3. Viene en paz

1.1K 153 40
                                    

Quieto, con una gota de sudor bajando de su frente hasta caer en el ojo izquierdo comenzando a incomodarle, mordiendo sus labios agrietados, pensando que es lo que debe hacer para salir intacto en caso de que ese animal se dignara a atacarlo.

Desde una distancia aceptable un hombre mantiene su vista en aquel grupo mísero que parece perder la cabeza con solo tener a uno de ellos envuelto en un pequeño problema.

Una sonrisa llena de burla se dibuja en su rostro, debe darles algo de crédito, ellos han hecho lo que él; alejarse de la ciudad al ver a todos inutilizar la cordura solo por un poco de alimento. El verdadero problema está entre las calles de los estados antes más poblados; hombres y mujeres de todas las edades atacándose entre sí, creando grupos que estén integrados por personas que actúan antes de preguntarse si fue lo correcto. Ese es el condenado problema para todo superviviente en Venezuela, pelear con tus propios hermanos para comer y no aliarse para ser uno solo, combatiendo con lo que debería ser su prioridad: Defenderse de las bestias.

Decidido se aproxima con cautela, con un arma de largo alcance entre sus manos cubiertas de vendajes ensangrentados y lodo.

Le falta el dedo pulgar de la mano derecha, suelta un quejido al sostener con más fuerza su arma.

El primero en percatarse de su llegada es Constanza, quien tiene un tiro limpio a su cabeza. Amenaza con dispararle, pero éste alega venir en paz, sin deseos de meterse en líos.

     —Tranquila fiera, no es a mí a quien debes apuntar —cada palabra aumenta el acento colombiano en su voz.

     — ¡Quieto! —el encono en su orden hace que aquel desconocido hombre detenga su paso con vacilación.

     —Apunta al animal, es quien sí podría matar a uno de los tuyos —puntualiza, con rostro ceñudo al ella negarse dejar de apuntarle—. Solo pretendo ayudar.

Nadie consigue creerle una sola de sus palabras. Cuando aquel decide quedarse en su sitio y no avanzar más, Daniel se deshace del niño dándoselo a su madre.

Está seguro que esto se debe al grito de Kerión, aquel debió seguirlos a una distancia considerable para que ni siquiera José lo notase.

Pasa a un lado de Constanza, sacando de su espalda una cuchilla enfundada con la que pretende usar si ocurre algún infortunio.

     —Mata a ese animalejo antes que José haga una locura —ordena a Constanza antes de quitar sus ásperas manos sobre su hombro.

En un rápido movimiento el desconocido se mueve de su lugar, desapareciendo entre los arbustos, dirigiéndose con sigilo hacia donde José se encuentra. Cuando logra ver a la serpiente, le sorprende ver el tamaño que tiene y los nuevos colores que dibujan su piel sospechando que no es solo una simple culebra ya, sin embargo eso no le impide distraerse y arremeter contra el animal cuando de su bota expone un cuchillo de cocina perfectamente afilado; siendo aquel mismo utilizado para cortar la cabeza de la serpiente y parte de su cuerpo al estar atento a los movimientos de José y no los de él.

Limpia los restos de la sangre del objeto en su pantalón, volviendo a guardarlo en su lugar, siendo segundos después sacado a jaloneos de los arbustos por Daniel, quien le hace notar su furia al propinarle un golpe con el puño directamente en el estómago.

Cae estrepitosamente al suelo de rodillas, con las manos donde el golpe fue dado, dejando caer su arma. Tose, sintiendo revolverse su estómago con lo poco que ha ingerido en los últimos días.

Recluidos del exteriorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora