Era un joven muy apuesto a la vista de todos—hasta para Rose—. Pero no era de esos jóvenes guapos malos que se creían los dueños de todo, no. No era superficial. Ayudaba en la tienda de empeños de su padre, Paulo, con el ganado y a su madre a repetir sus encargos. Su madre era la costurera del pueblo y la que cocía las ropas de la realeza, y así fue como se conocieron los dos pillos de la historia.
Un día su madre, Carola, tenía un encargo especial para los reyes y como siempre, su hijo la acompañaba para ayudar a cargar las prendas, pero al llegar se encontraron con la sorpresa de que la hija de los reyes estaba en medio de ellos esperándolos con una sonrisa mientras se mecia de un lado a otro. Le parecía la niña más hermosa que había visto, con sus cabellos rubios y ojos verdes. Saludaron con la típica reverencia a sus altezas.
—Les presento a mi hija, Miranda —anunció la Reina con una sonrisa que hacia que le confiaras la vida entera.
—Princesa —inclinó la cabeza en señal de respeto, aunque fuera una niña de siete años era la princesa y como tal se tenía que tratar —. Le presento a mi hijo, Willians.
El niño quiso acercarse y posar sus labios en la mano la princesa, pero no se atrevió, y mucho menos con la mirada de todos en cima. Tan solo se inclinó como lo había hecho su madre y como lo había hecho él al entrar.
—Un gusto, joven Will —declaró ella, con ese tono desafiante y dulce que la caracterizaba que te obligaba a hacer y obedecer lo que sea ¿cómo decirle qué odiaba que lo apodaran?, no podía. No con esa hermosa sonrisa.
Cuando Carol empezaba a sacar los trajes, los reyes mandaban a su hija a que esperara en su alcoba y el pequeño Will, su madre le indicaba que se mantuviera en la salida hasta que terminara. Miranda obedecía sin rechistar, esperaba unos diez minutos, abría poco a poco la puerta y asomaba su pequeña cabeza para mirar a ambos lados del pasillo, con cuidado corría hasta llegar al salón donde él se encontraba, con solo darle una sonrisa de boca cerrada a los guardias que le decían que, podrían descubrir que no estaba en su alcoba, lo tomaba por la muñeca y lo llevaba a todos los lados del castillo que conocía. De ahí lo demás era mágico, risas, chistes, juegos y mucho más que hicieron que fueran los amigos más inseparables del reino. Sus padres al tiempo sabían de su fuerte amistad y estaban orgullosos de eso, pero temían a que esa amistad pasara a algo más.
A los meses fueron a entregar otro pedido. Los dos niños inocentes eufóricos por verse, ya no tenía que escaparse de su alcoba y con un engaño blanco a sus padres, se dirigieron al enorme jardín con su permiso y se sentaron en un banco de piedra. Los dos tomados de las manos.
—¿Por qué azul? —era su pregunta cada vez que la veía con un vestido azul, pero de diferente encaje. Y aunque sabía la respuesta, tenía la esperanza de que dijera otra cosa.
—¿Por qué no?
—Igual te queda bien.
Ríe. Se miraban y sonreían. Dos miradas y dos sonrisas tan inocentes.
—Me gusta tu sonrisa.
—¿Porque es blanca?
Soltó una carcajada, negó. Con su pulgar empezó a hacer círculos en su palma. —No, porque soy yo quien la provoca.
—Cuando estás siempre sonrío, ¿es bueno eso?
—Sí, muy bueno.
—¡Lo sabía! Estaré siempre contigo para sonreír todos los días.
—¿Sólo por eso? —preguntó bajando la cabeza, parando sus movimientos circulares con el pulgar. Le desilusionó que le dijera aquello, ya que él no estaba con ella por eso.
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Un plebeyo y una princesa
Romance❝Un lindo amor prohibido.❞ NO SE PERMITE COPIA U ADAPTACIÓN DE ESTA HISTORIA. DI "NO" AL PLAGIO Y SÉ ORIGINAL. ----------------- Inicia: 06 de septiembre del 2017 Termina: ** de ***** del ****