CAPÍTULO UNO

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Irina

8 de Marzo, 7:50 a.m.


Estoy sentada en mi cama, junto a mi hermano, mirando por la ventana, sin poder ver más que la silueta de los árboles y las amapolas por culpa de las gotas que cayeron anoche y que se deslizan lentas por el cristal.

Me acerco a la ventana, inspiro profundamente y suelto todo el vaho que puedo, dejándola empañada. Aprovecho y dibujo una cara sonriente en este lienzo improvisado.

Suspiro. Sonrió.

—¿Qué coño haces? —rompe el ambiente mi estúpido hermano.

—Pongo los ojos en blanco y suspiro aún más fuerte —. Ya nada.

Aunque parezca tonto -que en parte lo es-, a veces mi hermano es capaz de ver más allá de todo. Si quiere es incluso capaz de averiguar cosas de las personas que ni ellos saben. Pero, por desgracia, el resto del tiempo -que resulta ser la mayor parte- lo dedica a ser un capullo.

—¡Irina! ¡Eloy! ¡Terminad de recoger, nos vamos! —dice mamá desde abajo.

—Parece que es hora de irnos —dice Eloy.

Nos bajamos de la cama y vamos escaleras abajo, donde nos espera mamá.

Tenemos que ayudarla a cargar las últimas cajas de la mudanza, así que nos ponemos a ello de inmediato.

—Voy a echar esto de menos —dice mamá.

—Yo no —contraria Eloy, dejando en el suelo un par de cajas para tomarse un respiro —. No me gusta este sitio, está muerto, no hay ambiente.

—Tienes a las vacas —respondo en tono de burla.

—Y tú a los zorros... O mejor, a las zorras.

En cuanto dice eso me giró bruscamente y lo miró con cara de asesina. Afortunadamente, parece que mamá no se ha enterado. No quiero que sepa aún que me gustan las chicas. Bastante fue para ella enterarse de que mi hermano es bisexual -y aún sigo sin entender cómo con dos años menos que yo, ha tenido ya el valor de salir del armario y yo sigo dentro- como para que se lleve otro disgusto.

Terminamos de cargar todas nuestras cosas y lo dejamos todo recogido.

—¿Crees que alguien nos comprará la casa? —le pregunto a mamá.

—Eso espero —suspira y se aparta sutilmente el flequillo de la cara. Tiene un pelo liso de color azabache que brilla mucho cuando le da el sol —. Por suerte, ya tenemos el dinero del piso. Con lo que hemos sacado, podemos alquilar algún apartamento sin ningún problema.

Aquella casa era el sitio donde solíamos veranear todos. Incluido mi padre. Desde que se separaron, mamá está tratando de deshacerse de todo lo relacionado con él. Incluso si eso significa volver a su ciudad natal, dejándolo todo.

Y, como no puede ser de otra manera, también está intentando vender esta preciosa casa de campo, pero como tenemos aquí nuestras cosas, debemos vaciarla antes.

—¿Cómo se llama el sitio donde vamos? —pregunta Eloy.

—Es el distrito 19 de Niceview. Está un poco apartado del centro, pero es muy acogedor.

—¡¿El 19?! ¿Eso no está lleno de pobres y vagabundos?

—¡Eloy! —le recrimino.

—¿Qué? ¡Por mucho que les digas "indigentes" o "necesitados" no van a dejar de serlo! ¡La gente no cambia solo por llamarlos de otra forma!

—¡Tsk! —suspiro rendida. Hay que ver la paga que nos estamos perdiendo por aguantar a este chaval... —Mamá —digo cambiando de tema  —, ¿dónde nos vamos a quedar? ¿Has conseguido alquilar tu antigua casa?

—No, es una pena. Por lo visto ya la había comprado un matrimonio hace cinco años —me contesta —. He hablado con el antiguo dueño y no están dispuestos a alquilárnosla. Aún así, no os preocupéis, ya tengo mirado un piso muy cerca del instituto. Así no tendréis que despertaros tan temprano —sonríe.

Cerramos el maletero del coche como podemos y nos montamos en él.

Mamá arranca y enciende la radio. Yo agarro mi móvil y mis cascos y pongo música. No quiero mirar hacia atrás, sé que lloraría al hacerlo, y hoy no quiero estar triste. Hoy no.

Don't Stop Me NowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora