Capítulo II: Pensamientos confusos

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Se arregló por enésima vez el rebelde cabello rubio que portaba en su cabeza. Llevaba un pequeño ramo de rosas en su mano y los ojos no paraban de mirar hacia todos lados. Se sentía muy nervioso y el pequeño kwami negro no le ayudaba con sus comentarios.

—Bueno Adrien.-objetó-Hablando seriamente... ¿Crees que es una buena idea?

—Cl..claro.-respondió dudoso-Necesitamos hablar, quiero saber todo lo que ha pasado últimamente...

Terminó de arreglarse y respiró hondo, tragó saliva y levantó su temblorosa mano para tocar al timbre. Extendió el ramo de rosas preparado para entregárselo a la azabache cuando abriera la puerta. Un pequeño sonido de cerradura rebotó en su cabeza y al fin la puerta se abrió sólo que, en lugar de Marinette, un chico alto, castaño y de ojos azulados se encontraba enfrente suya.

—Perdone, ¿es está la residencia de Marinette Dupain Cheng?

—¿Quién pregunta? —contestó en un tono frío, con una penetrante mirada.

—Adrien Agrest-

—Oh el mujeriego.-enervó el castaño.

—¿Qué? ¡No! Soy-

—¡Cariño!-llamó la azabache desde la ducha-¿Quién es?

—¡Nadie importante, Mari!-indicó Claude y miró vacilante a Adrien- Gran mujer ¿no? -le pusó la mano delante de su cara para que el rubio viera la sortija- Muy bella... Excelente en la cama...

El oji esmeralda enfureció, toda su cara se tornó rojiza y levantó el puño dispuesto a golpear a aquel individuo, sin embargo, el oji azul fue más rápido. Atrapó el puño de su adversario antes de que tocara su cara y lo mantuvo cogido.

—No te acerques a nosotros.-decretó y le cerró la puerta en las narices.

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Podía sentir el frío viento en su cara, moviendo su rubia cabellera al compás aire y arrastrando las lágrimas que se amontonaban en sus ojos hasta caer en el gélido suelo. Saltaba por los edificios sin dirección alguna, aunque en el fondo sabía bien que acabaría en donde todo empezó. Mientras tanto una azabache se encontraba mirando hacia el techo del dormitorio, tumbada boca arriba al lado de su prometido.

De vez en cuando le echaba miradas para comprobar si dormía y cuando pasaron 10 minutos decidió levantarse ya que le costaría conciliar el sueño. Con sumo cuidado salió sin hacer ruido hasta el balcón y quedó contemplando aquella gran luna, la misma que hace 3 años.

—¿Crees que sea buena idea...?

—Hagamoslo Mari. -interrumpió Tikki- Un paseo, hasta la Torre Eiffel, por favor.

—Pero, y si me encuentro a...

—Tienes que superarlo, en algún momento lo verás. No puedes esconderte...

La azabache quedó mirando los grandes ojos de su kwami, le suplicaban un paseo por la bella ciudad de noche y, porque no decirlo, ella también lo deseaba. Suspiró y asintió sonriendole a la pequeña criatura carmesí.

—Tikki, transformamé.

Era una sensación exquisita, había olvidado aquel cosquilleo que sentía cada vez que se transformaba, la adrenalina que se extendía por su cuerpo al saltar por las azoteas y sentir el viento en su cara, había olvidado lo bien que se sentía con aquel antifaz. Y sin rumbo alguno acabó en la mágica Torre Eiffel, de pie contemplaba orgullosa la ciudad en la que se había criado.

Grandes corazones para pequeños gigantes [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora