Peter subió por el viejo árbol encaramándose a sus ramas, allí no llegaba ninguna luz, pero no importaba; había realizado el mismo ascenso tantas veces que se lo sabía de memoria.Era una noche fresca y tranquila de primavera, pronto haría demasiado calor; la tierra se secaría y volvería a sentir el tiempo escaparse entre sus manos sin ningún remedio. A Peter le obsesionaba el tiempo.
Alcanzó la Copa del anciano roble y saltó la verja con la agilidad que la experiencia confiere a los viejos gatos callejeros. Una vez fuera, fue caminando por las estrechas calles, hasta llegar a una bifurcación, ante él se abría el barrio rico de Londres; filas de casas de ladrillos morados, casas habitadas por adultos en cuya memoria nada quedaba de los niños que un día fueron, adultos incapaces de ver más allá de lo que querían, más allá de esa realidad tediosa y agobiante que permitía el paso del tiempo sin oponer resistencia.
Llegó a una gran residencia de estilo Victoriano y tejado azul; la observo unos segundos considerando cuánto tiempo sería necesario invertir para conseguir una vivienda como aquella, y su conclusión le provocó un estremecimiento.
El sonido de sus zapatos golpeteando la grava interrumpió el sepulcral silencio de la noche; la carrerilla que Peter inició le ayudó a coger impulso para el salto final sobre la valla que rodeaba el jardín, una vez dentro; tras una caída amortiguada por la hierba, se dirigió como una sombra hasta la parte trasera, para sentarse bajo la segunda ventana empezando por la derecha.
Miró hacia las estrellas contemplando su luz, hasta que oyó esa voz, la voz que contenía todas las cosas buenas de ese mundo apagado, una voz llena de ternura, una estrella perdida; como cada noche, Wendy abrió la ventana de su habitación y, se asomó a esta para saludar a Peter, él aguantó la respiración como si estuviese abriendo una vieja herida o recibiendo un golpe; ambas cosas tenían algo en común; dolían y Wendy era tan bella que dolía, dolía como todos aquellos sueños perfectos e inalcanzables. Para Peter no había nada más valioso en el mundo que ese momento de cada noche; la luna iluminaba su pálida piel y sus cabellos cobrizos haciéndola aparecer un ser de otro mundo, pero lo que acaba con todas las murallas y defensas que Peter había levantado alrededor de su corazón, era esa sonrisa de labios dulces y rellenos, esa constelación de dientes blancos era un bálsamo para sus heridas; por esa sonrisa no pasaba el tiempo.
Siguiendo su ya normalizada costumbre, Wendy y Peter se saludaron, antes de que los hermanos de ella entrarán en la habitación, reclamando las fantásticas historias con las que Wendy detenía el tiempo y hacía volar sus consciencias a otros mundos llenos de aventuras y magia; era algo que llenaba de fascinación a Peter y que le permitía llevarse un poco de ese tiempo imaginario para dormir como nunca había podido dormir; como un niño libre. Pues, aunque a Peter le costaba admitirlo; él ya no era un niño, en algún punto de esas embarradas líneas que había seguido su vida había dejado de serlo, no recordaba cómo se sentía al ser un niño, pero disfrutaba al oír las voces de asombro y emoción de los hermanos de Wendy; ese sentimiento tan puro de admiración ante las palabras de su hermana hacía que Peter conociese la felicidad infantil como un espectador.
En ocasiones, había llegado a sentirse como un fantasma en la vida de aquellos niños; el lo sabía todo acerca de ellos, pero ellos, aunque pasaban mucho tiempo con Wendy nunca le habían visto y, por ingenio de Wendy, deseaban ver una versión fantástica de sí mismo; pues ella daba siempre su nombre al protagonista de sus historias.
Lo que antes eran voces llenas de júbilo y entusiasmo dejaron paso al silencio expectante; las palabras de Wendy comenzaron a fluir creando lo que ella llamaba el país de las maravillas; un lugar al que podía volar sin ningún peso ni preocupación, una tierra donde el tiempo no pasaba y el hambre no hacía mella, un país en el que el frío del invierno retrocedía ante su llegada. Lentamente Peter fue perdiendo la noción de la realidad cuando las palabras de Wendy cesaron, y entró a formar parte de la sinfonía de voces la voz de la madre de Wendy. Peter se levantó desperezándose poco a poco, una vez en pie se quedó hasta oír el "Buenas noches" lleno de amor de una madre y se fue tal y como había venido, rehaciendo sus pasos. Eran ya altas horas de la noche, cuando se tumbó sobre el colchón de su cama, dándose cuenta de que un día más había escapado de sus manos.
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Amor de dos perdidos
ChickLitPeter está perdido, ha tenido una infancia muy dura, ha sido una de esas vidas inocentes a las que les toca cargar con las consecuencias de los actos ajenos. Pero aunque Peter tenga una piel dura y curtida que solo un adulto debería tener, tambié...