Roberto

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Dos días. Habían pasado casi dos días desde que Hiraga había desaparecido. Cuando Robeto despertó, seguía dentro del pasadizo pero, no había rastros de su compañero. No había hecho otra cosa más que buscarlo desde ese momento.

Dentro del pasadizo el camino estaba bloqueado por una gran pared, pero era obvio que en ésta había una puerta oculta o una trampilla que lo llevaría directamente junto al azabache. Sólo tenía que encontrarla, y tenía que hacerlo antes de fuera tarde. Si llegaban a matarlo o hacerle algo... Roberto nunca se lo perdonaría.

«Hiraga es fuerte», pensó para alejar su mente de la preocupación, de otro modo no podría concentrarse lo suficiente para encontrar esa puerta secreta (y es que tirar la pared abajo no era una opción).  Aunque era difícil no preocuparse, sumando la terrible inscripción que había en esa pared:

An angel autem corrupta

Coactus sum e caelo descendittantum mortis Libera eum et inferos

—¿A qué se refiere con un ángel corrompido? —sacudió la cabeza. No podía dejarse distraer. No en ese momento. los cadáveres de los otros Padres los habían encontrado un par de días después de que éstos desaparecieran. Si no se apresuraba, llegaría demasiado tarde. Al pensar en eso, comenzó a darle un sentido a esa oración, pero su mente se distrajo al ver que había conseguido lo que quería.—. ¡Lo sabía!

Cuando vio cómo la pared se deslizaba hacia un lado al haber acercado lo suficiente la vela a la palabra «inferos», una sonrisa se formó en su rostro, pero se esfumó al recordar lo que estaba en juego. No pensó dos veces antes de lanzarse hacia el otro lado, desesperado por dar con su amigo.

—¡Hiraga! —gritó lo más alto que pudo, mientras avanzaba a ciegas por el pasadizo. Por suerte éste se extendía hacia una sola dirección. Y al final, sólo había una puerta.

Aunque por algún motivo, Roberto se sintió incapaz de abrirla en primer lugar. Se deslizaba algo de luz por debajo de ésta, por lo que concluía que había antorchas encendidas al otro lado; pero el silencio era tal, que parecía inhumano, algo que inspiraría desconfianza en cualquier persona. Pero el presentimiento de que Hiraga se encontraba al otro lado aumentaba a su vez, por lo que el castaño inhaló con fuerza antes de abrir la puerta, preparándose para lo que sea que pudiera encontrar al otro lado.

La escena a sus ojos era mucho peor de lo que había llegado a imaginar.

El azabache se encontraba en el suelo de esa habitación solitaria; despojado de sus ropas, con una cadena atada en el cuello la cual lo mantenía unido a una de las paredes. En sus muñecas y tobillos se podían ver unas marcas rojas, seguramente de ataduras. Había pequeñas cortadas y golpes a lo largo de su piel... pero no sólo eso; marcas de mordidas y chupetones también eran notorias en ésta.

Sangre y semen mezclados en el suelo. Y un pequeño rastro de lágrimas junto a su rostro. 

No había que pensar mucho para saber qué era lo que había pasado. Roberto se sintió impotente, incapaz de avanzar, miró el resto de la habitación en busca de algo (cualquier cosa), pero lo único que encontró fue la ropa de Hiraga perfectamente doblada en uno de los rincones, y una puerta simple de madera, que se veía bastante desgastada.

Por algún motivo, no sabía cómo reaccionar. Sentía las lágrimas corriendo por sus mejillas, y una fuerte opresión en el pecho, al igual que un nudo en la garganta. Todo pareció destrozarse a su alrededor, como si fuera una pesadilla. Pero no lo era. Una vez recuperado del impacto inicial, se apresuró en ir por la ropa del azabache, sintiendo el acto de haberla doblado a la perfección como un insulto, y cubrió con delicadeza el cuerpo de su amigo para después cargarlo, y llevarlo con él al otro lado de la puerta.

Terminó en el patio trasero de la Iglesia, pero no le dio importancia a ese detalle en ese momento. El cielo estaba oscureciéndose, por lo que se apresuró para llegar a la habitación en la que se estaban quedando. No pensaba decirle, por el momento, a la policía o alguien más dentro de la iglesia que había encontrado a Hiraga.

Sólo había una persona en la que podía confiar lo suficiente para contar lo sucedido.

Y esa era Lauren Di Luca.

Tenía tanto miedo de tocar a Hiraga y hacerle algún tipo de daño con ello, que apenas se encerró en su habitación encendió el ordenador y contactó al castaño que vivía en lo profundo del Vaticano. Había dejado al azabache sobre una de las camas con gran delicadeza, después de haber intentado sanar la mayoría de heridas y lavarlo (mientras lo hacía, éste no había dado ningún tipo de reacción, sólo una débil y discontinua respiración le aseguraban de que seguía con vida).

Roberto seguía sintiendo que se encontraba en el marco de esa puerta, con la horrible imagen ante sus ojos. No recordaba otro momento en el que su mente se hubiera bloqueado igual que en ese momento, por lo que cuando vio el rostro de Lauren al otro lado de la pantalla creyó haber visto también un rayo de esperanza.

 —Oh, Roberto Nicholas, ¿a qué se debe el honor? —había un toque sarcástico en su tono de voz, pero éste desapareció al ver la expresión que tenía el Padre en el rostro—. ¿Le pasó algo a Hiraga?


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Y hasta aquí queda el capítulo :'

Espero que les haya gustado, no se olviden de dejar sus opiniones, comentarios y votos, y le agradezco enormemente a @MeidenPhantom por haberme ayudado con la foto de portada de este fic. Eres un amor :3<3 muchas gracias!!!

Por cierto, las palabras en latín dicen "un ángel corrompido. Obligado a bajar del cielo. Sólo la muerte lo librará del infierno"

Punto de quiebre (Vatican Kiseki Chosakan)(RobertoxHiraga)(Yaoi)Where stories live. Discover now