Deux.

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Habían pasado dos semanas.

Camila estaba recostada en su cama, llorando. Se sentía vacía, deprimida, era un sentimiento de pérdida que Jamás había experimentado.

Toda su vida estuvo tan concentrada en sí misma, que nunca tuvo la oportunidad de notar esa apatía que la consumía. Es como si le hubiese puesto un escudo de hielo a su corazón.

Su único y verdadero problema, era que, ahora que Lauren estaba muerta, el hielo comenzaba a descongelarse como si lo hubiesen expuesto en pleno sol. Era penoso para ella admitirlo, pero lo hacía.

Estaba enfocada en mirar el techo de su cuarto. Una solitaria lágrima cayendo, la tristeza dejándose ver y sobresalir en ese simple y húmedo recorrido. Dinah, quien estaba sentada a su lado, intentó secar esa lágrima con cariño, pero sólo logró causar su incontrolable llanto.

Camila se encogía como un pequeño gusanito, temblando, angustiada.

Dinah suspiró, algo molesta. Estaba cansada de su comportamiento.

— Camila... —Murmuró, sin acercarse demasiado. Tenía miedo que actuase de forma agresiva porque ya lo había hecho hace algunos días.— ¿Quieres un poco de agua? —El labio inferior de Camila tembló.

— Eso me ofrecía ella porque sabía que no me gustaba la gaseosa. —Comenzó, al borde del colapso. Quería gritar, golpear algo, o incluso entrar en coma para olvidar todo esto, pero lo retenía, sollozando con dolor. Dinah, por otro lado, realmente quería golpearla.

— Mila, sé que la situación es difícil. —Para ser honesta, odiaba hablar del tema. Su corazón se apretaba y un nudo se le formaba en la garganta. Era una sensación mala, desesperante.— Fue mi mejor amiga, pero no puedo pasar todo el día llorando. Necesito distraerme, creer que está mejor donde sea que esté y no sufrir un duelo tan deplorable como lo estás haciendo tú. —Claro que no pensaba eso, la gente podía sufrir y superar sus dolores como se le diese la gana. Le molestaba exclusivamente Camila. Le molestaba que quisiese aparentar empatía y amor, cuando claramente no era la víctima.— No has comido, ni siquiera estoy segura de que estés pasando al baño. ¿Al menos te diste una ducha?

— Lauren se bañaba conmigo. Ya no quiero hacerlo si no es con ella.—Habló entrecortado, sonando su nariz. Su completa imagen era la de una mujer miserable.

Dinah suspiró y negó, apretando el puente de su nariz.

— Camila, tenemos que hablar. —Quizás no era el mejor momento de reprenderla, pero era completamente necesario. Cometió incontables errores, y aún quedaba en su cabeza las barbaridades que dijo de Lauren antes de terminar con ella. ¿De verdad está sufriendo por amor, o sólo se quedó con el remordimiento de haberla tratado mal?

— Quiero hablar con Lauren, no contigo.

— Dios, me tienes harta. —Soltó de golpe. Camila la miró, incrédula.— No quiero ser la que aumente tu pena, pero quiero que entiendas de una buena vez que no eres la pobre inocente que la amó toda su vida, la que hubiese dado todo por ella, la que quería verla bien y feliz. —Hizo una pausa, viendo su labio temblar.— Camila, sé la mujer que nunca fuiste y afronta la situación como debes. Si Lauren no hubiese muerto, ahora mismo estarías abierta de piernas en otra cama con alguien más, sin siquiera pensar en cómo está ella.

— Eso no es cierto...

— Camila, despierta. —Bufó, casi lanzando llamas.— Deja de ser el centro de la situación porque no lo eres. Ten algo de respeto por ti y por ella.

— Eres la zorra más grande que conozco. —Dinah sabía que no lo decía en serio, pero aún así, rodó los ojos. ¿Ahora ella era la mala de la historia?— Tú sabes que yo también lo soy, pero jamás he llorado por nada ni nadie. Jamás he intentado dar lástima ni ser el centro de atención en una situación así... No me hago la víctima con su muerte. —Tragó saliva, intentando contener su dolor al decir ese horrible palabra.— Me conoces bien, no actúes como si no lo hicieras. —Sin nada más que decir, se enrolló un poco más en las sábanas, tapándose hasta la cabeza.— Y, Dinah... Para que sepas... No podría acostarme con nadie más. —Admitió. De todas las cosas que podrían decirle, esa era la única que le había provocado un sabor amargo en la boca.— Sólo Lauren conocía mis inseguridades, ella fue mi primera vez... Y ahora la última.

— Escucha...

Las dos pegaron un salto cuando sintieron cosas caer en la cocina. Camila se destapó rápidamente, mirándola con duda.

— ¿Qué fue eso, dejaste algo mal puesto?

— Claro que no. Desayuné, luego dejé las cosas sobre la mesa, ni siquiera las levanté. —Miró a Camila con el ceño fruncido.— ¿Quieres que vaya a ver?

— Obvio, esclava, qué esperas.

Dinah, de pronto e ignorando cómo la había llamado, se sintió algo temerosa.— ¿Y no puedes ir tú?

Camila alzó una ceja, queriendo reír pero sin tener el sentimiento o las ganas de hacerlo.— ¿Tienes miedo?

— Sabes lo miedosa que soy y lo creyente que soy en cosas demoniacas. —Habló rápido, casi sin entenderse.— Prometo que dejé las cosas en la mesa, no había forma de que algo...

— En esta casa no hay fantasmas, ridícula, menos demonios.

— ¿Y por qué no, Camila? —Se cruzó de brazos, negándose a bajar.— ¿No crees en esas cosas?

— Creo que estás exagerando. No me importa si crees en esas cosas o no, pero te pido que no se te ocurra hacer conclusiones imbéciles de quién podría ser el fintismi. —Camila se abrazó a las sábanas, sorbiendo un poco su nariz.— No seas paranoica, tal vez fue mi gato.

— Camila, no tienes gato.

— Entonces baja si quieres comprobar. Necesito dormir o seguir pensando en lo que haré sin mi Lauren los próximos años.

— Está bien, ya me iba de todas formas.

— Vete entonces.

Dinah se levantó, acariciando por última vez el cabello de su amiga y dejando un pequeño beso sobre su frente antes de comenzar a bajar por las escaleras. Lamentablemente, no podía irse sin recoger lo que cayó porque si no lo hacía ella, no lo haría nadie.

Entró a la cocina, sintiendo congelarse. No había absolutamente nada que recoger.

Se agachó, buscando alguna señal de trizadura o marca en la cerámica, algún vaso quebrado, algo que le hiciese saber que había caído algo, pero entonces miró hacia arriba. Veía que las sertenes colgaban sin el mínimo movimiento, todo parecía estable. ¿Qué?

— ¡Camila! —Gritó, algo asustada y desorientada, dando temblorosos pasos hacia atrás. Estás delirando, estás delirando, estás delirando, se repetía, creyendo que sí, efectivamente estaba delirando y paranoica. Camila bufó, casi arrastrándose por las escaleras sin ganas.

— ¿Qué pasó ahora?

— L-las sartenes están colgadas.

— ¿Y qué?

— ¡MALDITA SEA, CAMILA! —gritó.— ¡TE ACABO DE DECIR QUE LAS PUTAS SARTENES ESTABAN ENCIMA DE LA COCINA, NO COLGADAS!

— ¡BUENO, PERO NO ME GRITES, HIJA DE TU PUTA MADRE!

— ¡TE GRITO PORQUE ESTO ES EXTRAÑO Y TÚ NO LO ENTIENDES, CAMILA!

Camila suspiró, frotando su cara.— Contigo no se puede hablar, buenas noches.

Dinah quería ir a buscarla y pegarla al piso para que se diese cuenta de que era imposible haber escuchado semejante ruido si no había nada. 

Y una vez más, sintió falsedad al verla bajar. Camila estaba sin una sola lágrima, ni siquiera se veía tan mal como hace unos mimutos cuando estaba acostada. No podía negar que sus ojos estaban hinchados de tanto llorar, pero con más razón debía seguir llorando libremente si iba a quedarse sola.

Un vaso salió disparado del mueble. Brincó, sintiendo su corazón latir con fuerza. Ella vio el vaso, fue real, nadie podía decirle lo contrario.

— Lo siento, Camila, pero si los fantasmas te tiran de los pies por la noche, no es mi culpa.

Luego de decirlo al aire, corrió, cerrando la puerta con dureza detrás de ella.

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⏰ Última actualización: Dec 07, 2019 ⏰

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