besarla suavemente. Adoraba cuando su mujer se enfurruñaba como una niña pequeña.

-Exagerada amor, yo sobreviví a mi primer viaje en barco a Londres y créeme que la estancia no era ni mucho menos tan lujosa como esta

-¿No nacisteis en Londres?

-No, llegué a Londres con 8 años, tras un viaje tan largo como el que enfrentamos, sin embargo en ese momento yo viajaba encadenada en la bodega, mercancía para vender en la ciudad, esclava... Dentro de lo que cabe tuve suerte ya que la condesa Woods me eligió para ocupar el lugar de su hijo fallecido, tuve una buena vida que me llevó a ti...

-¿De ahí viene la marca de tu espalda?

-Sí, pero no hablemos de pasado, tenemos un futuro brillante por delante, y empieza contigo acompañándome a cubierta a ver el mar

Una brillante sonrisa adornó el rostro de la joven, perdida en los inmensos ojos verdeazulados de aquella que se había convertido en su esposa, escondida tras una máscara, un nombre falso, una falsa identidad.

Cuando Lexa agarró su mano para levantarla del lecho, empujó con una risa juguetona a la joven, obligándola a tumbarse a su lado una vez más, atrapando sus labios con ligereza, rodando por el colchón entre risas y tiernos besos.

-Quizás mi señora os permita sacarme a cubierta y enseñarme las maravillas del mar, pero ahora sois mía.

Tragando saliva y sin apartar su mirada de Clarke, Lexa sintió como sus mejillas se cubrían de rubor mientras su rostro dibujaba una tierna sonrisa. Su mujer, tan tímida, dulce y recatada, mirándola con los ojos ennegrecidos de deseo, conseguía enloquecerla en un instante. Si en algún momento había dudado de sus acciones, de sus apresuradas decisiones, de haberla desposado como lo hizo, sin tener en cuenta los detalles que podían precipitarla al abismo... En aquel momento toda duda, todo miedo, quedaban eclipsados por esa mirada ardientes, esos hermosos labios suplicando un beso eterno, las noches en vela uniéndose en un solo ser, sus risas y sobre todo ese sentimiento extraño y a la vez esperanzador que nacía en su pecho con cada caricia de Clarke, el sentirse completa por primera vez en toda su vida, sentir que estaba donde debía estar, al lado de Clarke.

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