5

737 11 0
                                    

Nora: Dejame ir. No tenés que cargar con el peso de mi falta; no tenés que hacerte
responsable de una culpa mía.
Helmer: ¡Basta de melodrama! (La sujeta con violencia) Te vas a quedar acá a rendirme
cuentas de esto. ¿Entendés lo que hiciste? ¡Contestame! ¿Lo entendés?
Nora: (Mirándolo fijamente, con una expresión creciente de rigidez) Sí; ahora
empiezo a darme cuenta de qué es realmente lo que hice…
Helmer: (Paseándose) ¡Que despertar horrible! ¡Ocho años… ella, mi alegría, mi
orgullo... una hipócrita... una impostora; peor todavía: una criminal! ¡Qué abismo
monstruoso! ¡Qué bajeza moral! (Nora continúa mirándolo sin hablar. Él se detiene ante
ella.) Tenía que haber previsto lo que iba a pasar, con esa falta de principios de tu
padre… ¡No me interrumpas! Al final, heredaste todas sus bajezas. Falta de religión,
falta de moral, falta de sentido del deber… ¿Así que éste es mi castigo por hacer la vista
gorda a lo que él hizo? Lo hice por vos, ¿y me lo devolvés así?
Nora: Sí, así.
Helmer: Destruiste mi felicidad. Arruinaste mi futuro. ¡Qué espanto! Ahora estoy en
manos de un inmoral, de un tipo sin remordimientos de conciencia, ¡completamente
en su poder! Y ese miserable me puede pedir lo que se le antoje, exigirme cualquier
cosa sin que yo me atreva a protestar. ¡Ay, tener que hundirme como un perro por
culpa de una mujer indigna!
Nora: Cuando yo desaparezca del mundo, vas a quedar libre.
Helmer: Dejate de frases huecas. Tu padre también tenía una colección de frasecitas a
mano. ¿De qué me serviría que te mataras? De nada. En todo caso, se haría público el
asunto y sospecharían que yo estaba al tanto. Hasta podrían creer que te apoyé, que te
induje a cometer el delito. ¡Y te lo tengo que agradecer a vos! ¡A vos, a la que protegí y
consentí hasta la exageración durante todo nuestro matrimonio! ¿Te alcanza el cerebro
para entender lo que me hiciste?
Nora: (Con fría tranquilidad.) Sí.
Helmer: Porque es tan increíble que a mí no me cabe en la cabeza. Pero tenemos que
tomar una decisión. Sacate eso. ¡Que te lo saques, te dije! Tengo que ver cómo
satisfacer a este roñoso. Y ahogar el asunto, como sea… En cuanto a nosotros dos,
vamos a hacer como si nada hubiera cambiado. Sólo para mantener las apariencias, por
supuesto. Te vas a quedar en la casa, obviamente, pero no te voy a permitir ver a los
chicos. No te voy a permitir educarlos: no me atrevo ni siquiera a confiártelos… Ay,
tener que decirle esto a alguien que amé tanto, que todavía… No; se terminó. Desde hoy
no se trata más de nuestra felicidad; se trata solamente de salvar los despojos, las
apariencias. (Suena el timbre. Helmer se estremece) ¿Quién puede ser? ¿Tan tarde? Lo
único que me falta… ¿Puede ser él…? Escondete, ¿me escuchás? ¡Escondete! Voy a
decir que estás enferma.
(Nora no se mueve, Helmer se dirige a la puerta.
No hay nadie. Descubre una carta en el buzón y la retira)
Helmer: Es para vos. Sí, de é1. Pero no te la pienso dar. La leo yo.
Nora: Leela.
Helmer: (Cerca de la lámpara) Casi no tengo valor. Tal vez ya estamos perdidos. Pero
no; tengo que saber. (Rompe el sobre, lee algunas líneas, examina un papel adjunto y
lanza un grito de alegría) ¡Nora…! Esperá un minuto, la tengo que leer otra vez… Sí, es
verdad, sí. ¡Estoy salvado! Nora, ¡estoy salvado!
Nora: ¿Y yo?
Helmer: Y vos también, por supuesto. Estamos salvados, vos y yo. Mirá: te devuelve el
pagaré. Se disculpa, se arrepiente de haber hecho lo que hizo; dice que por un feliz
cambio en su vida… ¡Bah; qué importa lo que dice! ¡Estamos salvados! Y no quedan
pruebas en tu contra. Oh, Nora… No, primero hay que deshacerse de todo este espanto.
