Tres.

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Todo había quedado precioso, el salón principal estaba iluminado con tres candelabros gigantes ubicados en fila. Todo era perfecto. En la esquina se encontraba una estatua de un niño con a las y en sus manos llevaba un arco con una bolsa llena de flechas, a su costado se hallaba la gran mesa con todos los postres y comidas que te pudieras imaginar, pasteles de cada sabor y decoradas de distintas maneras. Y no podría faltar, en el centro se encontraba el gran pastel de siete pisos con cinco capas cada uno. Las incrustaciones en las paredes del castillo son las que le daban ese toque delicado y lujoso, de un color perla que con las velas iluminaban más el salón.

Miranda se encontraba en su alcoba con tres damas que arreglaban su vestido. Podría decirse que seria el más pomposo que hubieran visto, de color azul marino con pedrerías en sus hombros, cintura y casi en todas partes. Era obvio que la mamá de Will se lo hizo, con tan solo ver esos delicados adornos podrían reconocerlo.

—Princesa —llamó una de sus damas, tenía puesto el uniforme oficial del reino, con el escudo en el centro—. Se encuentra magnífica. Seguro resaltará esta noche.

—Claro que lo hará —afirmó la segunda dama. Más atrás la que faltaba por hablar asintió dándole la razón. La rubia solo se limitó a sonreír y agradecerles en silencio.

Al salir las tres chicas se quedó al frente del espejo, mirándose con atención y sin perder aún la sonrisa de su rostro. Estaba más hermosa que de costumbre y como dijo una de las demás, resaltará esta noche y más aún que es su fiesta, pero ella tenía otros pensamientos. No estaba bien y no era el vestido ni su gran peinado, era ella. Estaba pálida, se sentía sin fuerzas.

Tres golpes a la puerta y la voz de un guardia se escuchó. —Es hora de salir, princesa.

No quería, meses atrás estaba emocionada por este día pero todo se había venido a la borda después de aquella reunión con la principal. Hoy estarían todos, cada uno de ellos sin falta sólo para ver su fracaso. La reunión de la cual hablo es la que hicieron hace unas semanas, la que por primera vez asistía y que no fue tan agradable.

—Hablanos, Miranda —dijo el lider de la principal, un señor mayor con gran estómago y barba blanca. Asintió en respuesta —. ¿Qué harás al tomar el trono?, ¿en serio estás segura qué podrás con tanto tú sola?

—Sí —afirmó—. Sé que podré hacerlo. Toda mi vida me han preparado para esto, para ser una buena lider. Conozco al pueblo, ellos me conocen a mí. Y aunque no es fácil, estoy segura que gobernar no será ningún problema.

El consejo se miró y comenzaron a murmurar palabras poco entendibles para ella, eso hizo que empezara a temblar de los nervios. Tenía que relajarse.

—Me gusta su optimismo, princesa —aquella última palabra la soltó con desdén como si estuviera burlándose de ella—. Pero no será suficiente para poder con todo un reino. Necesitarás a alguien que esté a tú lado en cada reunión o batalla que debas enfrentar, no todo se puede hacer solo. Un esposo es lo que necesita —miró a los demás miembros y asintió—. El príncipe Raúl es un buen candidato para serlo, señorita. Y al casarse podrán unir reinos, más ganancias y más poder.

—¿Más poder del qué tenemos? —interrumpió confundida. Quería golpearse por haberlo hecho.

—Como escuchó —bajó sus gafas—. ¿O prefiere a alguien más?, porque veo que no le agradó la idea de que él fuera. Al príncipe le gusta y es suficiente, ¿o tiene otro en mente? —quiso decirle que sí, que había alguien a quien amaba con su vida pero no se atrevió. Apretó los labios y calló mientras el señor la miraba impaciente—. Eso pensé.

Sus padres se encontraban atrás observando todo sin interrumpir.  De repente le entraron unas ganas de llorar por lo que le estaban diciendo. Todos empezaron a recoger dando así fin a su disputa.

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⏰ Última actualización: Apr 28, 2020 ⏰

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Un plebeyo y una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora