Los restos de granos de café están asentados en el fondo de las tazas que reposan en el suelo. Los labios del chico de oscuros cabellos han tomado otro rumbo para su deleite. Cierras los ojos mientras sus manos frías por el invierno acompañan a su boca por el recorrido de tu espalda. Crean su propio camino entre tus vértebras y se asientan en tu nuca, luego de un momento bajan a tus hombros mientras sus dedos recorren tus brazos. Los une con los tuyos, veinte dedos entrelazando dos cuerpos. Guía tus manos hasta tu estómago y lo abraza con fuerza, protegiendo tu espalda descubierta con el calor que emana de su torso. Muerde sutilmente el contorno de tu oreja y susurra cuánto suspiraba por el roce de tu piel.
Con cuidado reposa tu cuerpo sobre las sábanas y deciende rasguñando casi imperceptiblemente el contorno de tu figura hasta su desenlace en las fronteras de tus muslos. Los admira con el deseo fluyendo en su pulso acelerado. Los delinea y los sujeta en sus palmas, rozándolos interiormente con la punta de su nariz mientras absorbe el aroma de tu piel perfumada. Aquella escencia que permanecerá en él por mucho tiempo.