Afuera nieva

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El reloj en la pared marca el tiempo a martillazos y tú y yo, seguimos aquí sentados sin decirnos nada.

Congelados en este momento, en esta habitación, mientras afuera nieva.

El tiempo pasa y tú no dices nada.

Sentado, fumas y me observas. Nuestros ojos se cruzan, los míos huyen. Se refugian en la curvatura de tu clavícula. Huesuda, imponente. Demasiado prohibido para buscar cobijo, demasiado tentador para buscarlo en otra parte.

El tiempo sigue pasando y tú, sigues sin decir nada.

¿Recuerdas, acaso, lo que solíamos ser?

Cuando las primaveras eran eternas y los inviernos cálidos. Cuando me encontraba siempre escondida ahí, en la curvatura de tu sonrisa. Cada mañana.

Estaba.

Estábamos.

Cuando tus manos frías vagaban, traviesas y curiosas por mi desnudez. Tocaban mis miedos, acariciaban mi locura. Abrazaban mi alma.

Y yo sobre la cuerda floja, desbordada, me dejaba caer. Con los ojos cerrados, lágrimas quemando, un suspiro a media garganta y el impacto inevitable. El crujido de los huesos vibrando por cada célula nerviosa de mi cuerpo. El dolor gritaba, sangrante y palpitante.


Pero tu rostro al óleo en mi pupila y todo malestar volvía a desaparecer.


Muriendo y resucitando. Y la felicidad, haciéndome cosquillas en la punta de los dedos.

¿Recuerdas, acaso, lo que llegamos a ser?

Aventureros y exploradores de nuestra sexualidad. Licenciados en la psicología de nuestros gestos. Artistas, con nuestros cuerpos como lienzos.


Filósofos de nuestra locura.


Músicos, con nuestras manos componiendo, los corazones marcando el compás. Potentes, sincopados. Ritmos llenos de vida.

Comediantes de nuestros miedos.

Libres.

Jóvenes, hermosos.

Amantes.

¿Puedes recordar, acaso, cuándo llegamos a ser lo que somos?

Yo no sé cuándo empezó, pero sé cómo y cuánto y dónde duele.

Sé que los inviernos vuelven a ser fríos, que las primaveras han desaparecido. Que los huesos rotos vuelven a doler y las heridas nunca dejan de sangrar. Que aquella música suena rota y desafinada.

Mi cuerpo tiembla y se queja.


Me dilato y me contraigo involuntariamente en un segundo, mientras todo parece cristalizarse y romperse en pedazos delante de mis ojos.


Sé que te tengo delante, que estás pero no estás.

Tu cuerpo, tu belleza. Pero ya no brilla igual.

Eres como las líneas difusas de un retrato a carboncillo, sobre un papel poroso y sepia, desdibujándote ante mí.


Sé que el humo de tu cigarro parece poner miles de kilómetros entre nosotros.


También sé, que afuera nieva y que el tiempo ha pasado.

Y que tú, sigues sin decir nada.

Afuera nievaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora