Familiares

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I

Les dije que no vinieran, pero están aquí. Ya no es miedo lo que sienten, sino una preocupación silenciosa. Huele y aturde menos. No quiero mirarlos. Desviaría la atención hacia ellos. Quiero quedarme en curiosidad y sorpresa. La verdad, sigo sorprendido de mi supervivencia en estos tres segundos. Los recuerdos se hacen sensaciones. ¿Será el fin? ¿He vivido esto antes? ¿Lo he soñado? Solo estoy seguro de su realidad. No es un hombre quien me amenaza, sino algo diferente. Su presencia me da infinita tristeza. Parece que se carcajea, pero no lo escucho más allá de su propia tristeza. Todo lo demás se hace lejano, a pesar de su proximidad.

Dar un paso, dos. Decir algo. No sé la respuesta. Todo es un segundo. Reprocho mi inacción actual. Espero reaccionar. Otro reproche. Otro más.

Esta es la clase de situaciones en las que deseo sobrevivir para contar una buena historia. Algo que sorprenda al ajeno y acerque al propio. Una mejor historia que la de Perceval cuando no preguntó por el Santo Grial. Querer. Poder. Faltó el Saber. Solo necesitaba de una pregunta. Algo que sea digno de recordar. Te cruzas con tu destino y sabes que debes hacer algo. Rebusco en mis recuerdos por alguna pista. Por ejemplo, la historia de una madre que buscó a su hija desaparecida, y que preguntó lo mismo a todo el mundo.

-¿Dónde está Gracia? ¿Dónde está mi niñita? ¿A dónde ha ido? ¿Con quién está?

Y la respuesta siempre era negativa. No la conocían. No conocían a esa madre. No conocían sus sentimientos. No conocían su dolor.

Y no fue en el pueblo, sino en uno de los caminos que la vio:

- ¡Gracia! ¡Mi niñita!

Gracia no respondió. Caminó de largo, mirando hacia su decisión buscada voluntariamente. Un hombre robó una hija y la única luz de su madre.

La madre de Gracia llevó ese silencio de casa en casa, de camino en camino, de pueblo en pueblo. Caminó sin rumbo. Caminó lejos. Caminó hasta encontrarse en una mesa y soltó todo su dolor con una desconocida.

- Si quieres vengarte de tu hija -le susurró- enciende una vela en la iglesia. Lleva una prenda de ella y recita la oración que te voy a decir.

Recitar un canto de odio en un sitio de piedad y misericordia es romper el centro del mundo. El de la madre estaba roto. Ahora le tocaba a la hija que no volvió al hogar.

El primer hijo de Gracia nació ciego. La segunda también. El tercero alcanzó a ver y tuvo brazos fuertes para trabajar. Pero solo habló de vez en cuando, y sus manos siempre hicieron cosas imperfectas. Sufrió una cadena de venganza de dos generaciones atrás. La de él o alguna más adelante tendrá que repararla. Irá a la iglesia en un camino de piedad y pedirá clemencia por los que no pudieron ver, por quien se fue y por quien se vengó. Tomará tiempo, pero acabará con una pregunta crucial, una respuesta correcta y una buena historia.

Otras historias asaltan mi mente. Trato de reconstruir la mía. Mi antigua familia, el daño que sufrió Evelyn, el rostro furioso de Lena, el temor de Daniel, la supervivencia de Barack y Lally. Todo se cuenta en distintas personas, como si pudiera tomar una cámara y filmarme a mí mismo y a los otros para contar lo que pasó días atrás.

II

Eran las ocho de la mañana y no llegaba César. No recuerdas tanto el momento en que lo conociste. Solo sabes que que lo extrañas. Que siempre viene con su café en la mano, que te cuenta alguna anécdota que te hace sonreír y que no sabes lo que hace todo el día. Alguna vez te pidió ayuda con una contraseña y luego de agradecértelo lo perdiste nuevamente. ¿Cómo saber quién es? Llega sin ánimos de llamar la atención, aunque siempre lo hace. No es la vestimenta. Siempre viste de forma sobria. Cada dos días cambia totalmente de prendas, pero no hay nada de radical en ello. Su automóvil tiene acceso en la sección de ejecutivos, aunque la mayor parte de las veces estaciona en la parte más lejana. Su identificación no lleva su apellido y prefiere que no lo detengan con preguntas en el segundo control.

El agente y la psíquica: Fines y reinicios de la TierraWhere stories live. Discover now