Mi memoria es realmente mala, tanto así que el profesor bien puede estar explicando algo en la pizarra, se detiene unos momentos y ¡Puff! Yo ya habría olvidado todas y cada una de las explicaciones que acabase de dar. Era como si mi propio cerebro me sabotease una y otra vez, haciéndome olvidar gran parte de las cosas en un tiempo récord, y mira que esto no tiene ningún tipo de ventaja, le mires por donde le mires.
Pero existe una persona que jamás olvidaré, al menos no hasta que me de Alzheimer, su nombre es Park Jimin, ese enano de voz aguda, mejillas regordetas y labios gruesos se encargó de hacerme menos amargado en un solo día.
Y no lo hizo él directamente más bien, fue lo que NO hizo aquello que provocó grandes cambios de humor en mi persona. Mejor explico, todo comenzó durante la segunda semana de mi último año, apenas comenzaba el semestre y ya nos tenían hasta el culo con proyectos, y lo peor de todo; eran en grupo, si, tal vez los trabajos por equipo no eran tan malos pero ya es otro caso cuando quedas con tu equipo en un lugar para terminar el trabajo y los muy hijos de perra no asisten.
Y justamente eso me estaba pasando. Me encontraba sentado en una de las mesas de aquel café, casi perforando la madera de la mesa por la fuerza con la que mis dedos golpeaban contra el material. Ya había estado ahí por una larga cantidad de tiempo y el estúpido de Jimin no daba señales de aparecer.
Miraba a todos lados, apreciando la forma en la que estaba decorado, las sillas eran un tanto sencillas, hechas de una madera obscura y conteniendo en el asiento un cómodo cojín de color nata. Casi todas las paredes coloreadas de blanco, y digo casi porque solo una – La más grande – tenía pintura de pizarra encima, ahí la gente se acercaba a hacer dibujos o un comentario gracioso que se les ocurriese. Continuando con las paredes blancas, en todas, absolutamente todas habían negras siluetas de gatos haciendo cualquier cosa, como jugar, comer o solo estaban sentados.
Se notaba que al dueño le gustaban mucho los gatos.
Las mesas eran de la misma madera obscura de las sillas, solo que, a diferencia de las sillas, las mesas no tenían nada encima más que los porta vasos y los manteles individuales. Las baldosas del piso eran de un color gris muy fuerte, casi pegando con el negro, sin embargo, a pesar de su color estas brillaban en demasía, haciéndome saber que el piso estaba siempre pulido. Al rededor de todo café habían detalles mínimos en colores pasteles, como las tazas del chocolate caliente, que eran de color menta, o los vasos de las malteadas, que eran de color rosa. Cosas pequeñas que contrastaban muy bien con el café. Sin embargo, todo era demasiado empalagoso, al menos para mí, incluso los platillos del menú tenían nombres muy dulces.
— Disculpe —una melodiosa voz habló a mi lado, sacándome de de mis pensamientos, y por ende, provocando que dejase de tamborilear la mesa con sus dedos— Siento molestarlo pero... ¿Desea ordenar?
— ¿Umnh? —tarareé, girando por fin mi cabeza, solo para encontrarme con el chico más malditamente lindo que haya visto en toda mi desdichada vida. Poseía cabello castaño ligeramente largo y alborotado, sus ojos eran grandes, protegidos por unas espesas pestañas, y del mismo color de su cabello, un tono chocolate que me invitaba a perderme en sus orbes. Poseía piel pálida, una adorable y pronunciada nariz resaltaba con ligereza debido al tono rosado que poseía en la punta, al igual que sus mejillas y finos labios. Algunos lunares apenas notables adornaban su rostro de tiernas facciones, sin embargo, el que más se hacía notar era el que se encontraba bajo su labio inferior.
Sentía que en cualquier momento caería ante el, podía dejarme llevar de nuevo por un rostro y cuerpo bonitos, estaba al borde de la fina línea que me separaba de la locura. Podría jurar que mi corazón se saldría de mi pecho de lo fuerte que estaba latiendo en ese momento.
» ¿Qué demonios me hizo? « fue lo primero y único que pensé, no tuve ni el tiempo suficiente para acomodar mis pensamientos porque ya me encontraba completamente destrozado nuevamente.
— ¿Gusta una taza de amor? —preguntó con una sonrisa en sus rosáceos labios.
Esa tarde descubrí dos cosas:
1.- Una taza de amor en realidad es una taza de café.
2.- No existe una sonrisa más hermosa que la de ese adorable mesero.
Sin duda, había caído a sus pies.
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Besos de chocolate; myg + jjk
FanficMin YoonGi está enamorado de ese torpe mesero desde el momento en el que lo vio, pero shhh... No le digas. - Historia original, NO copiar o adaptar SIN AUTORIZACIÓN.