El aula, después de la reconvención a que me hice acreedor, quedóen un ambiente propicio para la asimilación de esas verdades,ocasionalmente mencionadas pero siempre rechazadas por lajuventud.
Varios estudiantes de otros cursos que habían salido de su primeraclase se hallaban de pie en la puerta tratando de escuchar ladiscusión. Tadeo Yolza los invitó a pasar.
—Adelante, aún hay algunas sillas libres.
En realidad quedaban muy pocas, pero los muchachos decualquier modo entraron permaneciendo de pie en los pasillos. Alos pocos segundos el lugar se había atiborrado de adolescentescuriosos, lo cual produjo una momentánea inhibición en quienesestaban deseosos de opinar. Pero en cuanto el desorden queocasionó la inclusión de los nuevos oyentes comenzó a atenuarse,Avelina, la compañera menuda y sagaz, se puso de pie y pidió lapalabra:
Licenciado, quiero decir algo. Mi papá es autoritario y gruñón.Yo trato de sobrellevar su mal carácter eludiéndolo en lo posible yhasta lo busco cuando se enoja conmigo, sólo que con él no sepuede hablar. Permanece irritado durante días enteros tratándomemal y entonces también me vuelvo grosera.
—¿Lo eludes lo más posible y cuando se enoja contigo lo buscas?
—increpó con fingida extrañeza el asesor—. ¿Y por qué nointentas acercarte a él cuando todo está en calma, de modo natural, en tu vida diaria, como si realmente desearas suamistad?
—Lo hago —contestó Avelina emitiendo un gemido infantil.
—¿De veras? ¿Lo saludas por la mañana? ¿Lo abrazas y lo besascuando llega del trabajo? ¿Le preguntas cómo le fue? ¿Le ofrecesalgo de tomar cuando está descansando? ¿Le brindas tu ayudacuando lo ves haciendo sus labores? ¿Le das las buenas nochessiempre...?
—Soy su hija, no su esclava.
—¡Estás equivocada! \Tu compromiso con él es un compromisode amor
¡Nadie se rebaja al demostrar amor!Avelina guardó silencio frunciendo ligeramente los labios enademán de desacuerdo. Fue Tomás quien intervino entonceshaciendo gala de su habitual cinismo.
—Yo sí le hago reverencias a mi padre —dijo con una sonrisagigante— cuando mi madre me obliga.
Para su sorpresa fueron pocos los que rieron. En su intervenciónhabía más verdad que chanza. La mayoría de los hijos nosmordíamos la lengua y aguantábamos la respiración para seramables con papá cuando mamá nos lo pedía.
—Qué ingenuidad —contestó Yolza alzando los brazos enademán de desesperación—. ¿Nunca le has hecho caricias a unperro al que le tienes miedo? ¿Has visto cómo el animal gruñe yataca al detectar la hipocresía? Si una mascota percibe cuándo ledas cariño falso, imagínate el desagrado que debes despertar en tupadre al acercarte a él artificiosamente. Aunque no te lo diga, él seda cuenta de todo. Entre familiares directos no se puede fingir: lasangre se habla sin palabras y siempre con la verdad, lo quieras ono.
Los vapores del desacuerdo se habían tornado en aires dereflexión. Yo solía presumir que mi actuación teatral era losuficientemente acertada como para burlar a mi padre. Ahora meparecía una hipótesis precaria. La repulsa entre ambos tenía quedeberse a algo. (La sangre se habla sin palabras y siempre con laverdad...)
Una hermosa joven de las recién integradas levantó la mano.Calculé que tendría alrededor de diecisiete años. Me incorporé a medias para observarla bien. No la había visto antes.Hubiese sido imperdonable presenciar su particular encanto ydesconocerlo después. Por si lo anterior fuera poco, también dabala apariencia de ser sumamente inteligente y seria.
—Mi nombre es Sahian —se presentó con exquisita seguridad—.
A mí me pasa algo curioso que, a lo mejor, también le ocurre aotros. Mis padres y yo nos entendemos en aspectos superficiales,pero cuando se trata de opiniones más personales o problemasíntimos, la comunicación se corta radicalmente. Ellos dan suspuntos de vista con tal autoridad que no me es posible opinar.
Entonces me desespero y contesto con violencia, a lo que le siguesiempre un regaño mayor. Si después de los problemas procuroacercarme a ellos con intenciones de aclararlos o incluso depedirles perdón por mis faltas, no puedo hablar, ¿entiende eso?:¡no puedo hablar! Y al verme titubear, mi padre, en especial,supone que soy una niña boba y comienza a darme consejos otravez. Si insisto en comunicarme, señor director, se me hace unnudo en la garganta y se me quiebra la voz. A veces lo sobrellevoy vuelvo a intentarlo, pero mis palabras se pierden en un llantoterrible. Y sufro como no se imagina... No puedo hacerlo de otramanera. Algunas veces, al verme tan afligida y vacilante, ellos sesienten conmovidos, pero se controlan manteniendo su imageninvulnerable y yo regreso a mi cuarto más vacía y triste quenunca.
La joven terminó su revelación con un ligero quebrantamiento enla voz. Había hablado con una sintaxis y claridad superiores. Mequedé embelesado mirándola.
—Muy bien, Sahian —asintió el director—, es una opiniónvaliosa. Pero, como dijiste, lo que te ocurre no es raro. Yorecuerdo que a tu edad, aunque me llevaba relativamente bien conmi madre, me sentía muy alejado de mi padre. Si intentaba hablarde cosas serias con él, comenzaba a temblar y se me hacía un nudoen la garganta. Tiene que ver directamente con el sistemaemocional de cada quien.
Tomó una tiza y en el pizarrón dibujó rápidamente la silueta de uncuerpo humano. En el interior marcó líneas representandoconductos por los que circulaban los pensamientos. Varioscompañeros, quizá más por costumbre que por interés, seapresuraron a copiar el croquis en sus libretas.
Del cerebro salían dos vías hacia la boca. Una directa, amplia ycortísima; otra sinuosa y larga, que bajaba al corazón para volver asubir.
—Lo que voy a explicarles es una figura apegada más a lafilosofía que a la anatomía, pero que ciertamente puede serles demucha utilidad —se volvió de espaldas para señalar en elencerado lo que iba explicando—. Imaginen que, así como en elcuerpo hay un sistema óseo, muscular, nervioso y demás, en éltambién existe otro sistema llamado emocional. Observen bien:todas las ideas se crean en el cerebro, y tarde o temprano debensalir para materializarse en actos o palabras. Vamos a suponer quela salida al exterior de cuanto se genera en la cabeza es por aquí—señaló con el dedo la cavidad bucal—. Si se trata de ideas simples, que por su intrascendencia pueden comunicarse acualquiera que tengamos enfrente, cruzarán este conducto rápidoque une el cerebro y la boca —lo remarcó con el gis—, pero sipor el contrario se trata de pensamientos íntimos profundos opersonales, bajarán por este otro canal hasta el corazón, donde secargarán de emotividad antes de continuar su rumbo hacia afuera.¿Está claro? Es muy simple: el problema comienza cuando nodejamos salir esas ideas cargadas de energía sentimental y alalmacenarlas pierden su esencia afluente para adherirse a lasparedes de los conductos del sistema emocional, como elcolesterol se adhiere a los del circulatorio. Imagínense los tubosde una persona introvertida que nunca manifiesta sussentimientos. Deben estar llenos de costras y pústulas endurecidasque obstruyen la salida de modo realmente crítico. Todos tenemosemociones atoradas y adheridas en los tejidos más sensibles denuestra naturaleza. Por eso sacarlas cuesta tanto. Duele, Sahian;duele mucho arrancar de las entrañas inquietudes que se hanañejado y confundido con otras que tampoco salieron a su tiempo.Intentas exteriorizarlas y lloras sin ninguna razón concreta;reconoces tu malestar, pero no alcanzas a vislumbrar sus causas. Te preguntan qué tienes y no consigues hablar algo cuerdo;tartamudeas, titubeas y te enfureces porque son demasiadas cosasy no es ninguna a la vez.
El director Yolza hizo una pausa para tomar aire y calmar sucreciente furor. Luego continuó dirigiéndose a la muchacha:
—Pero ten mucho cuidado: si por esa sensación de dolor decidesseguir callando, acumularás amargura, haciendo más gruesas lascostras y obstruyendo aún más el camino a los sentimientos quevienen atrás. Las emociones deben fluir o tarde o temprano teharán explotar como un tanque de gas. Así que aprende esto bien:limpia tu corazón, aunque te duela; exterioriza tu intimidadhablando o escribiendo. Desahógate con tu pareja, si es que latienes, o con un amigo, o en un grupo de auto ayuda, o en tufamilia. No temas abrirte a ellos. Hay infinitamente másposibilidades de que al desahogarte con alguien, ese alguien, lejosde burlarse, te respete y ame mucho más. Pero aunque por malafortuna te confiases en quien no aprecie tu valor, de todos modoshabrás ganado al limpiar y sanear tu sistema emocional. Debescomenzar a sacar a flote tus sentimientos hoy mismo. Al elegir alas personas con quienes lo harás, piensa en tus padres. Enfrenta elreto de mejorar tus relaciones con ellos entregándoles lo másvalioso de ti, sin medir lo que te darán a cambio. Háblales con elcorazón, aunque eso te aflija, y verás que cada vez duele menos.
Si los notas torpes para corresponderte, considera que ellostambién tienen infinidad de emociones atoradas impidiéndolescomentarte con soltura sus sentimientos. Debes tomar la iniciativapara, a la vez, ayudarles, porque tus padres también necesitanayuda. Si en tu juventud has de limpiar tus conductos afectivos,procura hacerlo con ellos. Háblales. No importa que te deshagasen llanto. Es necesario que enfrentes el dolor del lavado de tualma; llora y luego échate en sus brazos y bésalos con todo elamor de tu ser. Expulsa el rencor acumulado, porque es al espíritucomo el veneno al cuerpo. Quiere a tus padres como son y losverás responderte con lo mejor de su intimidad; pero si no loconsiguen, perdónalos porque son
humanos; ámalos porque ellos te aman más que a nadie en elmundo; y respétalos porque son la autoridad que Dios ha puestoen tu vida para guiarte.
Aún los que escuchaban desde la puerta por no haber logradoentrar al recinto se hallaban en absoluto silencio. La ponencia deldirector había concluido con tanta fuerza y poder que, en quienesno había movido emociones, había motivado un ensimismamientoinusitado. Yo pertenecía parcialmente a los dos grupos. Nodeseaba derramar más lágrimas, pero tampoco lograbadesembelesarme del hipnótico testimonio.
Giré la cabeza y descubrí la gran cantidad de jóvenes allí reunidos.
Calculé que las clases se habían suspendido parcialmente porqueentre el apiñamiento del exterior pude vislumbrar a variosprofesores.
El licenciado hojeaba sus notas con lentitud. Me encorvé paraextraer de mi portafolios las copias fotostáticas clandestinas de lassusodichas y, a mi vez, comencé a revisarlas.
Volví a detenerme en los apuntes de citas bíblicas. En aquelentonces yo no tenía religión y me reía de aquellos que profesabanalguna; pero me hallaba tan fascinado con lo que estabaaprendiendo que las sentencias que otras veces me causaron dolorde estómago, ahora me atraían sobremanera:
Hijos obedeced a vuestros padres en el Señor, porque esto esjusto.
Ellos te han visto nacer y crecer. Te conocen mejor de lo quecrees.
Tus padres son capaces de ver en ti debilidades y fuerzas quedesconoces.
Que nunca te lamentes por haber ignorado su instrucción.
Honra a tu padre y a tu madre. Tal es el primer mandamientoque lleva consigo una promesa: para que seas feliz yprolongues tu vida sobre la tierra.
Tadeo Yolza comenzó a hablar. Dijo algo respecto a una serie deseñales que nos podían indicar el mal camino. Algo así comofocos de alarma roja que debíamos evitar.No lo escuché. Seguí leyendo para mí las citas, presa de unainefable avidez intelectual:
Someteos todos a las autoridades, pues no hay más autoridadque no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sidoconstituidas.
Así que quien se opone a la autoridad va en contra de lo queDios ha ordenado, y quienes se oponen serán castigados.
Una autoridad es alguien con facultad de darte instrucciones yque, sin saberlo, es instrumento divino para indicarte elcamino recto.
El mayor problema que tenemos con las autoridades esnuestro orgullo. Éste nos hace reñir con cualquier persona queintente decirnos qué hacer o cómo vivir.
Nada ha sido más destructivo y ha afectado más la existenciadel hombre que el orgullo.
Quien se opone a la autoridad serevela contra la orden de Dios y los rebeldes atraerán a susvidas la perdición.
Si te dejas guiar por tus padres, te dejas guiar por Dios; pero si te revelas, Él usará autoridades cada vez másduras y dolorosas con el fin de corregirte.
—¿Puede leer más despacio? Quiero escribir eso —pidió Sahian,que estaba tomando notas.
Al oír nuevamente su voz levanté la cara. ¿Qué había dicho? Meenojé conmigo mismo por estar distraído.
El maestro repitió con mayor énfasis y lentitud el párrafo quellamó la atención a la muchacha más bonita, mientras yo hojeabamis apuntes buscando apresuradamente las palabras que se decían.Una nueva motivación me inundó: si esa joven deseaba escribirlos últimos dos puntos de una lectura específica, tal vez yo pudieraofrecerle los demás.
Hacía calor, pero los ojos extrañamente abiertos no parecíanpercatarse de ello. Hojeé y hojeé con la desesperación de alguienque busca un secreto de vida o muerte.
Yolza terminó de leer y agregó con voz potente y firme el colofónde su discurso:
—Todo esto le ocurrirá a ustedes si no se esfuerzan por lograrbuenas relaciones con sus padres —contuvo unos segundos el airey terminó—: El que tenga oídos que oiga. El que tenga ojos quevea...
El director fue rodeado por varios muchachos que deseaban hacerconsultas personales. El resto de la gente empezó a irse.
Por mi parte, finalmente encontré lo que buscaba. Me levantébruscamente y salí con premura rompiendo el armónico ambienteque se mantenía aún en el desalojo del aula. Giré la cabeza de unlado a otro hasta que la localicé. Sahian me había producido unhambre de hablar casi tan desesperante como el hambre de saberque me produjo Yolza. La alcancé y llamé cuidadosamente suatención tocándole el hombro.
—Hola —saludé en cuanto volteó a verme—, ¿me permitesdecirte algo?
La tomé de la mano dando muestras de una nunca manifestadagalantería y la conduje hasta el patio. Ella me siguió sin hablar,frunciendo el ceño.
—Quiero mostrarte una cosa —le dije al fin—: los apuntes deldirector. Los tengo. Me los prestó para fotocopiarlos y como te vitan interesada pensé que podrías quererlos.
—¿De veras los tienes? —brincó con la alegría de un niño al quese le promete un helado—. No lo puedo creer.
—Pero no los traigo completos —mentí—. En la tarde, si aceptas,nos podríamos ver, ¿qué te parece? Te invito a tomar un helado.
Me miró fijamente como quien estudia un espécimen raro deanimal. Tal vez entendió mis intenciones de conquista y una casiimperceptible sonrisa asomó a sus labios. Creo que no le parecímal porque accedió.
Esa tarde, sentados a la mesa de un café, repasamos juntos variaspáginas de los apuntes del director. Hallamos tanto notassoberbias como redacciones incomprensibles. Sahian me pidió quele permitiera copiar de su puño y letra los últimos diez puntos quese leyeron al final y que yo, por distraído, no pude escuchar. Meexplicó que quería fotocopiar esa hoja porque pretendíaobsequiársela a su hermano menor como una carta personal. Alescribir se acercó tanto a mí que por mi mente cruzó el insanodeseo de besarla, pero pronto borré de mi pensamiento esa idea yme avergoncé por haberla tenido. Esa chica me inspiraba unrespeto que no había sentido por ninguna otra.
Hecho un manojo de nervios, me ofrecí a dictarle.
La hoja decía así:
Diez señales que marcan el camino hacia el fracaso y la perdiciónde un joven, detectadas en la relación con sus padres:
1. Se cree incomprendido por ellos.
2. No quiere perdonarlos.
3. Siente tristeza, rencor, amargura.
4. Se aleja de ellos. Les habla poco.
5. Se vuelve ingrato, los critica y ataca. No les agradece nada.
6. Se vuelve terco. Justifica sus malos actos y no escucha susconsejos.
7. Defiende la libertad sexual.
8. Sin querer, busca amigos también incomprendidos por suspadres para sentirse apoyado.
9. Piensa en darles una lección (y con esto se nace vulnerable alvicio, al sexo, al suicidio).
10. Daña su capacidad de amar. Se vuelve, sin darse cuenta, unapersona incapaz de construir relaciones afectivas de calidad.Todo esto le ocurre a aquél que no tiene buenas relaciones consus padres.
Al terminar, yo de dictar y ella de escribir, nos miramos a la carafijamente. Había algo que nos identificaba en secreto. Y yoentendí, por primera ocasión, lo que era el nacimiento de uncariño legítimo, lejos de la pasión y la lascivia.
—Reñir con nuestros padres puede en verdad causar grandesestragos —dijo con la vista perdida—. Tengo un amigo en laescuela que en este preciso momento se halla extremadamenteconfundido por eso. Me ha llamado por teléfono varias vecesdurante los últimos dos días sólo para decirme lo mucho quesufre. Lástima que no estuvo hoy en la clase. Le hubiera servido loque se dijo.
—Mmmh —contesté desinteresado—, la mayoría preferimosevadir los estudios cuando tenemos problemas familiares.
—No. Él no está evitando la escuela. Se fue definitivamente de sucasa.
El corazón me dio un vuelco terrible.
—¿Y cómo se llama tu amigo? —pregunté.
—Tal vez lo conozcas. Su nombre es Saúl. Saúl Hernández.
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Un Grito Desesperado
Teen FictionEste libro es un mensaje urgente de superación familiar. Cuando una familia muestra síntomas de violencia y destrucción, no es posible seguir fingiéndose sordo ante el grito desesperado de un hogar que cada día se desintegra más. Si le es posible de...