Capítulo 2

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Dos días duró la travesía por el mar Adriático. Su situación geográfica suponía que las mareas fueran estables mientras no hubiera demasiadas tormentas, por lo que la embarcación no se meneó demasiado durante las noches. Con los ronquidos de los bucaneros junto a los que ambos dormían, resultó casi imposible conciliar el sueño. Leonardo dormía a su lado, de costado y espaldas a él, y parte de las noches que pasaba velando por quedarse dormido, las salvaba observando su espalda, enrollado en una manta pequeña y hecho un ovillo. No podía evitar recordar aquel efímero momento en el que le vislumbró en el fondo del carromato en medio de la persecución. El Asesino se acomodó, y buscó la forma de conciliar el sueño, aunque solo fueran un par de horas hasta que las primeras luces del alba llamaran a la tripulación a volver a sus puestos.

Venecia contrastaba con el continuo gris que reinaba en Forli. El clima, mucho más placentero, atrajo una temperatura que avivaba a hacer cosas, e incluso se le había olvidado el malestar que había cargado tras lo ocurrido a las puertas de la ciudad amurallada. Cuando descendió del barco por la rampa que habían colocado hacía más de diez minutos, la misma que la tripulación usó para bajar las diversas maletas, se quedó vislumbrando el paisaje. Sin embargo, desde que entraron al enorme canal principal, el Gran Canal, la constante entrada de información visual y procesamiento le había mantenido sumido en una pequeña burbuja de cristal: casas altas, torreones, varios edificios históricos, fortalezas, murallas... y muchos guardias. Ya contaba con los hombres de Borgia, ni Florencia ni la Romaña habían estado exentas de ellos, pero su número allí era preocupante y, sin la hoja, debía tomar numerosas precauciones.

Debía estar pendiente y pedirle a Leonardo que se encargara de reponerla. La falta de sueño había provocado que las bolsas bajo los ojos del pintor se hicieran aún más evidentes que cuando pasaba tiempo sin dormir, seducido por una idea. Sin embargo, el grisáceo de la piel provocaba un irreal atractivo que avivaba aún más el color azul cielo de sus ojos. Incluso en la distancia podía verlo: brillaba a pesar de la cantidad de transeúntes. Cuando se hubo acercado suficientes pasos al rubio atareado con su equipaje, ladeó el torso con aquella sonrisa socarrona, y a punto estuvo de dedicarle una invitación a ayudar que más bien habría parecido el inicio de un flirteo, pero fueron interrumpidos por un tercero en discordia.

― ¿Messer Da Vinci? – Detenido bajo esas palabras y la atención del rubio sobre quien las pronunció, comenzó a cuestionarse a qué se debía aquel intento tan desquiciado que había estado a punto de realizar.

― ¿Sí?

― Boungiorno, bienvenido. – El hombre ataviado en los bombachos característicos y el peto de lana teñida, se acercó abriendo los brazos -. Soy Alvise. El señor Dona me ha pedido que le escolte hasta el taller. ¿Está listo?

Sutil fue la mirada de soslayo que Leonardo dirigió al Asesino junto al que estaba, y el segundo confirmó su disposición para seguir con él. Sonrisa ladeada de labios del artista, y la cicatriz que cruzaba los del Ezio se deformó al alzar él también las comisuras, emprendiendo la marcha.

No prestó mucha atención a lo que iba mencionando aquel escolta que más parecía un guía turístico. Se cruzaron con guardias, pasando por delante de monumentos o lugares importantes durante el trayecto: el puente de Rialto atravesando el Gran Canal, San Giacomo de Rialto... El mercado llamó más su atención, no por las especias o las sedas, sino por la presión y el abuso de la guardia en esas zonas, que acercándose a mercaderes que estaban presuntamente fuera de la ley, empuñaban los filos de sus armas como método indiscutible para infundir temor. El poder bajo la presencia del miedo. El semblante del Asesino se mantuvo impertérrito, pero la escena quedó en su memoria, junto con las caras de los guardias. Cuando se trataba de mujeres, solo quería llamar la atención. En el arte del asesinato prefería actuar en las sombras. De haber saltado en aquel momento, habría atraído todas las miradas, y pasar desapercibido por Venecia habría supuesto un problema. Además, tenía a alguien a quien quería proteger y, hasta que no estuviera en su taller, no comenzaría el reconocimiento. Intercambió una mirada con el sujeto de su preocupación, cuya mirada azul cielo estaba cargada de pesar. Leonardo era empático con todos a su alrededor, y Ezio estaba seguro de que sería incapaz de empuñar un arma en contra de otro ser humano.

Thread of Fate ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora