Capítulo 3

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La siguiente semana la dedicó a administrar el tiempo. Antonio, el que parecía el estratega oficial del gremio de ladrones de Venecia, le había indicado qué podría hacer para ayudarles a recomponerse y ser capaces de asaltar el Palacio de la Seda y acabar con Emilio Barbarigo y su reinado del terror. Tras numerosos encargos, una noche ocho días después de haber recuperado la hoja oculta, se movía silencioso por los tejados, buscando a los arqueros que debía neutralizar para dar paso a una sustitución que permitiera la incursión más o menos satisfactoria. Debía darse prisa antes del amanecer, por lo que fue sincronizándose con cada uno de los ladrones para que, en menos de tres cuartos de hora, hubieran conseguido hacerse con los tejados en torno al palacio.

El problema llegaba con los patios del mismo: al menos un Bruto, y numerosos guardias. Si los ladrones se encargaban de despistarlos, podía hacer el resto del trabajo, por lo que se apresuró a conseguir un grupo numeroso que le siguió sin problemas, dispuestos a ayudar en lo que hiciera falta.

― Vamos.

Indicó, al ver la entrada lateral custodiada por cuatro guardias armados. Sin embargo, quizá llevados por la venganza o porque tenían el cerebro tan lavado como los seguidores de Borgia, enseguida picaron el anzuelo y se dedicaron a perseguir prestos a los hurtadores. Sería entonces cuando el Asesino aprovechó para colarse en el palacio, aunque detuvo sus pasos casi en seco al ver al Bruto. Ni siquiera llevó la mano a la espada, se limitó a evadir los golpes de la alabarda que portaba, hasta que vio la posibilidad de rodearlo y usar la hoja oculta. Rápida y silenciosa, no se había recompuesto el hombre de lanzar el arma con gravedad incluida, y ya sucumbía de rodillas presa de la fugacidad de la vida, hasta que cayó inerte, tintineando. Guardó la hoja y besó el guantelete.

"Gracias por esto, Leonardo".

Escaló por la fachada del Palacio, tal y como había aprendido los últimos días, con aquel impulso que le permitía llegar un poco más alto, hasta que estuvo en el mismo tejado. Emilio se encontraba hablando con otro de los Templarios, pero no tuvo tiempo, si quería mantener el silencio y la calma, de acabar también con el otro. Se internó en el lugar, neutralizando en silencio los posibles guardias que hubieran resultado molestos a la hora de dar una alarma, y atacó al Templario por detrás.

Fue grata la vista de ver a todos los ladrones disfrazados de guardias subidos al tejado del patio interior del Palacio en el que había acabado con otro peón más en aquel juego de poder, entre los que estaba la propia Rosa. Tras abrir la puerta a Antonio y tener una breve charla, se disponía a dejar el lugar cuando la ladrona se le acercó.

― ¿Te ha dado Antonio una recompensa? – El hombre mostró un pequeño saquito de terciopelo negro atado con un cordel.

― Aquí está. – Esgrimió una media sonrisa pretenciosa.

― Y... ¿ha sido generoso?

Maestro en el arte de la seducción como era, habría sido capaz de distinguir la insinuación a kilómetros. Algo, sin embargo, parecía haber cambiado. Ya no le interesaba tanto retozar con mujeres hasta la extenuación. En Forli, durante los días que pasó allí, sucedió algo similar: tras ganar una carrera a caballo haciendo el favor a una damisela en apuros, su recompensa fue algo parecido, un mero provecho sexual. Sin embargo, no llegó a disfrutarlo como en otras ocasiones, estando más pendiente de otros asuntos en su mente que, aunque durante la noche le daban tregua, durante el día no perdonaban un segundo. Rechazó la propuesta de la mujer de la manera más galante que pudo, y prefirió buscar una habitación en la que pasar parte de la noche. Necesitaba descansar, y esperaba que el constante murmullo del interior de su mente se callase.

Thread of Fate ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora