U N O

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Mis ojeras se hacían cada vez más pronunciadas y a mi vida le faltaba cada vez más color. Mamá lleva más de un mes desaparecida, papá desaparece más seguido y solo quedamos William y yo.

Mi vida social es casta, William al menos tiene algunos amigos.

Suspiré por última vez antes de volver a arreglar mi cabello morado y sonreírme a través del espejo.

—Tu puedes, tu eres fuerte Phoenix —sonreí nuevamente pero esta vez agregué un guiño.

Estiré el uniforme de la cafetería y volteé a tomar mi bolso. Caminé hasta la puerta y antes de abrirla miré a mí alrededor. Todo estaba desordenado debido a mis insomnios; papeles por aquí, papeles por allá; ropa revuelta y envases de comida.

Negué la cabeza divertida, parecía un chico en la pubertad.

— ¡William! —Grité a todo pulmón apenas salí de mi habitación—. ¡Me debo ir al trabajo! —aunque fuéramos relativamente millonarios no podía ser una cesante, debía sacar mi futuro por mi propia cuenta.

Me acerqué a la escalera y comencé a bajar muy lentamente. A medida que bajaba se podían apreciar aquellas fotos familiares que me hostigaban con su falsedad, cada maldita sonrisas de aquellas fotos eran falsas.

Papá y mamá fueron obligados a casarse y solo por emborracharse al extremo lograron engendrarnos.

Al llegar a la planta inferior me acerqué sin vacilación a la puerta para escapar de este asqueroso entorno.

— ¡Espera Phoenix! —me acerqué a la escalera, él se encontraba en la cima y comenzó a bajar rápidamente. William tiene tan solo doce años, me llegaba hasta un poco más abajo de mis hombros; sus ojos celestes, igual que los míos brillaban como nunca y sus cabellos castaños medio rubios estaban algo mojados.

— ¿Qué pasa? —él ya estaba frente a mí.

— ¿Esta papá en casa? —hizo un pequeño puchero.

—Christian..., digo, papá no está en casa —me mordí suavemente el labio inferior, claramente nerviosa—. ¿Para qué lo necesitas?

—Hoy es día de profesiones, debía llevar a papá —se volteó con el propósito de volver a subir a su habitación.

—Puedes..., no sé, lleva Al chofer, al mecánico e incluso al cocinero —creo que el dinero le llueve a papá.

— ¡No! ¡Mis compañeros ya saben quién es mi padre! –Bufó al terminar de gritar y luego se volteó nuevamente a verme—. ¿Dónde fue?

¿Cómo decirle a un niño de su edad que papá tiene "amiguitas" por todas partes?

—Fue a un viaje de negocios en Chicago —levanté los hombros con indiferencia.

—No mientas, Nix —susurró—. No sabes mentir.

—En realidad no sé a dónde fue —levanté los hombros con indiferencia.

—Bien —volvió a bufar—. Llévame a la escuela.

— ¿Llamo a Chofer o manejo yo?

—Maneja tú, el chofer me cae mal —soltó una leve carcajada.

—Bien —me acerqué al lado de la puerta donde estaban colgadas las llaves y cogí las de mi automóvil, un BMW i8 con toques azules, mi bebé—. Ve a buscar tus cosas o vamos a llegar atrasados.

Él asintió con la cabeza y se volteó para subir las escaleras corriendo.

Negué levemente con la cabeza y salí de la casa. Me acerqué al lado derecho de la casa donde se encontraba estacionado mi bebé. Hice sonar la alarma y luego me recosté contra la puerta de piloto. Saqué la cajetilla de cigarrillos y saqué uno, saqué el encendedor lleno de pequeños detalles hechos por mí y lo encendí.

Nuestros Mundos Bajo FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora