Capítulo 3: Una tarde sin fin.

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Las siguientes horas fueron felicidad y estrés.

Felicidad porque logré cumplir uno de mis objetivos de vida que, sin mentir, creí que serí­a imposible de lograr por más que tratara de convencerme de lo contrario. Aún seguía considerando hacerme daño para comprobar que no estaba loca e imaginando cosas, no lo sé, por lo menos un pellizquito más, tal como lo hice cuando descubrí­ que podrí­a sentarme al lado de mi amore.

Sin embargo, por más alegría que estuviera experimentando, lo que me acompañó el resto del tiempo fue más estrés que nada.

En cuanto llegué a mi casa caí en cuenta que en realidad no tenía preparado algo. En serio. NADA. Como dije anteriormente, una parte de mí siempre supo que la condición que le había impuesto a Abby para asistir al baile de bienvenida era algo muy difícil, sino imposible, de lograr.

Realmente no había considerado qué haría si por casualidad llegara a ser la pareja de mí príncipe azul. Además, no tenía la menor intención de asistir a un baile cuando bien podía usar ese tiempo para ver una película, comer cosas nada buenas para la salud y derrochar flojera. Pese a mi constante oposición, Cameron causaba un cambio en mi forma de pensar.

Necesitaba un vestido, bolso y tacones que combinaran con éste, peinado, maquillaje y un montón de cosas más. Pero contaba con absolutamente nada de lo anterior.

No tenía vestidos. No contaba con hermanas a las cuales se los pudiese pedir prestado, y la última vez que usé uno fue cuando tenía 13 años y mi tía, la hermana más joven de mi papá, se casó. Ni hablar de mi mamá, ella era más pequeña que yo y no me entraba su ropa, así que sus vestidos eran un rotundo no.

Tacones ni hablar, me rehusaba a usarlos porque Abby me espantaba cuando me contaba las consecuencias de usarlos. Siempre se quejaba de sus pies al día siguiente, cuando iba a visitarme para contarme lo aburrido que era soportar las reuniones de su familia. Aún no entendía por qué se arreglaba tanto, ella argumentaba que era necesario para sentirse chica porque su familia estaba llena de hombres, contando primos, hermanos, tíos y su abuelo, ella era la única chica "joven", sólo tenía cuatro primas y todas ellas eran menores de 5 años.

Sí tenía maquillaje, pero éste no era más que un rímel y tres lápices labiales de las mismas tonalidades rosadas que tanto me gustaban. Aunque eso no era gran problema, bien podría tomar prestado el de mí madre. El inconveniente aquí era que no sabía cómo utilizarlo y en qué partes aplicarlo.

Me encontraba completamente vulnerable sin mi equipamiento perfecto para asistir a una fiesta con un chico guapo. Era como ir desarmada a la guerra, o haber sido abandonada en medio de la nada para sobrevivir sin nada más que mi persona.

Y no era que no me invitasen a fiestas la razón de mi falta de preparación, sino que no tenía el mínimo interés por cómo lucía o qué era lo que vestía. Claro, ahora me encontraba en una situación completamente distinta, porque esta vez sí contaba con alguien a quien quería impresionar.

Mi mamá no estaba para ayudarme en esta situación de emergencia, justamente había decidido que era el día perfecto para reunirse con sus amigas y dejar a su hija por su cuenta. Mi padre se encontraba trabajando y mi hermano mayor salió con su novia para acompañarla a elegir un vestido para el baile de hoy. Me hubiese colado y ser el mal trío, pero para cuando había llegado a mi hogar él ya no se encontraba en éste.

Estaba enloqueciendo, caminando por toda mi casa sin saber qué hacer, hasta que me acordé de alguien perfecto para solucionar este problema. Ante este hecho, corrí por mi celular y marqué su número inmediatamente.

Como esperaba, mi salvación respondió al instante.

—¿S...?

—Abby, estoy entrando en pánico. —Dije apresuradamente en cuanto contestó el teléfono, y corté su saludo—. No tengo la menor idea de qué hacer para arreglarme. Tú sabes que ni siquiera tenía las intenciones de ir. ¿Qué hago? No quiero avergonzar a Cameron —Lloriqueé.

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