Del desenfreno a la explosión de placeres

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Al salir del baño, Camila estaba menos ruborizada. Al parecer se había lavado la cara y acomodado un poco su apellido.

Lauren, por su parte, se había levantado de la cama. Caminó hasta la pequeña nevera de la habitación y sacó un envase, cuyo contenido no pude distinguir. Luego caminó hasta mí y se sentó a mi lado. El envase lo colocó en la mesita que estaba al lado de la cama.

Y yo, bueno..., yo estaba ansiosa por la propuesta de Lauren. A decir verdad nunca había experimentado tanto en el campo sexual; era un poco reservada y por supuesto tenía muchos prejuicios en ese tema. Sin embargo, lo que estaba haciendo con estas chicas, o lo que ellas me estaban haciendo a mí, derrumbaban el muro que había construido con las infinidades de estereotipos. Me estaba dejando llevar, ¡y hay que ver que me encantaba estas nuevas sensaciones!

   – Camz, saca tu arnés. Es tu turno –dijo Lauren, apartándome de mis reflexiones–.

Camila no dijo nada. Sólo dio un pequeño brinco de felicidad; así como un niño cuando le retiras su castigo. Caminó hasta el closet, se agachó dándome una buena vista de su trasero, agarró algo de una de las cajas, se volvió a levantar y ajustando unas correas a sus caderas, se volteo exhibiendo un pequeño miembro masculino.

Al parecer estas mujeres eran perfeccionistas. Porque así como Lauren tenía uno de su mismo color de piel, lo mismo sucedía con Camila; con la excepción del color de las correas. Las de Lauren eran negras y las de Camila rosadas.

Se veía tiernamente cogible con ese arnés.

   – ¿Estás lista para otra ronda? –me preguntó la ojiverde. Su voz denotaba orgullo; pero del tipo que sientes por una persona que ha dejado sus prejuicios a un lado, y se ha dedicado a sentir–.

   – Yo... –Las palabras no me salían–.

   – Eso es un sí para mí.

Sin poder decir esta boca es mía, Lauren se sentó a mi derecha y palmeó el otro lado de la cama para que Camila se sentara. Yo me encontraba en medio de las dos cubanas; a la expectativa de sus acciones.

Lauren estiró su brazo derecho para agarrar el envase que anteriormente había sacado de la nevera. Me pidió que abriera mis piernas y lo colocó en medio de ellas. Cuando lo abrió, me di cuenta de su contenido... Hielo. Ese envase estaba repleto de hielo. No sé para qué lo querría.

Segundos después mi pregunta fue respondida de la manera más excitante posible.

Tanto Camila como Lauren agarraron unos cubitos del envase. Mi vieron con picardía; pero mi vista estaba puesta en sus manos, las cuales subieron por mi cuerpo sin rozarlo, y deteniéndose a la altura de mis pezones, colocaron los cubos sobre ellos, presionándolos y masajeándolos circularmente.

   – ¡Oooh! –expresé de la sorpresa y el placer  juntos–.

Ambas siguieron con su tarea. Recorrían mis pezones, luego mis senos y finalizaban en mi abdomen. A veces me daban pequeños besos en las mejillas; sin embargo, yo desea que llegaran a un lugar que pedía suma atención.

Mis plegarías fueron escuchadas, y Lauren fue la primera en bajar hasta mi centro, pero la condenada no iba a darme todo tan fácil. Primero me haría suplicar.

El hielo se estaba derritiendo mientras ella lo pasaba constantemente por mi vientre y principio de mi centro sin llegar al clítoris; aún no mostraba señales de querer bajar más. Camila, al ver la jugada de Lauren, agarró otro hielo y empezó a recorrer el interior de mis piernas. Sus movimientos ascendían y descendían; todos para llevarme al límite, nuevamente.

Ya no aguantaba más, y se los haría saber.

   – Ya no jueguen conmigo; por favor –mi voz manifestaba más suplica que desesperación–.

   – No sé si quieres esto –Camila dejo el hielo en el envase y abrió mi sexo con sus dedos. Permitiéndole a Lauren que pasara el hielo que tenía en sus dedos por toda mi extensión. Mordí mi labio inferior para reprimir el grito que deseaba escaparse–. O esto –mientras Lauren acariciaba mi clítoris con ese cubo helado, Camila tanteaba mi entrada con tres de sus dedos. La masajeaba a su antojo. Sus dedos se resbalaban por la humedad proveniente de mi interior; lubricación que le permitió realizar su cometido–. O esto también –introdujo sus tres dedos en mí sin tener piedad. Mi espalda se arqueó, lo que permitió que Lauren agarrase uno de mis pezones entre sus dedos, mientras frotaba los otros en mi hinchado clítoris–.

   – ¡Sí! ¡Todo; todo eso! –gemía por las sensaciones que ambas provocaban en mi cuerpo–.

No sé en qué momento sucedió, pero Lauren se había sentado a la altura de mi ombligo, sin impedir que Camila continuara con sus penetraciones en mi sexo. 

Sus dedos eran benditos; sus penetraciones celestiales; y los gemidos que salían de mi boca eran cantos angelicales.

A medida que el vaivén de sus dedos, dentro de mis paredes vaginales, iban en aumento; Lauren agarraba mis pezones entre su dedos. Los pellizcaba sutilmente, luego los acariciaba y por último los apretaba tan duro que me hacía gritar.

   – ¡Ah! No tan duro –le ordené con la poca razón que me quedaba–.

   – Cállate. Aquí se hace lo que yo quiera y punto –me refutó, inclinándose para besar mis labios sin soltar mi pezones–.

Cuando mis labios fueron atrapados por la ferocidad de los suyos, me sentí más excitada –si es que se podía–. Y es que el rosado de sus labios acogían tan perfectamente bien los míos, que me era imposible no dejarme comer por esa mujer. Su lengua trazo mis labios de principio a fin; su saliva los humectaba de una manera tan sensual y provocativa. Sin embargo, las penetraciones de Camila me impedían besar a Lauren como se debía. Mis ruidosos gemidos se refugiaban en la boca de la ojiverde; quien mordía mis labios con vehemencia, con furor. Sus dedos seguían apretando mis pezones con movimientos circulares.

Al parecer la ojiverde quería escuchar mi gemidos, porque dejó mis labios para atender mi cuello. Al hacerlo, tuve que morder su hombro para no gritar del placer; no deseaba que mis gritos traspasaran las cuatro paredes de concreto que nos aislaban del mundo exterior.

Camila cambió de puesto en la cama. En vez de estar a mi lado, se colocó detrás de Lauren. En esa posición me tenía a su merced, y a merced el sexo de la ojiverde; quien seguía besando mi cuello. Justo cuando ella iba a chupar el lóbulo de mi oreja izquierda, emitió un sensual gemido.

No sabía porque Lauren gemía si yo no le estaba haciendo nada; hasta que subí la mirada. Pude ver –y sentir– que la morena mientras me penetraba a mí con su mano derecha, con la mano izquierda embestía el sexo de la ojiverde. ¡Dios! Cada suspiro, cada gemido y pequeño grito de Lauren, aumentaban las ganas que tenía de llegar hasta la cima. Subir hasta lo alto del clímax y quedarme ahí una miríada de tiempo.

Un delicioso escalofrío empezaba a formarse en mi vientre. Los dedos de Camila se movieron tan frenéticamente que fue imposible contenerme más. A la vez que los gemidos de Lauren, el temblar de su cuerpo encima del mío la manera en que apretaba mis senos; provocó en mí una explosión de placeres. Mis paredes vaginales abrazaron los dedos de la morena con suma presión, y el cuerpo de Lauren amortiguó los espasmos de mi cuerpo.

¿Alguna vez has experimentado ese momento de quietud absoluta cuando al llegar al tan deseado orgasmo, cuando tu cuerpo sólo yace en la cama, cuando tu pecho sube y baja agitadamente por la actividad realizada, sintiendo que tu zona de placer ha sido excelentemente atendida, queriendo quedarte así por mucho tiempo sin que alguien te moleste?

Pues así me encontraba en ese momento. Hasta que la voz de Lauren me sacó de los efectos orgasmicos.

   – Aún no te tranquilices. Todavía falta lo que te prometí. 

10 meses: ¡Camren y tú!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora