A la mañana siguiente, Iván se despertó con los primeros rayos del alba, sobresaltado por el ruido de su teléfono al recibir un mensaje. Enseguida se incorporó en la cama para leerlo:
Tenemos que hablar. Urgente y en privado.
Era de Alfredo. Con rapidez se calzó los zapatos para salir de la habitación.
—¿Qué sucede? —le preguntó Elena, que se despertaba por el movimiento de la cama.
—Nada, muñeca. Voy a salir un momento. ¿Qué te provoca para desayunar?
—¿Desayunar? ¿Qué hora es?
Iván se levantó y se giró para mirarla, quedó maravillado con la imagen despeinada y adormilada de Elena.
¡Dios santo, es hermosa!... pensó.
Aunque estaba fascinado, le preocupaba el camino que tomaban sus sentimientos. No era lo mismo desear a una mujer que amar cada rasgo de ella, incluso, cuando estaba recién levantada. Lo que sentía por Elena amenazaba con convertirse en una forma de dominio y él no estaba habituado a que alguien dirigiera sus acciones.
Sacudió la cabeza para quitarse el aturdimiento. Ya tendría ocasión de mirar embobado a su ángel. Ahora, debía comunicarse con Alfredo. Quizás él le aportaría la información que necesitaba para encontrar nuevas pistas. La responsabilidad llamaba.
—Son casi las seis —le dijo Iván mientras buscaba sus llaves, o el teléfono, o el arma. Algo que lo distrajera y evitara que le saltase encima.
—¿Adónde vas tan temprano? ¿Nos vamos ya?
Elena estaba confundida, Iván actuaba de manera extraña, parecía ansioso. Sospechaba que algo no andaba bien.
Él entró al baño para asearse y mojarse la cabeza con agua fría, así congelaría los pensamientos ardientes que tenía por aquella mujer.
—No. Duerme un poco más, iré por el desayuno. Al regresar nos pondremos de acuerdo sobre el recorrido de hoy —le dijo, sin dejar de ocuparse en su aseo.
Al terminar, salió como una bala del baño sin mirar a la cama. Sabía que Elena estaba allí, sentía su mirada sobre él, pero no podía perder más tiempo. Si se giraba hacia ella podría sentirse tentado a quedarse a su lado hasta que volviera a dormirse.
—Regreso en unos minutos.
Se apresuró a salir del hotel dispuesto a hablar con su amigo y volver pronto con ella. No quería dejarla sola ni un segundo. Caminó una cuadra hasta llegar a un boulevard y se sentó en un banco de piedra a la orilla de un jardín para realizar la llamada.
A su alrededor, la ciudad comenzaba a bullir. Los comerciantes llegaban a sus negocios para preparar la apertura de las tiendas y los trabajadores desfilaban de un lado a otro. En cada rincón se veía a hombres y mujeres atareados en alguna actividad.
—Alfredo ¿qué sucede? —le preguntó inquieto. Ninguno de ellos perdía tiempo con saludos diplomáticos. Si se encontraban en medio de un trabajo delicado lo mejor era encargarse de los asuntos importantes cuanto antes.
—Tengo noticias. —El tono serio y franco de su amigo le predecía algo bueno por venir. Iván esperaba que fuera acción, no le gustaba mantenerse inactivo.
—Dime todo lo que sepas.
—Desde hace meses, Antonio tenía un negocio con Leandro Castañeda, pero de un momento a otro detuvo la transacción.
—¿De qué trataba?
—Ayudaba a Castañeda a conservar relaciones con laboratorios clandestinos para la compra de medicinas para el insomnio, que contenían altos niveles de droga. Eso lo hacía viajar con regularidad a Maracay, para supervisar los intercambios, pero al detener la negociación iba igual; según Raimundo, sus pretextos eran para afianzar las relaciones con los proveedores después de canceladas las ventas.
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La Mirada del Dragón (COMPLETA)
RomanceSiendo apenas un niño, la vida de Iván Sarmiento fue marcada con sangre. Para sobrevivir tuvo que afilar sus malos hábitos y convertirse en uno de los mejores mercenarios de la ciudad. Veinte años después, se le presenta la oportunidad de vengarse d...