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Es un día precioso.
Las calles están llenas de turistas, beben cerveza. Marchan el recorrido a pie sobre vampiros en Nueva Orleans. Creen que solo es un mito, que es solo parte del encanto de la ciudad.
—Nosotros lo sabemos—Vincent Griffith mira a todo los presentes en la iglesia y continua—. Sabemos que se acerca una tormenta—sonríe, como si supiera algo que ellos desconocen—. Esta semana marca cinco años desde la caída de los Mikaelson. Cinco años de paz.
Phoebe se remueve en su asiento, no tiene la menor idea de donde se encuentra. Mira al hombre que habla, se ve tan confiado y seguro, como si él supiera la razón por la cual ella está ahí.
—Hemos pagado un gran precio por esa paz—continua Vincent, está mirándola, no despega sus ojos de ella y eso, la asusta—Nosotros, brujas, nos hemos ganado esa paz. Hemos recuperado nuestra libertad y hemos roto el vínculo con nuestros ancestros.
La castaña aprieta sus manos una contra otra, ¿Brujas?¿Paz?¿Ancestros? Phoebe no comprende absolutamente nada de lo que sale de la boca de ese hombre, pero está segura de que no importa en qué tipo de lugar se halla metido, debe salir de ahí.
Mira a su alrededor, las personas parecen de acuerdo con todas las barbaridades que ese hombre suelta. Phoebe teme haber caído en alguna especie de secta demoníaca y teme aún más, no poder salir de ella.
—Vampiros.
Phoebe volteó el rostro, esa palabra le había causado escalofríos.
—Vampiros de todas partes del mundo—Vincent vaciló al decir esas palabras—.Quieren ver de primera mano el sufrimiento de Klaus Mikaelson.
Era todo, se levantó de su asiento. No le importó las miradas furtivas que estaba recibiendo, solo quería salir de ese lugar. Giró sobre sus pies y por instinto miró hacia arriba, donde un hombre alto y moreno estaba de perfil observando a la nada, para luego desaparecer en un parpadeo.
Cuando salió, miró detalladamente el lugar. No tenía idea de donde podría estar, recordaba haber llegado esa mañana a Nueva Orleans, descansar un rato en el hotel en el cual se hospedaba y luego...todo era borroso.
Klaus Mikaelson
El nombre se sentía familiar, como si sus labios lo hubieran dicho millones de veces. Pero no tenía idea de cómo, era su primera vez fuera de un lugar que no fuera su ciudad natal y ya se encontraba perdida.
—Klaus Mikaelson—susurró.
Un ruido se escuchó a sus espaldas.
—No es correcto mencionar el nombre del diablo.
Phoebe volteó el rostro, había una mujer frente a ella. Menuda, de cabello castaño, baja y morena. Esta le sonreía, como si la conociera de toda la vida. Phoebe retrocedió un paso, las manos le temblaban.
—¿Te encuentras bien Sophia?
¿Sophia?
—¿Perdona?—dijo—.Creo que te confundes, soy Phoebe y yo...bueno no tengo idea de donde estoy, ¿sabes como puedo llegar a...
La mujer soltó una pequeña carcajada.
—No voy a caer en tus trucos Sophia, venga—tomó su brazo y la jaló hacia ella—Debemos volver, Vincent está por terminar su discurso y realmente odiaría perderme la mejor parte.
—¡Suéltame!—Phobe la empujó, no con la fuerza que hubiera deseado, pero logró apartarla unos centímetros, lo suficiente como para correr lejos de ella.
—¡Sophia!—gritó—.¡Qué sucede contigo!¡Vuelve!
Phoebe siguió corriendo, sin tener un punto fijo, solo corría. Se detuvo en un lugar transitado de personas, donde habían puestos de comida, utensilios extraños. Por alguna razón se sentía segura.
Su paso se volvió lento, se tomó su tiempo en observar cada detalle. En ese pequeño espacio, todos parecían conocerse entre sí, las personas se saludaban y reían. Phoebe se acercó a uno de los puestos, donde un bonito collar plateado llamó su atención.
Su mente le gritaba que debía salir de ese lugar cuanto antes, pero se mantenía quieta. Contemplando la pieza que descansaba entre sus dedos. Había algo familiar en ella.
—¡Sophia!
Se quedó tiesa. Volvió el rostro lentamente hacia la voz que la había llamado. No era la misma mujer que minutos antes, esta era alta, de un cabello rubio claro y ojos marrones intensos.
—¡Cuanto tiempo sin verte!—chilló, rodeándola con sus brazos y causándole pánico—No te veía desde la cosecha y desde que los ancestros decidieron castigar a Davina Claire. ¿Donde has estado metida?
—Yo...—Phoebe dejó las palabras en el aire cuando frente a ella visualizó un espejo.
Un espejo que apuntaba hacia su persona y le mostraba su cabello castaño, su piel morena y sus ojos verdes. El problema...era que no era ella, que ese no era su reflejo.
—¿Sucede algo?—la rubia dejó de abrazarla y siguió el camino de su mirada—¿Tienes un cabello desarreglado acaso?—se burló—.Vamos Sophia, no te he visto desde hace mucho, tu cabello puede esperar.
—Esta no soy yo.
La rubia frunció el ceño.
—¿No eres tú?—dijo—.¿Segura que te encuentras bien?
Phoebe retrocedió, hasta que su cuerpo chocó con el puesto que anteriormente había llamado su atención. Sintió que el aire le faltaba, pudo escuchar a las personas murmurando a su alrededor, sintió como sus rodillas se hundían en el suelo mientras todo su cuerpo se derrumbaba.