Traumas

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I

Esa noche César tuvo un sueño intranquilo. Se halló a sí mismo a los seis años, regresando a su hogar. En aquella época vivía en el noveno piso de un colosal edificio en el centro de una megalópolis. Había mucho cemento y poco brillo solar. Además, las piernas le pesaban y la puerta de entrada -que estaba frente a él- le resultó tan lejana como infranqueable.

Una vez que llegó al ascensor ingresó solo. Marcó el piso nueve y vio cómo las luces iban cambiando. 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7... y de pronto, el ascensor pasó directamente al piso 11. Se abrió la puerta y encontró un lugar en ruinas. Era un piso abandonado. Marcó nuevamente el 9, pero también el 8 y el 7. El ascensor pasó directamente al séptimo piso.

Al salir de allí buscó las escaleras. Estaban enrejadas. Las jaló. ¡No podían abrirse! En la ventana se veía el sol ocultándose.

De pronto, tuvo una idea: ¡la escalera de emergencia! Corrió hacia ella. Al llegar no había reja, pero en el descanso encontró personas durmiendo en diferentes posiciones. Hizo un gran esfuerzo para no pisarlas. Sin embargo, tropezó con una de ellas y acabó en el suelo. Volteó hacia donde estaban y tuvo la certeza de que todos seguían dormidos. Finalmente, al terminar de subir, encontró su piso (tal como su memoria en el sueño debía recordarlo). Comenzó a caminar hacia su departamento.

Para pasar desde la escalera de emergencia hasta la puerta tenía que recorrer el espacio de los ascensores. Ya no existían. visualizó su propia escalera. Habían pintas sumamente extrañas, como de una tribu urbana que tomó el sitio y luego desapareció sin dejar rastro. Faltaban solo cinco metros, expuestos al exterior por dos grandes ventanales.

Mientras avanzaba, giró el rostro hacia el paisaje ofrecido. El día brillaba de forma inusual, pero esa luz se oscureció como si una nube negra se hubiese instalado justo encima del edificio. Y entonces lo vio: era el tercer monstruo, mucho más grande que el edificio. Estaba frente a él, olfateando su miedo, gritando su nombre, golpeando el edificio para capturar al niño indefenso que era en ese momento. También escuchó otros gritos desde atrás. Los durmientes habían despertado y sus voces eran de dolor y pesar. "Ya están dominados", se dijo el pequeño César. De pronto, el edificio entero se oscurecía, capturado por las fauces del enemigo.

- ¿Qué fue eso? -preguntó Lena.

César volteó y la miró. ¿También había tenido problemas para dormir o fue su sueño lo que la despertó?

- Una venganza.

- ¿Del monstruo? -inquirió la mujer.

- No, querida Lena. Una venganza de mi propia mente.

II

- ¡Amor! ¡Ya llegué!

- ¿Cómo? ¿Y no trajiste el jugo que te pedí?

- Sí. ¡Aquí está!

- No tontito. Ese no es el sabor que te pedí.

- ¡Pero me dijiste que te trajera cualquiera!

- Cualquiera, sí... ¡Cualquiera de los que me gustan!

Miras un momento el cándido rostro de Michael y recuerdas que no es la primera vez que se equivoca en lo mismo. "No es tan perfecto", te dices. Y sientes un gran alivio.

Aunque el cielo siempre está nublado, una mirada de reojo a la ventana te dice que pasan algunas nubes de lluvia.

- ¿Te acuerdas, gordito?

Los exiliados: Fines y reinicios de la TierraWhere stories live. Discover now