Ésta vez, pasaron cinco años. Para entonces, Maya ya había cumplido los 15, y con todo lo que había influido en ella los problemas de su familia, ella ya era más madura que cualquiera de su edad. Ya comprendía aquellos viajes de su hermano, y no pudo guardarle más que rencor por lo que hizo. Ella empezó a odiarle, poco a poco, cada vez más. Año tras año, el rencor iba reemplazando al afecto, hasta no quedar nada.
Maya cumplió los 22, y consiguió licenciarse en psicología. Desde pequeña, y sumando todos los malos tragos que han pasado sus padres con su hermano, ella quiso ayudar a la gente. A esa gente que tuviese problemas y no supiera como enfrentarse a ellos. Ella, siendo psicóloga, sabía que podría ayudar en eso.
Consiguió su plaza fija como psicóloga en un hospital infantil, donde trataría con niños de hasta catorce años, exceptuando a algunos que aún con 17 años, no les habían pasado todavía a adultos. Ese mismo año, conoció a Tania.
Se sentía feliz, porque veía progresos en sus pacientes. Los padres estaban encantados con ella, porque veían muchos cambios positivos en sus hijos. Incluso, después de tres años de tratamiento con una adolescente depresiva, los padres de ella quisieron invitarla a cenar, porque su hija poco a poco sonreía más, ya no se cortaba, y tampoco dejaba el plato lleno en cada comida.
Maya, también se enamoró en su trabajo. No era la primera vez, claro que tuvo sus rollos amorosos durante su adolescencia, pero aquella vez, fue distinto. Fue real.
Mario siempre era el que traía a su hijo, con problemas de conducta. Nunca vio a una mujer, o un hombre, acompañándole. Así que, un día, se atrevió a preguntar mientras que su hijo de 13 años, rellenaba dos hojas de un cuadernillo que hacían en la consulta semanalmente.
- ¿Y su pareja? –le preguntó ella, pillando a Mario totalmente desprevenido.
- No... No tengo pareja –respondió él riéndose-. Mi mujer nos abandonó hace tiempo.
- ¿Y por qué no me lo contó antes? –su pregunta sonó bastante brusca. Pero le vino bien para aprovecharlo profesionalmente-. Quiero decir... Si me hubiera contado esa parte la primera vez que vino hace seis meses... Habría tirado de ahí para llevar mejor el progreso de su hijo. Si su mujer les abandonó hace tiempo...
- Seis años.
- ¿Seis años? Vaya –se sorprendió y a la vez se alegró. No quería ser mala persona, pero eso no eran más que puntos a su favor-. Si su mujer les abandonó hace seis años, la mala conducta de su hijo, puede deberse a ello.
Mario observó a aquella mujer de ojos claros y bello rostro. Él no sólo iba por su hijo. Podría mandar perfectamente a su niñera y él no perdería horas de trabajo, pero Maya era tan preciosa y tenía un corazón tan enorme, que no podía evitar no ir con su hijo a la consulta semanal. A sus 30 años, no había amado a ninguna mujer más que aquella que le abandonó con su hijo. Tenía que salir de ese pozo sin fondo.
- ¿Qué tal si hablamos más de ello durante una cena?
Ésta vez fue Maya quien no esperó aquella propuesta, pero la sonrisa brillante que lució en su rostro, no fue más que una aceptación. Quedaron para esa noche, y para la siguiente semana. Y las cenas semanales, se convirtieron en dos o tres por semana. Y ya no sólo eran cenas. Eran fiestas, bailes, copas de vino, noches eternas de besos, y finalmente, un anillo de compromiso en uno de sus dedos.