Cambios

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  – Señorita, por favor preste atención a la clase. Luego le preguntaré.

A lo lejos creí haber escuchado la voz del profesor; sin embargo, mis pensamientos estaban en otra parte: aquella tarde llena de tanto placer, donde dejé que mis compañeras de cuarto me utilizaran a su antojo. Eso nunca lo podré olvidar; pensé que la vida que estaba llevando era la indicada; que la manera en que veía la vida era la correcta, pero me equivoqué. Tuve que conocerlas a ambas y dejar que hicieran conmigo todo eso, para darme cuenta que el mundo es algo más de lo que solía creer.

El cielo estaba despejado, y los arboles danzaban al ritmo del viento; a decir verdad, el sol no emanaba tanto calor como otros días, pero yo me sentía caliente, ansiosa, insaciable. El timbre sonó, y con él todos mis compañeros acomodaron sus útiles en sus morrales. Escuché que pronunciaron mi nombre, pero no le di importancia. Necesitaba llegar a mi cuarto y poder calmar este nuevo calor que surgía en mi. A paso agigantados transité el pasillo; choqué con algunas personas insignificantes, y oí el timbre de mi celular. Como pude lo saqué de mi bolsillo trasero, sin disminuir la velocidad de mis pasos; paré en seco al ver el nombre reflejado en la pantalla.

  – Hola –respondí sin más–.

Al otro lado de la línea se escuchaba la emoción en la voz de mi pareja; emoción que yo no tenía, no por falta de amor, sino por exceso de nervios. Como pude le dije que luego hablaríamos, que ahora estaba muy ocupada y necesitaba hacer un asunto. Comprensiblemente me dijo que estaba bien, que me extrañaba demasiado al igual que su amor por mí había aumentado... Si tan solo supiera lo que yo había hecho, esa alegría se convertiría en llanto.

Tranqué la llamada y volví a guardar el celular en mi bolsillo. Por muy raro que pareciera, no sentía remordimiento alguno. Había una fuerza inexplicable que estaba dominándome, ella movía cada parte de mi cuerpo conduciéndome hasta mi habitación. Abrí la puerta y ahí estaban ellas: acostadas en la cama escuchando música, cada una con un audífono. Lauren fue la primera en verme, y me dijo:

  – Hola, pequeña. Pensé que vendrías más tarde.

Camila también me miró, pero no dijo nada al igual que yo. Cerré la puerta, caminé hasta la esquina de la habitación, y, dejando mi mochila en la silla, regresé hasta donde estaban ellas.

  – No sé que están esperando para quitarse la ropa, pero yo tengo demasiadas ganas y no tengo paciencia para esperar –les dije con autoridad mientras me quitaba la camisa–.

  – Como usted mande, capitana –expresó Camila, siendo tan ella, llevándose la mano la mano derecha hasta su frente–.

Sin duda alguna, mi vida a partir de ahora ya no sería la misma...

10 meses: ¡Camren y tú!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora