Capítulo XIII. Fuego purificador

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—Iván, necesitamos hablar.

Alfredo estaba hecho un manojo de ansiedad, quería descargar con urgencia toda la tensión acumulada, pero veía a su amigo más tenso que él, con la rabia atrapada bajo su piel y determinado a llegar a dónde sea por alcanzar su meta. 

—Jacinto busca información sobre Ismael Lozano. Antonio teme que se haya comunicado con él y le contara la historia a su manera. Si Ismael envía a sus hombres nos complicarán la misión.

Iván procuraba controlar la furia que se le arremolinaba en el pecho mientras guardaba el equipo para el asalto a la mansión de Lobato en el auto que le fue asignado.

—Jacinto terminará ahogado en su propio charco. Ahora me voy a concentrar en Lobato. Con los hombres de Ismael cerca o no, igual acabaré con él. Luego me ocuparé de lo demás.

—¿Y si no lo logramos? La policía sospecha, después de lo que sucedió en el restaurante están alertas...

Iván soltó con rudeza dentro de la cajuela del auto, las armas que tenía en las manos y se giró hacia Alfredo con desafío.

—No me importa la policía, ni Ismael, ni Castañeda ni nadie más. Hoy llegare a Lobato y acabaré con cualquier amenaza que pueda afectarnos en un futuro.

—Tienes que considerar todas las posibilidades...

—¿Posibilidades? ¡Dime qué posibilidades tengo! Me enamoré locamente de la hija del maldito que me destruyó la vida y ella aún no sabe nada de esto. No tiene idea que soy el asesino de su padre y no sé cómo reaccionará cuando se entere de la verdad.

—Hermano...

—Estoy cansado de perder, de la soledad, de no tener nada en la vida. Soy un maldito homicida y ella me ha visto en acción. No sé si me teme, si me odia, o si me ama de la misma manera en que la amo. Lo único que sé, es que estoy dispuesto a llegar a dónde sea para darle un poco de paz.

Iván se giró furioso hacia el vehículo para retomar su labor.

—Los fantasmas del pasado nunca me dejaran, esa es mi condena, pero ella se merece una vida mejor.

Alfredo quedó en silencio. Miraba a Iván mitigar su rabia concentrado en su tarea. Nunca lo había visto tan abatido ni desesperanzado, hastiado de su propia existencia. Le hubiera gustado tener alguna palabra de consuelo, pero él estaba igual de vacío que su amigo. Las decisiones erradas que tomaron en la vida, aunque fueron producto de la injusticia, no les aportaron nada bueno a ninguno. Habían sido despojados, hasta del ánimo para vivir.

El teléfono de Iván comenzó a sonar. Él se alejó un poco para atender la llamada. Esperaba que no fueran más problemas que agregar a su lista de preocupaciones.

—¿Quién? —preguntó severo.

—Iván.

—¿Elena?

La sangre se le congeló. Le pidió que lo llamara si se le presentaba algún inconveniente. Si Elena estaba en peligro y lejos de él, no se lo perdonaría jamás.

—¿Dónde estás? ¿Qué sucede?

Elena vaciló por unos segundos antes de responder, con el corazón aprisionado en el pecho.

—¿Elena?...

—Me dijiste que te avisara si debía abandonar el hotel.

—¿Qué sucedió? Dime dónde estás. Iré inmediatamente a buscarte.

—Recordé dónde está la carta... la encontré.

Iván quedó petrificado. Llegó a Maracay para buscar a cualquier precio aquel maldito documento y apareció en el peor momento de su vida.

La Mirada del Dragón (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora