|| CAPÍTULO II ||

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Me quedé observándola un buen rato en la cafetería, decidí entrar, pero no acercarme, ella sintió que alguien la observaba, por lo cual observaba a todos lados a ver quién era el intruso que distraía su amada lectura, siempre con esa mirada expectante a todo, se veía algo curiosa y a la vez daba ganas de regañar un poco por ponerse tan seria, ella debía sonreír y no amargarse la vida. No logró verme por suerte, la ubicación en la que me encontraba era la ideal, le pregunté al camarero si venia seguido ella o si era la primera vez que venía a la cafetería, me confirmó que llegaba días consecutivos, pero no todos los días en específico, a veces iba en días intercalados, pero casi siempre ocupaba el mismo lugar y llegaba aproximadamente a la misma hora.

Le agradecí, pagué el café, el cual acabé de tomar con algo de rapidez y le di una pequeña propina por los datos dados, antes de retirarme decidí verla una vez más, sus cabellos ondulados estaban extrañamente acomodados en algo que simulaba ser una trenza, un mechón caía al lado de su oreja derecha.

Su lóbulo, recuerdo cuando besaba aquel lóbulo, eran nuestros días especiales, en los cuales cruzábamos un poco los limites, la ropa que llevaba quedaba acorde con la piel algo morena que poseía ya que nunca le gustó usar algún tipo de protector solar, sus piernas, aunque tapadas por una falda casi larga, daban a notar la clara piel que aún poseía, sus gafas, se la veía tan seria, tan madura, y esa mirada curiosa con la que repasaba el libro, en efecto, el tan solo contemplarla hizo que mi cuerpo sienta un gran éxtasis, no solo de placer, sino de algo mucho mayor, un indicio de ...amor...

Si, en efecto, el amor siempre estuvo ahí, reprimido por mi propio egoísmo, pero ahora, al volverla a ver se ha hecho presente otra vez, quería ir , abrazarla, volverla a sentir entre mis brazos y decirle que había vuelto, pero una parte de mi sentía que ella no mostraría la misma emoción, aunque por dentro estuviese saltando de alegría como una niña pequeña cuando por fin le compran el algodón de azúcar que tanto deseaba, no podía acercarme tan descaradamente después de la forma como la traté, ella no merecía tanta frialdad, pero lo recibió.

Cogí un servilleta, escribí un pequeño mensaje y con disimulo la dejé dentro de su cartera al pasar por su costado, sabía que ella no me vería ya que estaba muy concentrada en la lectura, salí y me dirigí a casa, debía darme un duchazo para bajar un poco la calentura del momento, es algo que no pude evitar, ya soy mayor y mi debilidad al verla se ha acentuado más, y mucho más que ella se ha vuelto más atractiva con el pasar de los años.

Hice una promesa de castidad, me guardaría para el matrimonio, mi matrimonio con ella, por lo cual, solo con ella decidí cruzar un poco los límites de besos y abrazos, traer a mi mente todos aquellos recuerdos juveniles han causado sin duda un efecto en mi.

Mientras me duchaba iba recordando las cosas románticas, algo avergonzado conmigo mismo por haber pensado en lo erótico a primera vista, aunque pensándolo bien, era efecto del amor, nuestros "Días especiales" siempre estaban llenos de amor y un romanticismo sumamente extraño, era sin duda, los indicios de un verdadero amor, recordé las cartas que ella me daba, tan llenas de poesía e ilusión, tantos proyectos que por fin se cumplirían, los había postergado pero ahora los cumpliré, recuerdo el beso que nos dimos cuando le declaré mi amor puro y verdadero, el día en el que descubrí que realmente la amaba y que con ella quería pasar hasta el último de mis días, quería que ella fuese la madre de mis hijos, quería que fuese mi esposa incondicional, aquel día, vi como sus mejillas algo morenas se sonrojaban y sus manos temblaban, yo estaba al lado de ella y con mi mano atraje su rostro al mío, fue un beso tímido por parte de los dos, ya nos habíamos besado antes, pero ese día fue totalmente distinto.

Ya era tarde, debía acabar y dar algunos retoques a mi proyecto, luego de acabarlos sin duda alguna quería ir a dormir para soñar con mi pequeña princesa, tenía que ver cómo le hablaría al día siguiente sin ir tan directo para no asustarla, no quiero que piense que he vuelto para volver a dejarla, eso no volverá a pasar, vuelvo a su vida para hacerla la mujer más feliz del mundo.

Luego de haber culminado mis pendientes y dispuesto a dormir, coloco una almohada grande a mi lado y la abrazo, la parte baja la pongo entre mis piernas y la parte superior la coloco entre mis brazos, parece algo infantil, pero lo hago para simular que la estoy abrazando a ella, antes lo hacía para sentirme seguro, hasta que me enamoré de ella, esa almohada representaba su cálido cuerpo que encajaba con el mío casi a la perfección, digo casi , porque ella siempre decía que la perfección en este mundo no existe. "Nada es perfecto, ya que ante la vista de distintos espectadores cada cosa tiene por lo menos un defecto", eso decía.

Pero ante mi, ella no tenia defectos en absoluto.

Me Encanta Como me AliviasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora