Capitulo 6.

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Despierta.

Me paso la lengua por el labio inferior, está roto, tengo la barbilla empapada de sangre. Cuando trato de mover mi brazo derecho lo noto dormido, me ha esposado al poste de una cama. También noto algo palpitante y desagradable no muy lejos de mi ceja derecha, un chichón.

¿Dónde estoy?—Me duele tanto la cabeza que es una tortura abrir los ojos. Tampoco quiero ver el rostro de quien me capturo, si es que lo tiene.

No llevo puesta la chaqueta, me ha quitado eso entre otras cosas.

Mi libélula. —Muevo mi mano velozmente a mi cuello y acaricio suavemente sus alas con las yemas de mis dedos.

—Despierta, niña. —Dice una voz ronca.

No he percatado el olor a humo que inunda la habitación. Veo cortinas de colores opacos adornando las ventanas, están manchadas de algo que bien podría ser sangre, bien podría ser humedad. Un cuarto de hotel con pocos muebles y tablas en las ventanas.

Noto un frio en el estómago.

Tiene la cara tapada por esa tela, sus ojos son azules y claros como el hielo, pero parece que no miran nada, incluso aunque me enfocan, no quiero imaginar las cosas que debe presenciar una persona para tener una mirada tan aterradora como la que él me lanza. No es eso lo que me asusta para variar; tiene mi revolver, es decir, su revólver. Lo hace girar entre sus dedos con el tambor suelto, lo toma y lo deja caer varias veces, luego vuelve a armarlo y me apunta con él.

Quiero que hable, pensar que no tiene voz es como darle una nueva característica a su falta de humanidad. En lugar de eso, deja el revolver en el suelo y se lleva las manos a la nuca, sus dedos abren el nudo y la tela se desliza por su cara.

Cierro los ojos otra vez.

—No seas ridícula, mujer.

Le miro.

Su piel esta pálida por falta de luz solar, los ojos algo hundidos por el hambre, igual que las mejillas huesudas, que muestran arrugas algo prematuras para un chico de su edad, y cicatrices que parecen puntos oscuros.

Cicatrices por pellizcarse los granos. —De pronto me siento como entre humanos otra vez

Es joven, seguramente menor que yo, pero es un humano, igual a mí. Su cabello es corto y oscuro, y su rostro y su cuerpo son delgados, tiene suficiente tamaño para ser fuerte así como es alto, tiene manos de pianista, dedos largos y delgados.

Se pone de pie y camina hacia mí, no sé qué quiere hacerme así que retuerzo para alejarme de él. Levanta su mano y me da un puñetazo que me hace ver estrellas. Tiene el mapa, mi mapa en el bolsillo trasero del pantalón.

— Estoy atrapado por tu culpa, pistolera. —Me dice poniéndose de pie.

Ha improvisado una fogata con libros y madera del suelo a un lado de la puerta, no creo que se dé cuenta de lo inflamable que es la alfombra, que a cada minuto amenaza con arder por completo. Toma un libro de una pila que tiene junto a la chimenea y le arranca un par de hojas. El fuego no es muy grande, y produce más humo que llama, pero agradezco que caliente la habitación. Hay una cacerola junto que deja salir un olor que reconozco: Café.

Qué curioso, también ha puesto frascos con sal en las ventanas, en ambos lados de la puerta, y cerca de mí.

— ¿Por qué?—Logro decir cuando tomo aliento.

Me he recuperado en seguida del golpe, le sorprende mi fortaleza, lo suficiente para que la pregunta merezca respuesta.

— ¿Tú que crees?—Dice moviendo la barbilla. —Por la niebla.

Vuelve a sentarse y saca mi radio de su chaqueta, lo veo sacar otra, una versión más actual y verde, pequeña con una bobina y una antena. Enciende ambas, suena como palomitas de maíz.

— Dime de donde la sacaste.

— Ya te lo dije...imbécil. —Añado el imbécil para sonar despreciable, no lo logro. —La robe.

— Mentira.

— Cree lo que quieras.

Volvemos a quedarnos en silencio, acompañado por el sonido de la radio. Su brazo herido luce muy mal, cubierto de vendas y sangre.

— Lamento...— No sé qué estoy diciendo. —Lamento haber dejado que esa cosa te atacara.

Comienza a reír.

— No necesitas mucha ayuda para eliminar penitentes. —Se me queda esa palabra, penitente.

— ¿Hablas del mono?—Trato de olvidar que me golpeo y trato de volarme la cabeza. Me concentro en lo importante, él puede ayudarme a llegar a encontrar a mi madre. — ¿Así llaman a esas cosas aquí?

— Ya no hables.

Se levanta y va a mirar por la ventana, el revólver descansa en la alfombra, creo que puedo alcanzarlo con mi pie, no logro moverlo, pero logro acercarlo lo suficiente a mi mano. Con una mano logro alzarlo y le apunto. La radio comienza a soltar chillidos para luego quedar en silencio.

— No es mi primer rodeo. —Dice cuando aprieto el gatillo y el arma no hace nada, ha quitado las balas.

Saca una de su bolsillo y me la arroja.

— ¿Tienes huevos para jalar del gatillo, niña?

Puedo poner la bala en el tambor y volarle los sesos, pero no puedo y siento ira por alguna confusa razón, la acción es sencilla, nada más que un movimiento con el dedo, y al mirar mi brazo, veo como parece extender un metro, o un kilómetro, y la tarea se hace imposible, tengo la sensación de que no debo matarlo, al menos, no quiero hacerlo ahora.

Esto no soy yo, no son mis pensamientos, son los pensamientos de la niebla, es lo que ella mete a tu cuerpo cuando la respiras.

El poema de los muertos.-ESTADO DE EDICIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora