Capitulo 10.

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Hay un cadáver tirado en medio de la calle, una nube de moscas revolotea sobre él emitiendo un incesante y desagradable zumbido. No es un humano, tiene unos brazos delgados tan largos como su cuerpo y una cabeza alargada como la de un perro.

La radio debería sonar, pero luce...dormida. La agito y trato de encenderla sin éxito ¿Se habrá aporreado el aparato? La idea me aterra, sería el equivalente a quedarme ciega.

Devuelvo la radio a mi bolsillo y cambio por la palanca, que es más liviana que un hacha de bomberos y me da la posibilidad de atacar desde lejos, me siento extraña por pensar de esta forma, es una desventaja de haber aceptado todo esto rollo de las criaturas.

Oigo un ruido y me giro. Algo viene por la calle, es alto, debe medir como ocho metros. La radio sigue sin sonar. Una vez que se acerca la suficiente veo que está cubierto de cabello lanudo y tiene una cabeza redondeada y cubierta de vendas amarillentas, sus patas son gruesas como troncos de árbol, terminan en muñones. El mamut emite un quejido, y en cuestión de minutos, ha acaparado todo el espacio de la calle y no me permite avanzar.

¿Qué pasa con la radio? No creo que pueda haber algo más grande que él.

Hay una niña caminando junto a él. No me dia cuenta al principio por el shock inicial, cuando el gigante paso junto a mi, su ojo me enfocan, una esfera roja donde se refleja toda mi silueta reducida apenas a una cabeza de alfiler. La pequeña luce normal, lleva un vestido verde con zapatos relucientes de charol, es rubia y tiene coletas.

Por dios. —Aprieto el fierro con fuerza. —¿Soy yo?

Yo, es decir, ella avanza mirándome fijamente con unos ojos grandes y curiosos, el gigante continua moviéndose hasta que desaparece de mi campo de visión, no puedo dejar de mirar a la niña.

— ¿Tienes miedo?—Pregunta, encogiéndose.

Asiento con la cabeza.

— ¿Me vas a matar?

No hay suficientes datos para dar un respuesta.

— Yo me llamo Laura. —Dice acercándose.

Levanto el fierro y doy un paso atrás. La niña se asusta, pero sigue avanzando hasta que está a dos pasos de mí.

— ¿Tienes nombre?

— Ángela Orozco. —Quito una mano del metal y se la ofrezco.

La niña se para sobre las puntas de sus zapatos y me toca la mano con sus dedos. Es un apretón débil, cargado de nerviosismo.

— Síguelo. —Me dice moviendo la cabeza en dirección al Mamut. —Siempre puede llevarte a donde quieras.

— ¿Eres real?

Su respuesta es una sonrisa, se da la vuelta y echa a correr.

— ¡Ey, espera!

La criatura se ha quedado de pie en medio de la calle, en cuanto me acerco, brama y comienza a avanzar nuevamente. En cuestión de minutos tengo que correr para poder alcanzarlo. 

El poema de los muertos.-ESTADO DE EDICIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora