Break

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Oscuridad. Eso era todo lo que había.

Hiraga recordaba haber entrado junto a Roberto a un pasadizo que habían descubierto en la biblioteca de la Iglesia San Bernardo, lugar donde investigaban la aparición de la figura de la Virgen María, en una de las paredes de la capilla, hecha con sangre. Desde la primera noche, momento en el que el Padre Miguel desapareció, ambos concluyeron que, como en otras ocasiones, había una historia bastante oscura y retorcida detrás. Las dos noches siguientes, desaparecieron otras dos personas, a las que encontraron muertas esa mañana. Y al parecer, esa noche era el turno del azabache.

Un dulce aroma fue lo que provocó que perdiera la consciencia dentro del pasadizo. Lo último que había escuchado era el cuerpo de Roberto caer a su lado, lo que significaba que él no había sido el único afectado. Aunque no explicaba la razón por la que se encontraba solo, en una habitación completamente oscura.

Cuando intentó moverse, pudo sentir el frío del metal contra su nuca, acompañado del sonido de las cadenas al moverse. Había sido despojado de sus ropas también, y sentía el sólido y helado suelo debajo de sí; en sus muñecas y tobillos estaba la presión de una cuerda, y no tardó en darse cuenta de que estaba amordazado, al igual de que tenía los ojos vendados.

Intentó agudizar sus sentidos para ver si escuchaba algo, pero el lugar en el que estaba se encontraba en un silencio espeluznante y antinatural. Un mal presentimiento lo invadió y, casi de inmediato, escuchó como una puerta se abría en alguna parte. El sonido de pasos acercándose le siguió, y por último, una mano helada sujetó su cabeza y lo obligó a elevarla. Hiraga intentó retroceder, pero la persona que había entrado lo evitó jalándolo de la cadena que tenía en el cuello, acercándolo aún más.

—Agh —soltó un débil jadeo cuando sintió algo húmedo y cálido hacer contacto con uno de sus pezones. «Una lengua», pensó con una mezcla desagrado y pavor.

Sintió un escalofrío en la espina dorsal conforme la persona que lo tenía prisionero avanzaba, dejando un rastro de saliva en su pecho y parte del cuello. Todos los movimientos eran extremadamente lentos, como si quisiera asegurarse de que Hiraga recordara cada cosa con exactitud. Después de los escalofríos y espasmos, el azabache sintió un dolor punzante en su hombro; sentía una especie de escozor en toda la zona, y no tardó en concluir de que había sido mordido.

La puerta pareció volver a abrirse, y esta vez fueron varios los que entraron. Por los pasos y el sonido de otros movimientos, el joven Padre concluía que en la habitación había unas cinco personas, sin contarlo a él. 

Sintió un nudo en la garganta y tragó en seco. Su mal presentimiento crecía por segundo, y en su mente no podía hacer más que rezar y pedir ayuda. Esperaba que en cualquier segundo la puerta volviera abrirse y entrara Roberto listo para sacarlo de ahí; ayudarlo, como siempre hacía.

Pero la puerta no volvió a abrir.

Alguien le quitó la mordaza y lo obligó a tomar una especie de líquido realmente dulce. Hiraga quizo vomitar, pero no se lo permitieron. Un afrodisiaco. En cuanto comenzó a sentir el intenso calor en todo su cuerpo supo qué era aquello que le obligaron beber.  Como no habían vuelto  ponerle la mordaza, mordía con fuerza su labio inferior, al grado que éste comenzó a sangrar. Había intentado gritar, pero una de las personas que lo rodeaban le había advertido de que no había nadie que pudiera escucharlo.

Nunca antes había sentido tanto pavor. Estaba completamente solo, y conforme los efectos de la droga se hacían más presentes sólo podía imaginar lo que estaba por venir.

Lo obligaron a dar una felación que terminó con el tipo corriéndose dentro de su boca. Alguien más lo golpeó en las costillas cuando escupió el semen. Sintió varias manos sobre su cuerpo al mismo tiempo; manos que lo acariciaban y tocaban con tosquedad. Pero lo que era peor, era que estaba correspondiendo. 

El calor que sentía, el dulce aroma en todo el aire, la excitación. Por más que lo intentaba, Hiraga no podía evitar reaccionar al tacto. Sintió un líquido pegajoso recorrerle la parte trasera, y al intentar forcejar y huir (cosa a la que había comenzado a rendirse a hacer), sintió un áspero golpe en su espalda, seguido de otros tres más. Pensó en las cicatrices de las autoflagelaciones del Padre Julia, y se preguntó si él también tendría marcas similares.

Lentamente sintió como alguien introducía un dedo dentro de su recto. Otros tres se limitaban a repartir besos y mordidas en el resto de su cuerpo, y el último introducía con violencia sus dedos en su boca, seguramente para apoyar a su compañero.

—¡Agh! Mnnff —era doloroso contener sus gemidos. En su boca se mezclaban el dulce de la droga con el semen y la sangre. El dolor y placer se mezclaban, haciéndole imposible pensar con claridad—... por fa... vor —atinó a decir en jadeos al sentir que el número de dedos en su interior aumentaba—... no... ¡No! ¡Ah! 

Un hilo de lágrimas escurrió por sus mejillas al sentir que los dedos salían de su interior para abrirle paso a algo más grande. Aunque lo golpearon, gritó lo más que pudo mientras las lágrimas aumentaban. Le rogaba a Dios que todo frenara, que alguien lo ayudara. Rezaba para que alguien lo sacara de ahí en cualquier momento.

—¡Roberto! —fue lo último que gritó antes de que volvieran a amordazarlo.

Lo que pasó a continuación quedó grabado al rojo vivo en la mente de Hiraga. Los dos miembros dentro de él, los pequeños vibradores pegados con, posiblemente, cinta en su pecho y miembro, y la tensión de la cuerda en éste, que evitaba que pudiera correrse. Sintió labios sobre los suyos moverse con agresión, y el escozor que provocaba el látigo cada vez que chocaba contra su piel.

—Al fin lo tenemos —comentó uno de sus captores con una risa aguda. Y antes de que el azabache formulara la pregunta en su mente, otro respondió, con el misma tono lascivo y repugnante: —. Un ángel al cual corromper.

Al escuchar eso. Hiraga supo que ese sólo era el inicio.

El inicio del verdadero infierno.


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Admito que me dolía ser más explícita... así que opté por cortarlo ahí. Nuevamente pido ayuda con la imagen que poner de portada, y espero que la historia les guste (pobre Hiraga pnp) en el siguiente cap veremos la perspectiva de Roberto, y la forma en la que tomará la tortuosa y difícil situación.

Punto de quiebre (Vatican Kiseki Chosakan)(RobertoxHiraga)(Yaoi)Where stories live. Discover now