Veamos... (Mira el documento) No, no quiero ni verlo; voy a pensar que fue una
pesadilla. (Rompe el documento y la carta, los tira en la estufa y mira cómo se queman)
¡Sí, sí, se acabó! Ah, decía que vos sabías todo desde Nochebuena… ¡Qué días más
horribles habrás pasado, Nora!
Nora: Fueron una lucha atroz, sí.
Helmer: ¡Lo que habrás sufrido, pobrecita, sin ver otra salida que…! Pero no;
olvidémonos ya mismo de todos los horrores. Alegrémonos y digamos a cada rato: “ya
pasó, ya pasó”. Nora, ¿me escuchás? Parece que todavía no te diste cuenta. ¿Por qué esa
cara de afligida? Ah, sí, pobre Norita, te entiendo… Todavía no podés creer que te haya
perdonado. Pero te perdono, Nora, te lo juro. Te perdono todo, todo lo que hiciste. Sé
que lo hiciste por amor a mí.
Nora: Eso es verdad.
Helmer: Por supuesto. Me amaste como una mujer debe amar a su marido. Sólo te faltó
entendimiento para elegir los medios. ¿Pero creés que te quiero menos por eso; porque
no sabés guiarte a vos misma? En absoluto; todo lo que tenés que hacer es apoyarte en
mí y dejarme que te guíe yo. No sería un hombre si tu incapacidad de mujer no te
hiciera el doble de atractiva para mí. Así que no tomes en cuenta las cosas duras que te
dije; fueron un arrebato, cuando creí que se me iba a derrumbar todo encima. Pero te
perdono, Nora; en serio, te perdono.
Nora: Gracias por perdonarme. (Se va a un costado a cambiarse el disfraz)
Helmer: Nora, vení acá conmigo… ¿Qué hacés?
Nora: Me quito el disfraz.
Helmer: Sí, está bien. Pobre pajarito, tan asustado. Tomate tu tiempo para calmarte, que
yo tengo las alas grandes como para cobijarte. (Paseándose, mirándola como si no
advirtiera su actitud) ¡Qué hermoso hogar tenemos por fin! Acá vas a estar segura. Te
voy a guardar adentro como una paloma perseguida que salvé de las garras de un
gavilán. Te voy a calmar ese corazoncito asustado. De a poco lo voy a conseguir, Nora;
creeme. Mirá, mañana ya todo va a parecer diferente. Y ya las cosas van a ser como
antes, y no voy a tener que seguir recordándote que estás perdonada, porque te vas a dar
cuenta sola. ¿Cómo podés pensar que se me iba a pasar por la imaginación repudiarte, o
recriminarte algo? Ah, Nora, no conocés la bondad de un hombre de verdad. Uno siente
un placer sublime al perdonar a su mujer, cuando lo hace con todo el corazón. Es como
si ella se volviera doblemente su posesión, como si él le hubiera permitido volver a
nacer, y se convierte no sólo en su mujer sino también en su hija. Eso vas a ser de ahora
en más, mi criaturita desvalida. No tenés que preocuparte por nada. Solamente tenés que
ser franca conmigo; yo voy a ser tu voluntad y tu conciencia. (La mira sorprendido)
Eh… ¿qué pasa? ¿No venís a la cama? Te cambiaste.
Nora: (Vestida de diario) Sí, Torvald, me cambié.
Helmer: ¿Pero por qué, si es tan tarde?
Nora: No pienso dormir esta noche.
Helmer: Pero, Nora, mi amor…
Nora: (Mirando su reloj) No es tan tarde, Torvald. (Le acomoda una silla) Sentate.
Tenemos que hablar.
(Ella se sienta al borde de la cama)
7.
Helmer, Nora
Helmer: Nora, ¿qué pasa? Estás tan seria.
Nora: Sentate. Tengo mucho que decirte.
Helmer: (Se sienta en la silla, frente a ella) Me preocupás, Nora. No te entiendo.
Nora: No, eso es exactamente lo que pasa. No me entendés. Y yo nunca te entendí a
vos tampoco… hasta esta noche. No, no me interrumpas. Vas a escuchar todo lo que
tengo para decirte. Este es un ajuste de cuentas, Torvald.
Helmer: ¿Qué querés decir?
Nora: (breve silencio) ¿Hay algo que te llame la atención de la forma en que
estamos ahora, sentados así, uno frente al otro?
Helmer: No, ¿qué?
Nora: Llevamos casados ocho años, Torvald. ¿No te das cuenta de que ésta es la primera
vez que vos y yo, marido y mujer, nos sentamos a tener una conversación seria?
Helmer: ¿Qué querés decir ahora con “seria”?
Nora: En ocho años enteros… no, más; desde que nos conocemos, nunca hablamos ni
una palabra seria sobre un tema serio.
Helmer: ¿Y qué pretendías? ¿Que yo te contara mis problemas? Si vos no me podías
ayudar a resolverlos…
Nora: No estoy hablando de tus problemas. Estoy diciendo que nunca nos sentamos a
hablar para llegar al fondo de algo juntos.
Helmer: Pero, querida, ¿te habría interesado, acaso?
Nora: Esto es exactamente de lo que hablo. Nunca me comprendiste. Y fui tratada muy
injustamente, Torvald. Primero por mi padre, y luego por vos.
Helmer: ¿Cómo? ¿Nosotros dos, que te amamos más que nadie en el mundo?
Nora: (Moviendo la cabeza) Nunca me amaron. Disfrutaban conmigo, y les resultaba
entretenido quererme; es todo.
Helmer: Nora, ¿qué es esto?
Nora: La pura verdad, Torvald. Cuando vivía en casa de papá, él dictaba las ideas y yo
solamente las seguía. Y si no estaba de acuerdo, me callaba la boca, porque no le
hubiera gustado. A él le encantaba llamarme su “muñequita” y jugar conmigo, como yo
jugaba con mis muñecas. Y cuando me mudé a tu casa…
Helmer: Esa no es manera de hablar de nuestro matrimonio.
Nora: (Imperturbable) Está bien, cuando papá me entregó en tus manos… vos arreglaste
todo a tu gusto, y yo adapté el mío al tuyo… O a lo mejor lo fingí, no sé. Probablemente
una mezcla de las dos cosas. Ahora miro para atrás y siento que tuve una vida de
mendigo: viví al día, de hacer piruetas para vos, Torvald. Pero eso es lo que vos querías.
Vos y papá me hicieron un daño muy grande. Los dos son culpables de que yo nunca
haya llegado a ser nada.
Helmer: ¿Pero cómo podés ser tan injusta; tan desagradecida? Fuiste feliz acá, ¿o no?
Nora: No, jamás. Pensé que sí; pero nunca fui feliz.
Helmer: ¡¿No...?! ¿Que no fuiste…?
Nora: No; estaba alegre. Es todo. Vos siempre fuiste muy bueno conmigo. Pero nuestra
casa nunca fue más que una casa de juguete. Yo fui la muñeca-esposa de esta casa,
como fui la muñeca-niña de la casa de papá. Y mis hijos, a su vez, fueron muñecos
míos. A mí me divertía que jugaras conmigo, como a los chicos les divierte que yo
juegue con ellos. Eso es todo lo que fue nuestro matrimonio, Torvald.
Helmer: No… (concede) Bueno, sí, algo de eso puede ser, aunque vos lo hagas sonar
tan tremendo, tan exagerado. Pero te garantizo que de ahora en más todo va a cambiar.
Ya terminó el tiempo del juego y llegó el tiempo de la educación.
Nora: ¿La educación de quién? ¿Mía o de los chicos?
Helmer: La tuya y la de los chicos.
Nora: No, Torvald. Vos no sos capaz de enseñarme a ser la esposa que necesitás.
Helmer: ¿Y cómo podés decirme eso vos?
Nora: ¿Yo…? Tenés razón. ¿Qué preparación, me pregunto, tengo yo para educar a los
chicos?
Helmer: ¡Nora, no digas eso!
Nora: Si vos mismo lo dijiste recién, cuando no te atrevías a confiármelos.
Helmer: Fue en un estado de furia. ¿Cómo podés pensar así?
Nora: Es que tenías razón. Yo no estoy capacitada. Hay otra cosa de la que tengo que
ocuparme antes de educar chicos: tengo que educarme a mí misma. Y vos no sos
alguien capaz de ayudarme en eso. Lo tengo que hacer por mi cuenta, y necesito estar
sola. Así que te dejo, Torvald.
Helmer: (Se levanta de un brinco) ¿Qué dijiste?
Nora: Dije que necesito estar sola para entenderme a mí misma y entender lo que me
rodea, por mi cuenta. Te dejo; me voy de tu casa.
Helmer: Nora, Nora.
Nora: Y me voy ya mismo. Cristina me va a dejar pasar la noche en su casa.
Helmer: ¿Te volviste loca? No vas a hacer eso. Te lo prohibo.
Nora: Es inútil que me prohibas algo. Me llevo mis cosas solamente. De vos no quiero
nada, ni ahora ni nunca.
Helmer: ¿Qué delirio es este?
Nora: Regreso a mi casa mañana, quiero decir: a mi vieja casa; a mi pueblo. Va a ser
más fácil para mí encontrar trabajo allá.
Helmer: Es la falta de experiencia lo que te hace tan ciega.
Nora: Experiencia es lo que tengo que conseguir, Torvald.
Helmer: ¡No podés abandonar tu casa, tu marido, y tus hijos! ¿Qué creés que va a decir
la gente?
Nora: No puedo pensar en esos detalles. Sólo sé que es indispensable para mí.
Helmer: ¡Pero qué infame! ¿Cómo vas a traicionar así los deberes más sagrados?
Nora: ¿A qué llamás vos “los deberes más sagrados”?
Helmer: ¿No tenés acaso deberes para con tu marido y tus hijos?
Nora: Tengo otros deberes igual de sagrados.
Helmer: No, no tenés. ¿Qué otros deberes podés tener?
Nora: Mis deberes conmigo misma.
Helmer: Ante todo sos esposa y madre.
Nora: Ya no creo en eso. Ante todo soy un ser humano, igual que vos… O, al menos,
debo intentar serlo. Sé que la mayoría de los hombres te van a dar la razón, y que
algo así está escrito en los libros. Pero ahora no me puedo conformar con lo que dicen
los hombres y los libros. Tengo que pensar por mi cuenta en todo esto y tratar de
entenderlo.
Helmer: ¿Pero cómo no te das cuenta de cuál es tu puesto en el hogar? ¿No tenés una
guía infalible para estas cosas? ¿No tenés la religión?
Nora: Ah, Torvald. No sé qué es la religión.
Helmer: ¿Cómo que no?
Nora: Sólo sé lo que me dijo el pastor Hansen cuando me preparó para la confirmación.
Que la religión era esto, aquello y lo de más allá. Cuando esté sola y libre, voy a pensar
también ese asunto. Y voy a ver si era cierto lo que decía el pastor, o si puede ser cierto
para mí.
Helmer: ¡Pero es increíble en una mujer tan joven…! A ver, si la religión no te puede
guiar, dejame explorar tu conciencia. Porque supongo que todavía te queda algún
sentido moral. ¿O tampoco lo tenés? ¡Contestame!
Nora: No sé qué responder, Torvald. No tengo idea. Estoy completamente
desorientada en estas cuestiones. Lo único que sé es que tengo una opinión totalmente
distinta a la tuya. Y además, me di cuenta de que las leyes no son como yo pensaba,
aunque no puedo entender que esas leyes sean justas. ¡Cómo no va a tener una mujer
derecho a evitarle un sufrimiento a su padre moribundo, y a salvarle la vida a su
esposo! ¡No lo puedo creer!
Helmer: Hablás como una nena. No entendés nada de la sociedad en la que vivís.
Nora: No, seguro que no. Pero ahora quiero tratar de entender y averiguar quién tiene
razón, la sociedad o yo.
Helmer: Estás enferma, Nora. Tenés fiebre y no te funciona bien la cabeza.
Nora: Nunca me sentí tan despejada y segura como esta noche.
Helmer: ¿Y con esa seguridad, con esa lucidez abandonás a tu marido y a tus hijos?
Nora: Sí.
Helmer: Entonces hay una sola explicación posible.
Nora: ¿Cuál?
Helmer: Que ya no me amás.
Nora: No, por supuesto.
Helmer: ¡Nora! ¿Y me lo decís así?
Nora: Lo lamento, Torvald. Porque siempre fuiste bueno conmigo… Pero no lo puedo
remediar. Ya no te amo.
Helmer: (Haciendo esfuerzos por dominarse) Por lo que veo también de eso estás
perfectamente convencida.
Nora: Sí, perfectamente, y por eso no quiero quedarme ni un instante más acá.
Helmer: ¿Me podés decir cómo perdí tu amor?
Nora: Sí, claramente. Fue esta noche, cuando vi que no se producía el milagro que
estaba esperando. Ahí me di cuenta de que vos no eras el hombre que yo había
imaginado.
Helmer: Con eso no me alcanza.
Nora: Torvald: esperé ocho años, ocho años… Sabía que los milagros no se realizan tan
seguido. Y por fin llegó el momento de la angustia y me dije con toda seguridad: acá
llega el milagro. Cuando la carta estaba todavía en el buzón, no me pude ni imaginar
que fueras capaz de doblegarte a sus exigencias. Estaba absolutamente convencida de
que le ibas a decir “vaya usted a contárselo a todo el mundo”. Y cuando hubieras hecho
eso…
Helmer: ¡Cómo! ¿Cuándo hubiera entregado a mi propia esposa a la deshonra?
