Mañana
"No era más que un silencio más en aquel cementerio de suspiros"
Bajó el libro que sostenía con desgana en aquel último día de verano y masajeó su cuello, lleno de tensión desde el comienzo de la estación más agitada de su vida. Esa era Alicia. Su padre seguía fumando con gesto solemne en el porche de estilo toscano. Sus ojos cansados pero con inteligencia propia vigilaban los olivos mientras en su mente bullían pensamientos múltiples, como el sabio que todos se empeñaban en ver. Con sus cincuenta años, había visto a su hija llorar y reír, sufrir y sonreír con el alma y los ojos, pero nunca la había visto tan angustiada.
Pero lo que le preocupaba era la angustia detrás de una expresión de indiferencia y una imagen decadente, con ojeras y una mancha de café en la blusa.
Se miraron a través del cristal de la ventana. Desde la sala de estar, en una cómoda posición, podías ver todo el porche gracias al enorme ventanal que treinta años atrás había sido una puerta de madera, y cuya única huella sólo fue el marco mal pintado de blanco.
En su relación nunca hubo demasiada ternura, hubieron más discusiones que chistes, pero les unía el deseo del saber y de ser personas inteligentes y cultivadas.
A Alicia nunca le había gustado demasiado aquella casa de campo, pero era un buen lugar para leer y relajarse. En el amplio salón, una alfombra de colores otoñales y motivos florales era el entretenimiento de sus primos pequeños y a la vez un lugar donde tumbarse al llegar la noche.
Aquella casa tenía dos pisos, aunque la planta baja tenía la cocina y tres habitaciones más altas que la zona del salón, el cual daba a un baño y a dos dormitorios, y a la vez a una escalera. En las paredes del salón estaban enmarcados puzzles con imágenes, como cuadros de paisajes, que intentaban tapar tímidamente las grietas que buscaban la pared del gotelé.
Aquella casa olía a antimosquitos durante todo el verano, y la nevera albergaba más horrores que la noche más oscura, ya que Patricia para coger la leche tenía que taparse la nariz y parecer subnormal cuando volvía a respirar como una persona.
En aquella casa solamente vivían su padre y su abuela, ella y sus hermanas sólo iban allí cuando su padre tenía el día libre. Sus padres estaban divorciados desde hacía años, y la separación fue bastante traumática, sobretodo para Alicia.
Se llamaba como su madre, por eso la llamaban Ali desde pequeña, y había aprendido con el paso del tiempo a desconfiar de quien la llamara de cualquier otra forma.
Aquel día el sol bañaba el campo, y la montaña lucía espléndida bajo un cielo azul, despejado, con una cálida brisa meciendo las ramas de los olivos y las higueras.
Alicia se levantó del sillón de color canela, con más años que un bancal, y se dirigió con paso firme y hábil con sus botas negras de caña alta al porche, donde su moto, bajo una fina sábana vieja y áspera, la esperaba.
Su padre y ella se miraron como si se desafiaran. Finalmente, ella retiró la sábana y se montó en la moto, y en un abrir y cerrar de ojos ya no estaba.
Su padre miró con tristeza a la gata negra que asomaba la cabeza desde la otra punta del porche.
-Se va, Mora. Se va.
La gata maulló, y, elegantemente, se paseó sin hacer ruido hasta donde estaba su amo, quien se agachó a acariciarla.
El sol se estaba poniendo y bañaba el terreno pintando un óleo sobre todas las cosas, como un artista dándole retoques a su obra, mientras aquella moto corría hacia la libertad que le concedieron sus dieciocho años cumplidos.
El verdadero principio
Aquel día llegó a la universidad cansada, tenía clase de economía a primera hora, y después tenían una reunión en el aula magna, una sorpresa. Era su tercer año estudiando periodismo y quería empezarlo bien.
Sin embargo, la noche anterior se había acostado otra vez con Víctor. No se veían mucho, pero todo el mundo decía que hacían muy buena pareja y que probablemente acabarían juntos y tendrían hijos... y todo lo que suele decir la gente cuando no se enteran de nada de la vida de nadie.
El sexo con él tenía su punto. Eran muy apasionados cuando querían y los vecinos podían quejarse a menudo de los gritos. Ella dudaba si era amor o no, pero él no solía pronunciar esa palabra. Así que se resignaba a recibir orgasmos gratuitamente y a regalárselos al que al parecer era el hombre se su vida.
Se miró en el espejo justo antes de salir, su pelo era negro como el azabache, muy suave. Sus ojos eran como dos gorriones pardos, inquietos, que se movían rápidamente analizándolo todo. La piel que lucía bajo aquella camisa era olivácea, y era una piel seca, pero no lo parecía. Era como ella.
Alicia llevaba tacones a pesar de medir metro setenta y dos. Tenía una constitución atlética, de cazadora, decían, y pesaba 68 kilos. No era superdotada, pero siempre le habían dicho que mirara si lo era, porque según la gente era "muy inteligente".
Se arregló el pelo y cogió las llaves de su Mustang.
Llegó después de la clase de economía al aula magna, que apestaba a productos de limpieza y a lejía, ya que a las ocho nadie la usaba y las mujeres de la limpieza se encargaban de adecentarla.
Era grande y tenía una acústica inmejorable, el suelo era de mármol y el techo era color crema con una bóveda de cristal en el centro, el cual tenía rosas pintadas. La sala era redonda, y en el centro había una mesa sencilla de madera. Alrededor del centro de la sala habían ventanales de dos metros de largo a dos codos de distancia de cada uno.
Alicia y toda su promoción tomaron asiento en los monobrazos de madera repartidos en el fondo de la sala. El profesor austríaco Julius J. Auster los miró mientras se acariciaba el bigote. Las arrugas en la frente se acumulaban pareciendo las líneas de un pentagrama, mientras que su calva permanecía tensa y brillante, como si le hubieran pulido y encerado el cogote.
-Bienvenidos, - dijo, y el sonido bilabial era pronunciado como una uve- es un placer comunicaros, que este año va a ser diferente. - Y clavó la vista en Alicia, su alumna favorita, a la que exigía mucho pero a la que más enseñaba en sus clases. - Quiero que sepáis que este año vamos a guiaros a distancia a través de estos equipos que llevaréis con vosotros durante todo el curso.
Sacó una maleta negra y la abrió sobre la mesa ante todos sus pupilos. En ella se podían distinguir un portátil pequeño, un reloj digital negro francamente extraño, y un bulto prácticamente invisible.
Alzó el portátil, y el reloj y los puso a un lado de la maleta cada uno. Señaló el portátil y añadió.
-Este portátil tiene un dispositivo vía satélite, el cual os permitirá buscar en Internet y recibir nuestros correos a lo largo del curso. Igual pasará con el reloj. En el reloj recibiréis mensajes más breves que os serán de ayuda, sobretodo en situaciones complicadas. -Dijo señalándolo. Hizo una pausa y agarró el bulto, una bolsita negra de terciopelo- Y esto es algo personal e intransferible, algo que es diferente para cada persona, y que os hará falta para vuestro viaje.
-¿Va a haber un viaje? - Preguntó un chico rubio desde el fondo de la sala
-Sí, Rodrick. Pero no un viaje de placer, sino un viaje de estudio. Este será diferente para cada uno de vosotros, y tendréis que hablar de él en el trabajo final del curso. En este, redactaréis un escrito de vuestras experiencias como un periodista decente, no me interesa la vida de nadie. Sólo haced vuestro trabajo. Podéis iros.
A la salida, había apiladas más de un centenar de maletas en el pasillo. Todos sus compañeros hicieron cola por orden alfabético, recogiendo la maleta que tenían asignada. El profesor Julius miró a su discípula favorita y se acercó a ella.
-¿Cómo funciona esto?
-Verás, Carolina, vamos a mandarte a una ciudad importante y vas a tener que investigar sobre ciertas personas. Todo esto, -dijo sonriendo para sí, siempre la llamaba Carolina- va a espabilarte. Es la primera vez que intentamos esto, pero verás como esto va a enseñaros, a todos, a ser mejores periodistas.
Recogieron las maletas y ella volvió a clase.
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Jade
AdventureCuando alguien descubre la soledad en su propio interior, nadie es capaz de parar sus impulsos, y el vacío y la inteligencia, como el hambre sin comida, son suficientes para hacer que alguien como Alicia se lance contra la realidad buscando lo que d...