Nota: La historia a continuación no fue escrita como frerard, la escribí hace varios años por petición de una persona, pero perdió gran parte de su significado al decirme que "no la entendía". En realidad no es algo que se tenga que entender, pienso yo.
Así que decidí adaptarla a frerard para publicarla aquí, espero la disfruten.
*La historia tiene lugar en Inglaterra durante la época Vicotriana.
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Lo miré; deseando, buscando encontrar esa mirada condescendiente y pueril que me invitaba a soñarlo noche tras noche. Su mano se desprendió de la mía arrasando con la suavidad intrínseca de mi piel, arrastrando junto al halo de la misma la pasión desgarradora que sentía con el simple roce de su piel.
Sonrió; me dio la espalda y se marchó. Sus labios encontraron los míos en el segundo que mis parpados se cerraron forzosos. Sonreí; le di la espalda y mis ojos observaron de soslayo su sensual andar.
Frank. Su presencia vaga entre mi ser de la forma que un lastimero dolor se instalara en mi cabeza. Un dolor; porque es intenso, es constante, es insoportablemente adictivo y espiritualmente imposible de erradicar. Aunque no me encuentre ante su presencia, es su esencia la que siempre está ahí.
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Esa noche quería decírselo, porque las palabras cincelaban mi garganta hasta el punto de hacerla doler, y laceraba mis labios con el ardor abrasador de la impotencia.
Soporté ver su cuerpo desnudo una vez más, su piel transpirada; causa de la euforia, la excitación, la pasión falaz infringida por unos labios jóvenes y una mirada rijosa. Sus piernas rodeando la cintura de un hombre ajeno a mi existir en toda su extensión; al suyo, hasta que subió a la cama.
Sus gemidos taladraban mis oídos, su mirada encontraba la mía mientras disfrutaba de una sesión desenfrenada de sexo, y sus manos recorrían inquietas el cuerpo de un hombre que esperaba con las manos tendidas y las pierna abiertas, nada menos que un par de cientos de libras por sus servicios.
Cerré la puerta tras su lacrada espalda, y me despedí con una melancólica sonrisa que pudo haber dado más miedo que alegría. Me recosté sobre la cama destendida y acaricié su barbilla para intentar recorrer su insaciable cuerpo, solo con las yemas de mis dedos.
La luz tenue apenas me dejaba ver las finas facciones de su rostro, y esa erótica carnosidad en su labio inferior, la que me gritaba y rogaba que destrozara su boca con un beso.
-Te quiero niño –dije con el escaso halo de voz que el nudo en mi garganta pudo permitir.
Apuñé mis ojos con fuerza, tratando de disipar esas imágenes arraigadas de su cuerpo violentando con ímpetu el de aquél muchacho de mirada glacial.
Él sonrió, su sonrisa es siempre la más perfecta combinación de los labios crispados con una inherente mirada de ternura.
-Y yo a ti Gerard – dijo dulcemente. Su rostro encontró un lugar en mi pecho y plasmó sus labios en mi cuello.
Tomé su rostro entre mis manos y miré sus ojos. Lacónicos, fríos y ambiciosos.
-Te amo, y te quiero solo para mí, Frank.
"Tu rostro cambió, no lo esperabas; te he tomado por sorpresa ¿es demasiado pedir que seas solo mío pequeño?"
-No...
No. La fuente de inspiración que son sus labios se torcieron en una mueca de desconcierto, y la voz que emanaba mi tranquilidad despertó el contrario de la misma. "Fue esa la primera palabra que pudiste decir".
-... no estoy seguro de lo que quieres Gerard, creí que estabas feliz a mi lado.
-Lo estoy ¡no sabes lo feliz que me hace el estar a tu lado! ¡Las horas han dejado de ser eternas, los minutos a tu lado no son solo segundos esperando llegar a su fin! Es tiempo Frank, es tiempo valioso, que atesoro y disfruto inmensamente...
-¿Entonces...?
-Siento celos Frank, de todo lo que te rodea, de todo lo que pretende ser parte de ti, te quiero y no solo de la manera afectiva...
-Yo... si te amo Gerard, pero...
Sus manos despertaron un movimiento errado, sus nervios comenzaron a alterarse. No vi el segundo en que cubrió la perfecta complexión de su cuerpo con las ropas que llevaba puestas, uno de los trajes que le regalé en su veintiunavo cumpleaños. Y finalmente me quedé solo, con la fría compañía de unas sábanas de seda y el rocío del viento colado por el ventanal.
La súbita ausencia de su alma se sentía aún más gélida que el mismo invierno invadir mi habitación. Sus palabras erradas sincopaban la coherencia de las mías, y su mirada confundida me llenaba de rabia y de tristeza; rabia hacia mí mismo y tristeza por su inmadura reacción ante mi confesión de amor.
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Disculpa mi ausencia niño, no quise presionarte, no quise buscarte, esa respuesta que espero; no debe ser de nadie, más que tuya. Perdona que mis ojos resbalen por tu cuerpo de esta forma; es que no lo puedo evitar. Disculpa que mis manos busquen siempre el contacto con tu piel; es la sensación más suave además del susurro de tu voz. Y perdona que invada tu mirada de manera tan insistente; en ocasiones trato de robar y desgastar tu esencia para ser el único que tenga razón de ti.
Subiste al coche a mi lado, sabías que vendría a recogerte justo a esta hora por la misiva que te envié –temía en lo más profundo que no hubiese sido entregada- y vestías el traje azul marino que amo arrancar de tu piel.
-Gerard...
-Aguarda a que lleguemos joven Iero.
Interrumpí acremente, y el fuerte trote de los caballos aceleraba conforme el camino. Tomé tu mano –no pude resistir– y sonreí.
-Gerard, no tengo que...
-Cuanta impaciencia niño – interrumpí de nuevo.
Me negaba a escuchar tu rechazo antes de que hubiésemos arribado.
Te acercaste caprichoso hasta mi rostro y me besaste. No para demostrarme que me querías, sino para demostrar que yo no tenía ley ni mandato sobre tus actos, qué harías lo que quisieras, y cuando lo quisieras. Tu cuerpo se encontraba posado sobre el mío, tus labios me regalaban el sabor que detesto amar con tanta locura, te tomé de la cintura y te coloqué de nuevo en tu respectivo asiento.
-¡No necesito estar en tu hogar para decirte que te amo! – Confesaste imprudente y totalmente autoritario.
Tus palabras rebeldes fueron el más arrebatado y eufórico sentimiento que me hubiese llegado sin previo aviso.
Tomé fuerte tu mano, porque no podía hacerte mío en el coche, y la calidez de tu piel me proporcionaba seguridad.
-Y no tienes idea de cuánto te amo yo –susurré sobre tus labios antes de reclamarlos como míos.
Sonreíste. Y tu sonrisa es la mejor combinación de los más puros sentimientos; tu mirada, la belleza inmaculada de la inocencia.
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Muchas gracias por haber leído! Un abrazo! :)