Capítulo dos:

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Aryana caminaba por el bosque, llegando al corazón del bosque una hora después, donde encontró una pequeña laguna y un sauce llorón. Se acercó al hueco del árbol, buscando un agujero en forma de ranura para la llave de aspecto antiguo y de metal a la que estaba aferrada como si fuese un tesoro.

—Eureka —exclamó la rubia de ojos marrones al encontrar la ranura. Era como había leído.

Un gruñido hizo que la chica se diese la vuelta, encontrando un lobo en posición de ataque.
«Debo darme prisa», pensó en ese momento Aryana, temblando de miedo, intentando meter la llave en la ranura mientras el lobo flexionaba las patas traseras para saltar luego. Consiguió meter la llave, y, frenéticamente, le dio las tres vueltas en sentido de las agujas del reloj. Sacó la llave de la ranura y cuando se dio cuenta el lobo estaba sobre ella, estando esta contra una hierba de color malva, mientras que el lobo dejaba de serlo, transformándose en un apuesto joven que vestía armadura, de cabellos de fuego y ojos verdes.
—No deberías venir al Bosque Encantado con esa ropa, podrían descubrirte, niña —le susurró, con una mano a cada lado de la cabeza de la chica, aún sobre esta.
—No soy una niña, tengo dieciséis —replicó Aryana—. ¿Quién eres? —preguntó intentando quitar al adolescente de encima.
—Christian Feroz, para servirla, señorita —dijo este levantándose y tendiéndole la mano con una sonrisa ladina galante.
—¿F-Feroz? —preguntó casi atragantándose con la saliva la rubia. Después tomó su mano y se levantó con su ayuda.
—Sí. Te oí cuando leíste la carta. Necesitas ayuda de mi padre ¿cierto? —dijo el pelirrojo sin perder su sonrisa lobuna, mientras la chica asentía— Lastimosamente, padre murió el pasado invierno, a sí que yo te ayudaré.
—Yo... Lo siento, Christian —susurró ella antes de ser interrumpida por su tal vez nuevo amigo.
—No te preocupes, Aryana Roja, y ven conmigo, necesitaré tomarte medidas para tu armadura —dijo él antes de poner uno de sus brazos sobre los hombros de la más baja y llevarla hacia el pueblo más cercano.

Tras un buen rato de caminata por el bosque, las tripas les rugieron a ambos.
—Será mejor que comamos algo —dijo la menor cuando pararon en un claro, sentándose en aquella extraña hierba de color malva.
—Sí, yo también tengo hambre —rió leve el casi adulto mientras se sentaba con algo de dificultad por culpa de su armadura.

—Entonces... Yo soy la nieta de Caperucita Roja, ¿no? —preguntó ella tras un rato de silencio, en el que solo estuvieron comiendo. El pelirrojo solo asintió, mientras engullía (no comía, engullía) un trozo de brownie— Deja de engullir y mastica, Christian.

El pelirrojo rodó los ojos, antes de decirle:
—Puedes llamarme Chris, Ary —dijo sonriendo.
—Ya, pues tú no me puedes llamar Ary —negó la rubia, con seriedad.
Ambos estallaron en carcajadas al momento, sin creer aquello.

—Venga, sigamos o no llegaremos a mi hogar ni en tres meses —rió el chico, levantándose, por lo que la menor imitó su acción, mientras asentía.

Habían pasado tres horas, y aún no llegaban a su destino, en el que Aryana y Christian hablaban, o mejor dicho, la primera preguntaba y el último se exasperaba.

—¿Hemos llegado ya? —preguntó por novena vez la rubia.
—No —contestó gruñendo el pelirrojo.
—¿Hemos llegado ya? —preguntó ella de nuevo al rato.
—Sí —contestó serio él.
—¿De verdad? —exclamó ilusionada.
—No —gruñó el chico.
Aquella respuesta hizo que la chica suspirase. Pero sin embargo, pronto sonrió al escuchar un "Hemos llegado" de los labios del chico a su lado.

A los ojos de la chica se mostraba una aldea que le recordaba a los libros de historia, pero a los ojos del chico se veía un poblado de idiotas.
—Ven, vamos a casa y de paso te presento una amiga —dijo el chico tomando de la muñeca a la menor, dirigiéndose hacia un pequeño hotel de aquel lugar.
—¿Una amiga? —preguntó ella curiosa.
—Sí, nos ayudará a entrenarte y a hacer tu armadura —contestó de forma simple el pelirrojo.

Cuando entraron, el mayor le dijo a Aryana que fuese al segundo piso, tercera puerta a la izquierda, mientras él buscaba a su amiga Ainhoa. La rubia asintió, y tras ver al chico desaparecer, fue a donde este le había indicado, pero chocó con alguien, y, por segunda vez en el día, sintió el frío tacto de la armadura en su frente.
—Deberías tener más cuidado, chica —dijo una voz femenina, algo más dura y seria que el de la más baja, pero con un toque frío.
—Yo... L-Lo siento —susurró la rubia, con miedo de alzar su mirada de chocolate a la mirada de la más alta, por lo que solo se apartó y cada cuál siguieron su camino.

Había pasado media hora en la que la chica llevaba tumbada en una cama del cuarto del pelirrojo, cuando este y una chica entraban por la puerta.
—Mira, Aryana, te presento a Ainhoa —dijo Christian mientras dejaba ver a su amiga.
—Hola —susurró la rubia sin mirarla.
—Hola —contestó una voz fría que la menor ya conocía, y cuando se dio cuenta de quién se trataba, sus ojos se toparon con unos iris de color azul tan gélido como su voz, cabellos oscuros y piel crema, la mayoría cubierta por una cota de malla y una armadura de apariencia de plata.
—¿T-Tú? —preguntó Aryana sorprendida.
—¿Ya os conocéis? —dijo con una ceja alzada el hijo del lobo.
—Chocamos hace un rato —dijo la mayor sin que su frialdad se fuese.
—Oh, entonces ya os conocéis —sonrió Christian, mientras las chicas simplemente asintieron, la mayor ignorando al universo, y la menor ensimismada por la castaña.

Habían pasado tres días, y mientras que Christian se encargaba de enseñarla a usar la espada y el arco, Ainhoa se encargaba de hacerle una armadura única a la nieta de Caperucita Roja.

—Ne... Necesito... Descansar —pidió la rubia intentando recuperar la respiración, mientras frente a ella el chico de cabellos de fuego blandía la espada sin problemas.
—Está bien. Ve con Ainhoa a probarte la armadura —ordenó él, que siguió entrenando con su propia espada, notándose su fluidez. Tal vez pronto Aryana sintiese que la espada era parte de ella.

—¿Qué haces aquí? Se supone que Christian te estaba enseñando a manejar la espada —gruñó la ojiazul mientras con un martillo golpeaba un trozo de metal.
—Necesitaba descansar y Chris me mandó venir a probarme la armadura —contestó Aryana con su voz suave y dulce convertida en un tímido susurro, algo sonrojada.
—Está bien, ven —dijo la castaña con la frialdad que la caracterizaba, mientras Ary la seguía hacia la trastienda de la herrería, donde las esperaba una armadura de color rojizo—. Esta hecha con fuego de dragón, ni se te ocurra cargártela.
La de ojos marrones asintió lentamente, bastante asombrada.
—Te tienes que quitar la camisa —ordenó la mayor mientras observaba a la menor con atención. Aryana se quitó la camisa, por suerte llevaba una camiseta de manga larga debajo. Ainhoa le puso una cota de maya, la armadura y el casco, la hizo andar por la sala, y se aseguró de que la menor estuviese cómoda—. Bien, no subas ni bajes de peso para que esté bien.

Tal vez, algún día la vería sonreír.

Tal vez, algún día la vería sonreír

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Dedicado a malka18.

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⏰ Última actualización: Sep 12, 2017 ⏰

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