Nora: Cuando hubieras hecho eso, tenía la absoluta seguridad de que te ibas a presentar
para hacerte responsable de todo, que ibas a decir que eras vos el culpable.
Helmer: ¡Nora!
Nora: ¿Me vas a decir que yo nunca iba a aceptar semejante sacrificio? Claro que no.
¿Pero de qué valdría mi palabra frente a la tuya? Ése era el milagro que esperaba con
tanta angustia. Y para evitarlo, me quería matar.
Helmer: Nora, por vos habría trabajado con alegría día y noche, habría soportado todas
las penas y privaciones. Pero no hay nadie en el mundo que sacrifique su honor por la
persona que ama.
Nora: Lo hicieron miles de mujeres.
Helmer: ¡Ah! ¿Ves? Pensás y hablás como una chiquilina.
Nora: Puede ser. Pero vos no pensás ni hablás como el hombre al que yo pueda unirme.
Cuando te repusiste del primer susto, y no por el peligro que corría yo sino por el que
corrías vos, cuando pasó todo, para vos era como si no hubiera ocurrido nada. Yo volví
a ser tu muñeca, y ahora tenías que manipularla con más cuidado todavía, porque
demostró ser tan frágil... (Levantándose) Torvald, en ese momento me di cuenta de que
viví ocho años con un extraño. Y que tuve tres hijos con é1… ¡Oh, no puedo pensar en
eso ni siquiera! Me dan ganas de destrozarme.
Helmer: (Sordamente) Ya veo, ya veo… Parece que se abrió un abismo entre vos y
yo… ¿Pero no creés que lo podemos llenar?
Nora: Así como soy ahora, no puedo ser una esposa para vos.
Helmer: Pero puedo transformarme yo.
Nora: Puede ser… si te quitan tu muñeca.
Desenlace
Helmer: ¡Separarme… separarme de vos! No, no puedo ni pensar en eso.
Nora: (Con un maletín en la mano) Razón suficiente para que así sea.
Helmer: ¡Todavía no! Esperá hasta mañana.
Nora: No debo pasar la noche en casa de un extraño.
Helmer: Pero; ¿no podemos vivir juntos… como hermanos?
Nora: Sabés demasiado bien que eso no duraría mucho… (Se envuelve en el chal)
Adiós, Torvald. No quiero ver a los chicos. Sé que están en mejores manos que las
mías. En mi situación, no puedo ser una madre para ellos.
Helmer: Pero, ¿algún día, Nora… algún día?
Nora: ¿Cómo voy a saberlo? Si ni siquiera sé lo que va a ser de mí.
Helmer: Sos mi esposa, pase lo que pase.
Nora: Mirá: tengo entendido que, según la ley, cuando una mujer abandona la casa,
como yo ahora, el marido queda exento de obligaciones. De cualquier manera, yo te
eximo. No vas a quedar ligado por nada, y yo tampoco. Completa libertad para los dos.
Tomá tu anillo. Dame el mío.
Helmer: ¿Esto también?
Nora: Sí. (Helmer se lo da) Bien. Asunto terminado. Tomá las llaves. Las mucamas
están al tanto de todo lo que respecta a la casa… incluso mejor que yo. Mañana, cuando
ya me haya ido, va a venir Cristina a recoger lo que traje de mi casa. Quiero que me lo
envíen.
Helmer: ¡Terminó todo! ¿No vas a pensar en mí nunca más?
Nora: Sí, seguro que voy a pensar muchas veces… en vos, en los chicos, en la casa.
Helmer: ¿Te puedo escribir?
Nora: Nunca. Te lo prohibo.
Helmer: Por lo menos enviarte…
Nora: Nada.
Helmer: Ayudarte, en caso de que necesites…
Nora: Dije que no. No aceptaría nada de un extraño.
Helmer: Nora… ¿no voy a ser más que un extraño para vos?
Nora: (Recogiendo su maletín) ¡Ah, Torvald! ¿Qué querés? Para eso tendría que
realizarse un milagro imposible, el más grande de todos.
Helmer: ¿Cuál es?
Nora: No sé, Torvald. Tendríamos que transformarnos los dos hasta tal punto que…
¡Bah! ¿Quién quiere creer en milagros, de todas formas?
Helmer: Yo quiero creer. Decime: ¿transformarnos hasta tal punto que…?
Nora: (Resopla) Hasta tal punto que esta unión pudiera convertirse en un matrimonio de
verdad. (Se encoge de hombros) Adiós. (Sale)
(Helmer permanece en escena.
Se oye la puerta al cerrarse)

Casa de muñecasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora