Capítulo 4

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                Cuando se despertó, ligeramente desorientado, no oteó a Leonardo dentro de su campo visual. Había luz suficiente para indicar que sería medio día o media tarde, y se incorporó unos segundos después de acostumbrarse a la claridad. Arrastró los pies los primeros pasos, hasta que el mármol del suelo le obligó a ponerse las botas para evitar que se le congelara la piel. No sabía dónde estaba el artista, pero su armadura estaba pulcramente recogida sobre una de las mesas de trabajo, pulida y reparada. Una de las partes del guantelete derecho, el que se rompió durante la pelea de esa madrugada, había sido sustituida por una placa de acero, aparentemente ligera pero muy resistente. Pero, de entre todas las cosas, lo que más le llamó la atención fue una modificación en el izquierdo, donde se hallaba la hoja oculta, y en cuyo lugar parecía haber sido incorporado un cañón.

― Encontré el diseño en las páginas del Códice que me trajiste. – Vio primero la taza de té de menta que dejó sobre la mesa, a su lado. El Asesino se giró.

― ¿Un cañón oculto?

― Así es. Me resultó impresionante, no sabía si podía construirlo, pero ahí está. – Señaló el arma, acostumbrado a gesticular continuamente -. ¿Pudiste descansar?

― Hacía tiempo que no dormía tan bien – confesó, recogiendo el guantelete que iría en su zurda para comprobar la comodidad de la nueva adquisición.

― Ezio... - el tono de preocupación con el que habló le obligó a alzar la mirada mientras se ajustaba la armadura que poco a poco se iba poniendo, hasta que las grebas adornaron también la indumentaria -. ¿Tu siguiente misión tiene que ver algo con el nuevo Dogo, Marco Barbarigo? – No le sorprendió que lo supiera. A pesar de su inocencia, era perspicaz, mucho -. Antonio se pasó por aquí hace algunos días. Él tiene información, creo que está en el distrito sur. Pregunta por la hermana Teodora, ella te guiará.

― ¿Una monja? – Le resultó gracioso que tuviera ese tipo de amigos.

― Sí... bueno... - bajó la mirada, buscando otro punto en el que fijarla, e incluso llegó a carraspear -. A su manera. Y hoy no puedes ir armado por la calle. – El Asesino meditó unos segundos antes de acercarse a quien ya portaba la vestimenta con la que acostumbraba a verle. Colocó las manos sobre sus hombros y asintió.

― Gracias, Leonardo. – Un suave brillo nacarado en otro punto del taller atrajo su atención, pero sería el rubio el que diera un respingo.

― Oh, eso. Ya se me olvidaba – dio un par de pasos, recogiendo la máscara de color blanco y remates dorados que le entregó al Auditore -. Entre esto y la capucha tu identidad estará a salvo.

Poco acostumbrado a ese tipo de accesorios tuvo problemas para colocarlo sin que se le cayera y, al final, fueron los delgados dedos del artista, sorprendentemente con una piel extraordinaria para el uso que le daba a sus manos, los que tuvieron que colocarlo. Cercanía que, de repente, parecía tan poca como demasiada, y bajo el amparo de la máscara, no retiró la mirada de sus dos ojos azules. Y, en algún momento, deslizó los orbes castaños hacia los labios entreabiertos por la concentración que portaba el artista. Carnosos, rosados, enmarcados por una pulcra capa de barba perfectamente recortada. Debió detener los impulsos más instintivos para no cometer una locura.

― Listo, no creo que se te caiga.

― Gracias de nuevo, Leonardo.

― De nada. – Extendió los brazos, una postura muy suya, pero de nuevo se mantuvo con los labios entreabiertos y la mueca de preocupación, llamaron la atención del Asesino, quien había hecho el ademán de moverse -. Ezio...

Thread of Fate ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora