II

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II

Miedo, en ese preciso momento lo único que sentí en todo mi ser, recorriéndome por cada milímetro de mi cuerpo era miedo. Esas mismas manos que me taparon los ojos me taparon la boca de golpe, iba a chillar y el sujeto en cuestión lo notó.

Mucha gente piensa que cuando te tapan los ojos, es para sorprenderte o para darte un susto y preguntar el típico ¿Quién soy? Pero yo en ese momento, sin saber porque, sentí miedo.

Cuando por fin me soltó la boca y los ojos y me pude girar, me sorprendí. Era un chico muy guapo que no tendría más que veinticinco años, ¿Cómo pude tener miedo de alguien tan guapo y a la vista tan simpático?

- Hola Lola, no quería asustarte – me dijo el con una voz muy suave que enseguida me tranquilizó.

- Ho...ho...la – le dije yo con un tono de voz que mostraba un poco de miedo, pero no como el de antes.

- Enserio Lola, no tienes que desconfiar de mí, de verdad – dijo ahora con una sonrisa en sus labios.

- ¿Perdona? Una persona me llama y me dice exactamente todo de mí, que conoce exactamente todos los detalles de mi ser y que yo no conozco de nada y encima me pide una cita, para no tener miedo y desconfiar – le solté yo.

Y de repente se ríe.

- ¿Qué es lo que se supone que te hace tanta gracia? – le espeté yo con un gran gesto de disgusto.

- Tu, eres adorable – me dijo con una sonrisa en la que me quedé embobada unos segundos – ten, te he traído algo.

De repente se saca de la chaqueta una rosa de color negro. En ese momento sí que me sorprendí.

- ¿Una rosa? ¿Una rosa negra? ¿Existen? – le pregunté yo desconfiada.

- ¿La ves? Pues entonces sí que existen – me dijo ahora de repente un tanto enfadado.

- ¡Esto es el colmo! ¿Te enfadas? ¿Enserio te enfadas? La que tendría que estar enfadada soy yo – le solté.

- Vale Lola, creo que te debo una gran explicación – me dijo, volviéndose de repente serio – vamos a sentarnos en ese banco.

- Crees bien – le dije con un tono de arrogancia mientras me sentaba junto a él en el banco.

- Un día – empezó a contar ignorando mi última aportación a la conversación – mi padre me trajo aquí. Creo que fue hace un mes o así, más o menos. Mi padre es Eugenio, el carnicero, y…

- ¡¿Tu padre es Eugenio?! No sabía que tenía un hijo – dije yo, cortándole.

- Sí – continuó el – y como iba diciendo, me trajo aquí hace un mes ya que me independicé y mi padre se vino a vivir aquí hará un año el próximo noviembre.

- ¿Y tu madre? – pregunté yo curiosa.

- Murió – dijo el bajando la cabeza.

- Lo siento, no debí preguntar – me disculpé.

- Olvídalo – dijo el moreno sacándome una sonrisa – Entonces, lo vine a visitar ya que por cuestiones de trabajo no pude en todo el año. Íbamos paseando, poniéndonos al día cuando de repente te vi. Estabas en, supongo, tu guardería abrazando y jugando con los niños y quedé embobado. Mi padre nunca me había visto así – y es posible que fuese así, en el salón de juegos hay una cristalera enorme para que los padres siempre que quieran miren como sus hijos se lo pasan bien – y empecé a intentar pasar por ahí delante cada día. Cada vez que tenía un rato, me escondía detrás de un árbol y te miraba hasta que mi padre para que lo sacara todo  fuera, me dio tu número y me dijo personalmente que no te enfadaras con él.

- No me enfado – le dije con una sonrisa – pero, ¿Cómo sabias todo eso? Lo de mis tallas, lo de mis lentillas…

- Investigué – me dijo.

- Pues no sé qué decir – le dije un poco sonrojada.

- No tienes que decir nada, simplemente quería que supieras que creo que me he enamorado – me dijo con una sonrisa de tonto enamorado en la cara.

- ¿Solo mirándome? – le pregunté con una pequeña risita.

- Amor a primera vista, supongo – me dijo empezando a sonrojarse.

Estuvimos hablando de todo un poco, del tiempo, de su familia, de sus estudios, de los míos, de Mark… Hasta que de repente vi como miró el reloj y deprisa se levantó del banco donde estábamos sentados.

- Dios Lola, lo siento muchísimo pero es que me tengo que ir – dijo poniéndose triste.

- No te preocupes, pero con la tontería, no se tu nombre – le dije soltando una carcajada.

- Dios, es verdad – me dijo soltando el también una carcajada – me llamo Lucas.

- Encantada Lucas – dije dándole dos besos.

Y se fue.

Al irse sentí un sentimiento de soledad demasiado poderoso, un sentimiento de “aquí me falta algo” que jamás había sentido antes.

Caminando a casa, vi en el cielo un globo de color morado. Seguro que en ese momento había un niño llorando desesperado porque sin querer había soltado su globo.

Y de repente el globo se enganchó en una rama y se petó, y vi como caía.

No sé porque algo dentro de mí me dijo que tenía que ir donde el globo petado había caído, y fui, sin saber que ir hasta ese globo me iba a cambiar la vida.

Un mundo que descubrirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora