capitulo 2 - Despertar (parte I)

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2- Despertar

Estaba parado en la cima de una colina baja y desde allí podía ver una extensión de terreno árido y tan desolado que era imposible pensar que allí podía existir alguna clase de vida. Hasta donde alcanzaban sus ojos todo era igual, sin vegetación, salvo por algún árbol seco que parecía que en cualquier momento se convertiría en cenizas. Al final podía distinguir un barranco profundo, y del otro lado un camino tortuoso que conducía a una ciudad oscura apenas iluminada por antorchas que parecían suspendidas en el aire. Un puente angosto de piedra, sin protecciones, que apenas si mantenía el equilibrio sobre unos pilares que emergían de lo profundo del barranco, unía los dos lados. Estaba ataviado con un pantalón angosto de color negro, de una especie de cuero opaco y resistente pero tan elástico que le daba una libertad de movimiento increíble. Tenía una remera del mismo color y material pero la tela era mas dura, las fibras con la que estaba hecha eran resistentes a cualquier impacto y a la vez eran elásticas. Un cinturón de cuero, que portaba una daga afilada de hoja serpenteante con la empuñadura de oro y obsidiana tallada se ajustaba a su cintura y unas correas con vainas se acomodaban a sus piernas con siete dagas más pequeñas igual de afiladas. De su espalda colgaba una aljaba llena de flechas sostenida por una correa que cruzaba su pecho en diagonal como un morral. Un arco estilo medieval era sostenido por su mano izquierda como si fuera una prolongación de su brazo.El viento era helado y traía una fetidez como de basura podrida que le revolvía el estómago y una extraña y espesa niebla se desparramaba por el suelo. Un chillido como de ave de rapiña, pero más fuerte y estridente, surcó el cielo negro acercándose a él. Apenas tuvo tiempo de sacar una flecha de la aljaba cuando una clase de serpiente con dos cabezas y enormes alas emergió del barranco entre la niebla. Dos enormes patas terminadas en garras como la de las águilas apuntaban directo a él. Cuatro ojos redondos y rojos brillaban en la oscuridad y se hacían más grandes al acercarse a toda velocidad. Todo el cuerpo del animal era negro verdoso y las plumas de sus enormes alas eran de un negro azabache y parecían como si estuvieran desgarradas aunque eso parecía no afectar su vuelo. Rápidamente acomodó la flecha en el arco y apuntó a donde pensó que podía estar el corazón del extraño animal; contuvo la respiración un momento y disparó. La flecha cruzó el fétido aire con una velocidad abrumadora y dio en el blanco arrancando un alarido ensordecedor al bicho, que comenzó a caer sin control. Lo siguió con la mirada pero no tuvo tiempo de ver donde caía aunque estaba cerca, una bandada de esas pestes ya comenzaba a asomar desde el barranco chillando enfurecidas hacia él. Eran demasiadas y no había donde guarecerse, así que sacó una flecha y disparó al montón derribando a una de ellas, otra flecha salió disparada y luego otra más, y otra. En un instante se vio rodeado de los bichos alados y pestilentes, estaban por todas partes rodeándolo por encima de su cabeza, volaban en círculo como los buitres en vuelo rasante. Tuvo que agacharse varias veces para evitar que lo derribaran o que lo alcanzaran con una mordida de sus bocas abiertas y llenas de afilados dientes, mientras que trataba de disparar sus flechas. Algo lo golpeó fuertemente por detrás, dejándolo medio aturdido y cayó de rodillas. De inmediato un latido punzante comenzó en la nuca y se extendió por su espina dorsal bañando su cuello de algo caliente y viscoso; estaba sangrando. Trató de incorporarse ayudándose con su arco como si fuera un bastón pero sus piernas no le respondían; el golpe había sido demasiado fuerte, los oídos le zumbaban y no lograba aclarar la vista. Sacó la daga de su cinturón justo cuando uno de esos malditos animales se posaba frente a él, amenazador y furioso.

- ¡Mierda! - exclamó

Lanzó la daga que se clavó en el pecho del animal y lo vio caer entre la bruma espesa que cubría sus ojos. Sintió otro fuerte golpe esta vez en su espalda, que lo dejó sin aliento y un mareo se apoderó de él; los brazos perdieron su fuerza y el arco cayó al suelo. Intentó levantarse pero su cuerpo se desplomó sin remedio a pesar de que intentaba por todos los medios de ponerse en pié. Sintió que unas garras lo tomaban de las piernas con fuerza y lo levantaban por el aire, pero estaba demasiado débil para oponer resistencia, apenas si podía abrir los ojos. Lo último que vio fue el barranco aproximarse a toda velocidad desde una gran altura. Luego todo se fue a negro.

Entre Ángeles y Demonios: La Daga de los Mundos (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora