CAPÍTULO 2
Michael y Alicia alcanzaron a Mauro, que ya se encontraba a diez metros de la puerta del instituto. El chico lo sorprendió por la espalda, dando un golpe a su mochila, y Mauro pegó un brinco.
—¿Me dejas los apuntes de filo? —le pidió el joven pianista.
—No debería después de lo que me acabas de hacer —Michael adoptó una de sus típicas muecas de cachorrito—. Solo si dejas que me cuelgue en mi habitación una foto tuya con esa cara —cedió, señalándolo.
—¡Eso está hecho, bro! —respondió agradecido, volviendo a golpear la mochila con cariño.
—¿Y a mí por qué no? —se quejó Alicia, colocándose al lado de Mauro.
—Ya tienes los del año pasado —dijo Mauro sacándole la lengua.
—Esos apuntes no se pueden reciclar, si no no estaría repitiendo segundo de Bachillerato. De hecho, creo que son inexistentes. Y yo también sé hacer cara de cachorrito —añadió ella, plegando el labio inferior.
—Nunca estarás a la altura de Michael.
—¿Eso es un sí? —continuaba con la misma monería.
—Eso me temo —finalizó, sacando los folios de su carpeta y ondeándolos en el aire. Ambos amigos los miraban con deseo— ¡Que empiecen los Trigésimo Terceros Juegos del Hambre! —exclamó, mientras Ali y Michael fingían que se peleaban por atraparlos.
—¿Vamos un rato al FNAC y después al Faborit a hacer las traducciones que nos ha mandado el gnomo? —propuso Michael, haciendo referencia al desapacible profesor de latín.
—No me apetece, yo me voy para casa —se negó el autor de los preciados apuntes de filosofía.
—Tío, vete a ahogarte a ti y no a las fiestas —le picó Alicia, cansada de sus constantes negativas.
—No estoy de humor. ¡Hoy Zafar no me ha quitado el ojo de encima!
—¡Pero si se ha pasado el día con Tania! —replicó.
—Me estaban criticando... —murmuró Mauro entre dientes.
—Déjalo, ya sabes que cuando se pone así no atiende a razones —puso paz Michael—. Pero mañana no os libráis del batido. Os invito yo. Quiero contaros algo.
Mauro se despidió de sus dos amigos, desviándose en el atajo que lo llevaba a su casa. Alguien volvió a golpear la mochila y gruñó, mostrándose antipático, pensando que sus dos amigos lo estaban siguiendo.
—Tenía ganas de volver a verte —le dijo una voz inesperada.
—Joder, qué susto —comentó, girando su cuerpo. En cuanto conectaron sus miradas, se le alegró el rostro.
—Voy camino a la universidad —le dijo el chico con su característica chaqueta roja, como si le hubiera leído el pensamiento. Iba a hacerle justamente esa pregunta.
—¿Qué estudias? —se interesó Mauro.
—Periodismo.
—¿Y qué tal lo llevas? ¡Yo también quiero estudiar esa carrera! —exclamó, entusiasmado.
—El primer año es una peste —Mauro arrugó la nariz—. To be a pest —aclaró el chico.
—Ah, ¿que el primer año es un coñazo?
—Sí, pero tampoco está tan mal. Me gusta.
—¿Has venido a Madrid a estudiar Periodismo?
—Visito España cada año, mi familia materna es de aquí. Y tenía muchas ganas de cambiar de país. Aunque como puedes ver, las frases hechas todavía me cuestan.
—Eso te hace muy divertido —lo halagó, sintiendo cómo se sonrojaba— ¿Te gustan los fantasmas? —agregó, para evitar un silencio caracterizado por el embarazo.
—No es mi taza de té.
—¿Not my cup of tea? —preguntó Mauro, soltando una carcajada mientras el chico asentía— Vamos, que no es el tipo de cosas que más te gustan. ¿Y por qué usáis una expresión así?
—El té es la bebida nacional de UK junto con la cerveza. A todo el mundo le gusta el té.
—¿Y entonces cuando algo te gusta dices que es tu taza de té?
—Sí, pero se usa generalmente en negativo —Mauro se quedaba embelesado con el movimiento de sus labios—. So... —titubeó, mirando el reloj— Tengo que irme, llego tarde.
A Mauro le gustó que compartieran un defecto: la impuntualidad. El británico hizo amago de dar media vuelta, pero Mauro lo sujetó del brazo con cuidado, tocando la chaqueta roja por primera vez. Sintiendo un pequeño revuelo en su estómago, como aquellos que sentía cuando deleitaba a su tacto con el cuerpo de Zafar.
—Un momento, ¿cómo te llamas?
El chico giró su cabeza y lo miró, con media sonrisa adornando su gesto. Notó que Mauro había aflojado el agarre, así que se zafó de él, alejándose. A tres pasos de distancia, se detuvo.
—Elliott —habló, sin molestarse a girarse—. Me llamo Elliott Otis.
Mauro observó cómo se alejaba, pensando en que tenía que empezar a creer que existían las casualidades. El chico tenía el mismo nombre que el del protagonista de su película favorita y el mismo apellido que el de la familia que se trasladó al castillo de Canterville.
ESTÁS LEYENDO
Tazas de té
Short StoryEstán lloviendo perros y gatos. No es mi taza de té. Estoy sobre la luna. Golpear la carretera. Me siento azul. Estas son algunas de las expresiones que Yellow Dandelion ha utilizado en su nueva novela «Tazas de té», donde narra la misteriosa y fasc...