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Al escuchar el sonido de la voz de su padre, Ruggero Pasquarelli interrumpió la conversación que estaba manteniendo con el embajador griego de Francia y se giró hacia él.

—¿A quién has encontrado?—el hecho de que su padre hubiera hecho el esfuerzo de acudir aquella noche allí era una buena señal. Unos meses atrás era un hombre roto, reacio a salir de su aislada villa tras su segundo y doloroso divorcio en seis años.

—A la mujer perfecta para ti  —su padre sacudió la cabeza con incredulidad, pero se le formaron unas arruguitas alrededor de los ojos cuando sonrió —A veces me pregunto si de verdad eres mi hijo. Este lugar está lleno de mujeres hermosas, y ¿a qué te dedicas tú? A hablar con hombres aburridos vestidos de traje. ¿Qué hice mal contigo?

Al ver la sorpresa reflejada en los ojos del embajador, Ruggero se disculpó educadamente y se llevó a su padre a un aparte.

—Para mí, esta noche es un asunto de negocios. Celebro este baile todos los años. Su  propósito es hacer que los ricos y famosos se desprendan de parte de su dinero.

—Negocios, negocios, negocios —visiblemente exasperado, su padre alzó las manos al cielo—¿Los negocios te dan calor por la noche? ¿Te hacen la cena? ¿Crían a tus hijos? Tú siempre estás con los negocios, Ruggero, ¡y ya eres millonario! ¡Tienes dinero de sobra! No necesitas más. ¡Lo que necesitas es una buena mujer!

Varias cabezas se giraron hacia ellos, pero Ruggero se limitó a reírse.

—Esta noche no estoy ganando dinero, lo estoy repartiendo. Y estás asustando a la gente. Compórtate. Además, no necesito que me busques una mujer.

—¿Por qué? ¿Ya has encontrado una por ti mismo? No, claro que no. Al menos, no la adecuada. Pierdes el tiempo con mujeres que no serían buenas esposas.

—Por eso las elijo —murmuró Ruggero, pero su padre frunció el ceño con desaprobación.

—¡Ya sé a quién escoges! Lo sabe todo el mundo, Ruggero, porque sale en todas las revistas. Una semana es Nicole, la siguiente una tal Giselle... Ninguna te dura más de unas semanas, y siempre están muy, muy delgadas —con su fuerte acento italiano marcando las palabras, Bruno Pasquarelli emitió un sonido de desesperación —¿Cómo vas a ser feliz con una mujer que no disfruta comiendo? Una mujer así, ¿cocinaría para ti? No. ¿Disfrutaría de la vida? No, por supuesto que no. Las mujeres que escoges tienen piernas y pelo y son como atletas en la cama, pero ¿se ocuparán de tus hijos? No.

—No necesito una mujer que cocine. Tengo personal para eso —Ruggero se preguntó por un instante si después de todo no habría sido un error invitar a su padre a aquel evento en particular —.Y no tengo hijos de los que deba ocuparse una mujer.

Su padre resopló exasperado.

—¡Ya sé que no tienes hijos, y yo quiero que los tengas! ¡Es a eso a lo que me refiero! Tienes veinticuatro años, ¿y cuántas veces te has casado? Ninguna. Yo tengo sesenta y tres, y me he casado tres veces. Ya es hora de que empieces a alcanzarme, Ruggero. ¡Hazme abuelo!

—Andrea ya te ha hecho abuelo dos veces.

—Eso es diferente. Ella es mi hija, y tú, mi hijo. Quiero estrechar entre mis brazos a los hijos de mi hijo.

—Me casaré cuando encuentre a la mujer adecuada, no antes.

Ruggero se llevó a su padre hacia la terraza que rodeaba la sala de baile y se contuvo para no recordarle que sus dos últimos intentos de matrimonio habían supuesto un desastre emocional y financiero. Él no pensaba cometer de ninguna manera el mismo error.

—¡No encontrarás a la mujer adecuada saliendo con las que no debes! ¿Y qué estamos haciendo en París? ¿Por qué no puedes celebrar este baile en Italia? ¿Qué tiene de malo Barì?

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⏰ Última actualización: Sep 26, 2017 ⏰

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Implacable Italiano -RuggarolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora