Aquello que comienza

4 0 0
                                    

De un apretón de manos papá saludo a su socio en la estación de servicio.
Rieron un poco y luego se despidieron tal cual se habían saludado, papá volvió a ponerle gasolina al auto mientras marcaba la cantidad necesaria.
Recuerdo cada vez que Jelly y yo insistiamos por parar cada vez en ésta gasolinera para comprar gomas y chocolates siempre que íbamos donde la abuela Mary.

Mary vivía a unas tres horas y media de nuestra ciudad y se ha hecho ya casi una tradición ir una vez al año en días festivos especiales como la navidad, san valentin, Haloowen, día de acción de gracias, etc. Sí el año pasado fuímos por navidad, éste año íbamos por el día de acción de gracias.

Estar en la casa de la abuela era insipido y nada emocionante para un par de adolescentes de diecisiéte años; aunque siendo honesta al entrar siempre en aquella acogedora casa llena de recuerdos de la época en la que era feliz y no lo sabía no es tan malo ni tampoco tan bueno.

Jelly estaba en un extremo de la parte trasera del auto y yo en la otra, papá al volante y mamá en el copiloto.

Sus ojos ambar miraban fijamente por la ventana, su mano derecha reposaba sobre sus piernas cruzadas una sobre la otra, sus oídos ocupados con el sonar de la música en sus aurículares y sus cabellos negros azabache sueltos; cayendo ligeramente uno sobre otro por encima de sus hombros.

Aparté mis ojos de su figura y me dediqué a ver mi reflejo por el retrovisor del auto.

Cabello negro carbón, completamente liso, pero siendo sincera siempre envidié a las chicas con ondulaciones o rizos. Nariz aguda, ojos grandes y redondos con una ligera agudez al final de cada uno; dando a entender la sangre oriental que circula por nuestras venas. Las dos diferencias entre Jelly y yo radicaban en que los ojos de Jelly eran Ambarinos y resaltantes, con un brillo casi magico, como sí ya fuera muy poco el amarillento tan violento e intenzo en ellos, mientras los míos eran como los de padre: verdes menta, sin ningún brillo ni tono intenzo, al contrario, eran apagados, de un tono opaco y sin vida. La otra diferencia era mi lunar arriba del labio, que a diferencia de mi, Jelly tenía uno junto a su ceja izquierda.
Por otro lado, el resto de nuestro cuerpo era indéntico el uno al otro; el mismo tono de piel pálido, el mismo cabello liso y negro hasta la cintura, la misma estatura, las mismas facciones, las mismas manos. Por ésta parte me hace recordar a cuando éramos pequeñas y prometimos que al crecer nunca pintaríamos nuestras uñas con esmaltes del mismo color, puesto que cada una quería su propio look, ya suficiente teníamos con ser idénticas en el noventa porciento de nuestras facciones.

Veía mis uñas azules y contaba los pequeños vellos sobre mis brazos, mientras imitaba el susurro del viento con un leve silbido casi inexistente.

June.

Junee - escuché.

- June -Volvió a repetir mi madre con el mismo tono frágil de la primera llamada.

-¿Si? - Respondí ladeando mi cabeza torpemente y con flojera, dejando a un lado mi brazo.

- Hemos llegado, cielo.

- Ah, claro - Devolví con una sonrisa perezosa.

Borré mi sonrisa para pasar mi mano por la manija y abrir la puerta del auto, pero antes por puro instinto giré mi vista hasta donde había estado Jelly en algún momento, noté que sobre su parte del asiento había una pulsera roja con un círculo azul en el medio.

La cogí y la guardé entre mis vaqueros negros y viejos.

No saben cuanto me arrepiento de haberlo hecho.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 17, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Astronauta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora